Tribuna de actualidad

Delito juvenil, masculinidad y riesgo

Osvaldo Agustín Marcón

La que se conoce como masculinidad hegemónica se traduce “en una falta absoluta de cultura de cuidado en los hombres, consecuencia directa de una valoración positiva del riesgo y de la legitimación de la violencia como rasgos de hombría y demostración de la masculinidad” (Cepaim, 2015). Este perfil identitario estimula conductas peligrosas que incluyen daños para el propio sujeto en sus “diferentes intentos de probar y afirmar la virilidad” (Cepaim, 2015).

Se trata de una manera de construir identidades varoniles que también se manifiesta en los jóvenes que ingresan en situaciones de conflicto penal. No obstante, en estos casos, la falta de cuidados sobre sí mismos va mucho más allá. Así, trasciende la despreocupación por la salud personal, incluyendo la puesta en juego del propio cuerpo hasta peligros extremos. En cierta forma, según los cánones occidentales dominantes, dicha conducta no escapa de las genéricamente esperables en el período evolutivo adolescente. Pero en este caso es muy usual que el abuso de esa sensación de invencibilidad, propia de este estadio psicoevolutivo, se construya bajo el influjo de un código binario.

En esa codificación encontramos que, a un lado, ellos ensayan distintas fórmulas para chocar con el Leviatán Azul (Saín, 2008), es decir con la fuerza policial en sentido lato. La policía forma parte de una lógica que tiene al escarmiento como una de sus misiones sociales no del todo confesadas. Así, el brazo policial estatal funciona mostrando lo que podría suceder a todos quienes decidan transgredir las normas penales. Pero cuando hace esto, simultáneamente, el Leviatán funciona como satisfactor de necesidades que condiciona modos de ser y estar en el mundo, más aún -reiteremos- en la etapa adolescente. Esto es así pues, tal como lo plantea Ágnes Heller (1998), los modos en que se satisfacen necesidades configuran subjetividades. Por ejemplo, si ante la sed de un niño se proporciona siempre alguna bebida gaseosa, éste pedirá esa gaseosa cuando nuevamente aflore la necesidad. De este modo la sed se transforma en necesidad de esa bebida y no de agua. Por lo tanto, la segunda parte del referido código binario (la policía) hace mucho más que mostrar el escarmiento social ante el desarrollo de conductas delictivas. Participa activamente en esas configuraciones identitarias transformando los requerimientos propios de la sublevación adolescente en necesidades de rebelión delictiva. De este modo estimula lo que dice combatir.

Pero para que esa dinámica funcione es indispensable que el joven se perciba a sí mismo como virilmente osado y proclive a asumir los peligros de participación en tal intercambio. Debe tomar ese riesgo para sentirse y mostrarse hombre. De allí que, entonces, la autopercepción como integrante de la denominada masculinidad hegemónica resulte decisiva en esta ecuación. El Estado Policial, por su parte, también participa de ese ideario, según el cual la hombría está fundamentalmente vinculada, en términos del catalán Joan Manuel Serrat, a probar quién es el que “la tiene más larga” (en la canción “Algo personal”). Claro está que usualmente resulta mucho menos arriesgada la posición de los fornidos y muy bien pertrechados operadores del Leviatán Azul que la de su empobrecida población-objetivo. De todos modos los dos términos participan del binomio, abrevando en una fuente de virilidad y fanfarroneo hecha de fantasías sobre la masculinidad.

Es muy posible que en esa visualización de la seguridad y la potencia, resida una de las claves para la intervención. En definitiva algo muy antiguo forma parte de todo esto, y se trata de la cuestión generacional matizada con reconfiguraciones racistas. El Leviatán Azul no representa a todos los ciudadanos pero sí a los de un sector social particular que no reconoce en esos jóvenes a sujetos que adolecen una etapa evolutiva. Por lo tanto, antes que responder como titulares de una generación adulta, actúan como combatientes que consideran enemigo al sector social del que estos sujetos son exponentes. Esa invención, muy estudiada bajo -entre otros- el paraguas del Derecho Penal del Enemigo (Jakobs, 1985), se descalabraría si el joven abandonara esa valoración positiva del riesgo como indicador de masculinidad.

Tenemos allí, entonces, un elemento a discutir desde el punto de vista de la intervención sobre las situaciones de conflicto penal juvenil.

Ellos ensayan distintas fórmulas para chocar con el Leviatán Azul, es decir con la fuerza policial en sentido lato. La policía forma parte de una lógica que tiene al escarmiento como una de sus misiones sociales no del todo confesadas.