El 23 cumpliría 68 años Luis Alberto Spinetta (1950-2012)

“Explicar esto a alguien sería inútil”

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El 7 de octubre de 2015, el Correo Argentino homenajeó al artista con la emisión de un sello postal enmarcado en la serie Ídolos Populares. Foto: ARCHIVO

Por Mauricio César Yennerich

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Entender sus canciones nunca fue simple. Esa complejidad, lejos de repeler a los curiosos, activó el interés de millones de personas. Para los nacidos a mediados de la década de los ‘70, establecer las coordenadas que llevan al Edén de la comprensión de la poética y la música de Spinetta, tuvo dificultades adicionales: a la radical transformación de la sonoridad que experimentó el género -el rock- a partir de los ‘80, se sumó el progresivo deterioro cultural de las franjas medias, cada vez menos capacitadas para consumir materiales semiológicos complicados. Reconocerse fanático de “el Flaco” es también defender una posición generacional, un status social y cultural.

El universo de Spinetta como tierra incógnita

En el principio fue el Verbo, en el principio fue tratar de comprender el Verbo. Afinar el oído. Parecía peor el remedio que la enfermedad: los nombres de los discos era cada vez más y más estrambóticos: “Artaud” (1973), ¡¿Artaud?! Un vinilo que en lugar de venir como todos, con tapa y contratapa cuadrada, tenía una forma de-construida; “A 18’ del sol” (1977); “Téster...” -por “Téster de Violencia”, del ‘88, pero le decían así: “Téster”, a secas-.

Imposible, para más, las letras tenían dragones, demonios que entran en el hombre escapando de dios, relojes que se apuran presos del miedo, etcétera, etcétera y en ese territorio absolutamente indómito, se cultivaba la psicodelia rockera con Pescado Rabioso, la fusión virtuosa con Invisible... Claramente, no era para cualquiera. No es para cualquiera.

Por ahí, quién sabe, si se hubiese incluido la obra de Spinetta en las estructuras curriculares escolares..., pero hacer encajar a un genio en las aulas, puede ser catastrófico, sobre todo para el genio. Sea como fuere, al ser visitada esa tierra incógnita que es la obra de Luis Alberto Spinetta, la palabra siempre se revela al hombre y el bien siempre triunfa. Esa colección de piedras preciosas que es su discografía solista y con Almendra, Invisible, Pescado Rabioso, Jade y Los Socios del Desierto, demanda una fuerte inversión de los sentidos -o mejor-, un esfuerzo importante de comprensión de un determinado sistema de significantes de infrecuente belleza.

Ningún iniciado en Spinetta, en su sano juicio, se atrevería a negar que hay un tesoro inmenso en medio de la bruma de vocablos de sentido común con el que los amigos o conocidos -por lo general melómanos- intentan decir algo sobre él. Spinetta es, ante todo, un ser que combate la banalidad. Un grito de guerra contra todo lo que es mediocre. Estandarte de pertenencia a una sofisticada clase media, su poética estará siempre acechada por entrañables tipos sencillos como Baglietto, quien, junto a “La Trova”, con efectivísimas crónicas urbanas, se llevó puestos a varios anquilosados. Con ánimo de comparar, se sostiene la hipótesis de que la poética, mística, idealista, trascendental en Spinetta, no fue el refugio de una personalidad sensible, como puede constatarse en el giro anti-materialista que experimenta Charly en los años del horror con “La máquina de hacer pájaros”, sino una manera de entender la vida. El genio del bigote bicolor-maestro de la oportunidad, como los que siempre caen cuando el asado está listo, en la etapa Sui Generis quería destruir todas las instituciones tradicionales y con la vuelta de la democracia se puso cerca de la Revolución.

Carlos Alberto García Moreno, durante la última dictadura, cultivó un confortable jazz fusión instrumental de sofá y se preguntaba ¿Qué se puede hacer salvo ver películas?, actitud ascética extramundana, por lo demás, perfectamente entendible cuando en el barrio se escuchan bombas, gritos y disparos de fusil. En Spinetta -por el contrario- la poética idealista trascendental nunca fue una posición estratégica, sino una forma de vida. Esa autenticidad es descollante.

En sintonía con un misericordioso combate de la banalidad, la suya fue una lucha contra la incomprensión y la ignorancia, en un país en el que, desde fines de los ‘60, como mínimo, éstas se agigantan y ya son “monstruos grandes y pisan fuerte”.

Claramente, los delirios colectivos que azotaban la nación no le eran indiferentes, escribió en “Irregular” (“Invisible”, 1974): “[...] ¿Es que no hay nada ni nadie,/ que comprenda?/ Y entre los telones de esta farsa.../ se sacude ansioso,/ el misterio eterno... / de aquellas mismas venas,/ sangraba Dios.../ (Dios y su troupe) [...]”.

Música para las víctimas de la espera

La justificación del espíritu “salmónico” de esta nota cabe en cinco líneas y procede de su poesía. Quedó sepultada en la letra de un tema del disco “a 18’ del Sol” que sonaba mientras la escribía, debajo de “Kamikaze” (1982), y de “El valle interior” (1980, con Almendra). Fue imposible detener las canciones. Sonó “Espejada”, “Cielo Fuerte” (con Del Guercio) y varias más, hubo que esperar que terminen los temas para transcribir esas frases tan representativas de lo que se quiere conjurar. Cuando no se puede pausar o poner stop a una obra, hay algo ahí. La espera no resultó insoportable. La música de Spinetta hace que ni la microforma de la espera -de esperar que termine un disco-; ni la otra, la mayor, la macroforma de la espera -de esperar el fin (que para él llegó en febrero del 2012)- resulten tediosas. Y eso que esperar no tiene nada de encantador. Hay un escritor argentino, de apellido Di Benedetto, cuya literatura, según Saer, no es inferior a la de ningún escritor latinoamericano consagrado, que dedica su novela -“Zama”- a “Las víctimas de la espera”. Mientras esperamos ¿Por qué no volar, loco? En “Canción para los días de la vida”, escribe, clarito, sin prejuicios: “Tengo que aprender a volar/ entre tanta gente de pie [...]./ Tengo que aprender a ser luz / entre tanta gente detrás/ me pongo las ramas,/ de este sol que me espera/ para usarme como al aire [...]”.

Al escuchar Spinetta, se despliega un proceso fenomenológico, un proceso de aprendizaje que refracta poesía, música y contexto social. Porque hay un Olimpo hecho con los mismos materiales que le dan soporte a la vida de los mortales, pero que, sin embargo, está más allá del mal, más allá del sentido común y de las listas de “los más escuchados” o “los más vendidos”. A ese lugar, tienen acceso los que quedaron dentro del perímetro sagrado que congrega a quienes escuchan a Spinetta, litúrgicamente. Seguidores, muchas veces errantes, apóstoles de una fe cuyo mesías es relajado y desprejuiciado, que se construye trabajosamente, con inteligencia, sensibilidad y mucho ocio.

El carácter difícil y complejo de las canciones de “el Flaco” hace que sus oyentes, como los lectores de Dostoievski, Kafka, Joyce o Cervantes -es decir, de autores de obras de largo aliento impregnadas de genialidad-, se transformen en salmones, en rebeldes, en verdaderos soldados de un ejército sin emperador que lucha contra la mediocridad. No podría una persona aproximarse a la obra de Spinetta sin prestarle la debida atención. Hechas con genio creativo, sus piezas demandan un esfuerzo significativo para penetrar ese universo de significados. ¿Injusto? ¿Elitista?, puede ser; pero ninguna música que nos despierte la conciencia o nos sane el alma, será de fácil acceso. Spinetta viene a demostrar que no se necesita escribir estribillos de cotillón para “llegar a la gente”.

Y digámoslo también: la mayoría de los que dicen querer llegar a la gente con “cosas sencillas” tienen por las personas comunes una consideración infinitamente menor a la que equivocadamente suele suponerse. La demagogia y los portentosos egos rellenos de vacío, no suelen ayudar a ver con claridad suficiente este asunto. Léase: quien te exige te ama, o, al menos, te considera.

Por último, digamos que, al parecer, nunca necesitó estar de un lado o del otro de la vereda. Es pura energía infinita. Cuando el día iba a ser de verdad pesado, de esos que empiezan cerca de las seis de la mañana y no se sabe bien si iban a terminar pasada la medianoche, recuerdo haber tarareado sin parar “Cruzarás” de “Pelusón of milk” (1991), quizá el mejor disco de la historia del rock en castellano: “Dios nos amampara/ una esquina desigual,/ y un rayo al caer [...]/ ¿No será que al consumirnos/ decimos el verbo?/ [...] Aunque cruzarás este largo río/ cruzarás/ cruzarás este largo río,/ cruzarás/ cruzarás este dulce canto, / de amor [...]”. Gracias Luis, y gracias Dios por Luis.