El Express d’Orient

Reflejos dorados sobre fondo azul

María del Pilar Barenghi

En octubre de 1883, la Compagnie Internationale des Wagons-Lits inauguró el Express d’Orient, tren de gran jerarquía, que dos veces a la semana iniciaba su viaje en la Gare de l’Est, en París, y lo finalizaba en Giurgiu, (Rumania). Luego de distintas combinaciones y llegados a Varna (Bulgaria), un trasbordador llevaba los pasajeros a Estambul. El esplendor y confort del tren justificaba que fuera la opción de millonarios y miembros de la aristocracia europea.

Pero si bien por su jerarquía fue espacio reservado a pocos elegidos, el Orient Express, como hoy se lo conoce, logró propagar su magia a un universo de viajeros de ingresos plebeyos y escuetos, pero nutridos en la imaginación.

El tren encierra en su esencia la fantasía del viaje. Mucho más que en otros medios de transporte, trasladarse y permanecer en su ámbito aporta un plus de calidez, contacto humano y, en muchos casos, situaciones dignas de la literatura y el cine. El Orient Express elevó estas posibilidades a su mayor exponente. Todos recordaremos películas que narran eventos ocurridos durante un viaje en tren. La memoria viene en nuestro auxilio y pensamos en “Crimen en el Orient Express”, ejemplo emblemático de la categoría, que en diversas versiones logró transmitir la atmósfera suntuosa y decadente de una época. En esta película, los personajes creados por Agatha Christie componen una galería de caracteres precisos y diversos, entre los cuales Hércules Poirot se erige como emblema de inteligencia y sagacidad. Sin dudas, es a la escritora británica y al atildado Poirot a quienes debemos la empresa de haber puesto el inalcanzable Orient Expess a la mano de simples mortales.

En su versión original el tren sufrió la inestabilidad política del Viejo Continente. Las dos grandes guerras y cuestiones logísticas, modificaron repetidamente su ruta. No obstante, circula hoy sobre rieles europeos mostrando una aggiornada apariencia. Su nombre actual es Venice-Simplon Orient Express y parte de distintas ciudades con destinos también variados. Pero el viaje mitológico sigue siendo, sin dudas, el que une París con Estambul.

Afortunados viajeros afirman haberlo visto cruzar, fugaz y decidido, las estaciones de Lugano o Budapest. O saliendo de Venecia hacia Viena. Describen los escudos dorados que adornan sus vagones azules, los veladores rosados que se perciben a través de las ventanillas del vagón restaurante, los cristales de Lalique y sus floreros con tulipanes. Imposible resulta no caer en el hechizo que fluye del legendario tren. Es tan potente su fascinación que algunos entusiastas aseguran haber visto caminar entre las butacas al fantasma del belga de bigote encerado y sonrisa esquiva y aseveran que luce mucho más etéreo que Albert Finney o Sir Kenneth Branagh. Se aconseja no creer demasiado en sus dichos. Los viajes agotan y la mente cansada es amiga de fraguar historias extravagantes, aunque no imposibles. De modo que mantengamos el espíritu atento y agucemos la mirada. Si por obra del azar recalamos en alguna estación de trenes no demasiado frecuentada y vemos pasar un relámpago azul con destellos dorados, no vacilemos en mirar a través de sus ventanillas. Tal vez el premio sea un cordial saludo del inefable Poirot.