Crónica política

Aborto: la libertad y el miedo a la libertad

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Durante las deliberaciones de la Cámara de Diputados, permanecieron en una larga vigilia manifestantes pro despenalización del aborto (a la izquierda), y opositores a su legalización (a la derecha). Foto: DPA

Rogelio Alaniz

Por una mínima diferencia -mínima pero decisiva- la despenalización del aborto fue aprobada en la Cámara de Diputados. Hay indicios para pensar que también podría ser aprobaba en Senadores. Si el señor Pichetto declaró que esto puede ser posible, es porque sabe de lo que está hablando.

De todos modos, la batalla por la despenalización del aborto está ganada. La ganó la sociedad, la ganaron las mujeres, la ganó la historia. En todos los países civilizados del mundo se comparte este criterio. Se discuten matices, detalles, pero en lo fundamental el acuerdo acerca del derecho de la mujer a interrumpir su embarazo es fuerte. Agrego algo más: el derecho a interrumpir su embarazo sin que por ello vaya presa. Porque ése es el “detalle” decisivo, lo que a modo de síntesis diría que se debatió hasta la mañana del jueves en Diputados. Esa fue la pregunta que debía responder cada diputado a la hora de intervenir: ¿Va o no va presa? Lo demás se conversa.

Agrego algo más que creo que es decisivo: si va o no va preso el médico que decide la operación. Porque nada cambia si se le consiente a la mujer interrumpir su embarazo, para luego condenar al médico a la cárcel por hacerlo. O sea que, lo que fue la discusión práctica de fondo es si la mujer y el médico pueden interrumpir un embarazo sin por ello terminar entre rejas.

¿Aplaudo o no aplaudo a ese médico o a esa mujer? Que cada uno haga lo que mejor le parezca. La ley no legisla sobre simpatías personales. Decide qué es delito y qué no lo es. Esta semana en Diputados se decidió que el aborto no es un delito. Y sobre todo, quedó en claro que la diferencia a debatir no es la oposición al aborto, sino su despenalización; sacarlo de la crónica policial para incorporarlo a la agenda de salud pública.

En realidad, lo que se decidió fue legalizar aquello que de manera sórdida, oscura, culposa, se realizaba en la sociedad con sus consecuencias: muertes, mutilaciones, heridas irreparables. Les guste o no a los objetores, las mujeres abortan y seguirán abortando cuando lo consideren necesario, pero con un detalle: hasta la semana pasada la prohibición transformaba a esta decisión en un delito y habilitaba por bajo cuerda la industria millonaria de los médicos aborteros. Ahora empezará de dejar de ser así.

Por supuesto, acá también se establecían diferencias. Las mujeres con recursos podían disponer de algunas garantías; las pobres mujeres padecían las consecuencias de su pobreza. Señalaría que también para las mujeres con recursos económicos el aborto era una decisión dolorosa y humillante. Hoy existe la posibilidad que deje de ser humillante, porque dolorosa será siempre, y esto no es un detalle: abortar es una decisión difícil, en algunas circunstancias, trágicas y dolorosa, siempre.

No dejó de llamarme la atención la insistencia de los opositores al aborto en reclamar educación sexual. ¡Maravilloso y sorprendente! Y lo digo por la sencilla razón de que hasta hace pocos meses esa educación sexual incluido el preservativo y la pastilla, era rechazada con proverbial indignación por los mismos que ahora lo reclamaban para impedir el aborto.

De todos modos, ningún malabarismo verbal logró eludir la pregunta importante: ¿Va o no va presa la mujer que aborta y el médico que realiza la operación? Supongamos que se dan todos los presupuestos: educación sexual, información, consejos, pero ocurre que hay una mujer embarazada que dice que por motivos que pertenecen a su exclusiva intimidad decidirá abortar. ¿Qué hacemos? ¿Cárcel para la impía o respetamos su libertad? Pues bien, la Cámara de Diputados apostó a la libertad y a acompañar a esa mujer, sin añadir a su dolor la humillación, el desprecio, cuando no, la burla.

De eso se trata en definitiva. De respetar la libertad íntima de la mujer que decide interrumpir su embarazo. Un aborto nunca es una buena noticia. Si una mujer decidió dar ese paso es porque consideró que no tenía otra alternativa. Respetar la decisión íntima de una mujer colocada en ese lugar es lo que pretende la media sanción aprobada esta semana.

Mi amigo Marcelo O’Connor siempre me decía: “El aborto es cosa de mujeres”. No desconocía su dimensión social y religiosa, pero enfatizaba el aspecto que en última instancia es decisivo: al aborto solo lo puede practicar una mujer. Ella sabe lo que significa, ella es la que expone el cuerpo y, en más de un caso, su vida. ¿Educación sexual? Toda la que quieran. Pero sabemos muy bien que la vida es siempre un poco más complicada que un curso de educación sexual. Que la vida afectiva de una mujer es un universo con sus esperanzas y sus errores. Y una mujer queda embarazada. Pasa. Vaya si pasa. Admito que si hay educación sexual las posibilidades de quedar embarazada disminuyen. Pero aunque haya una sola mujer en el mundo que decida interrumpir su embarazo habrá que seguir respondiendo a esa pregunta: ¿Va presa o no va presa?

En definitiva se decide sobre penalizar o despenalizar. Buena palabra: la pena. Durante siglos la mujer debió cargar con la pena y su consecuencia, la culpa. La mujer embarazada soltera, era condenada al ostracismo social; era vejada, excluida, humillada, ningún agravio, ofensa y agresión se le negaba. Durante siglos ese fue su destino. Durante siglos la madre soltera fue considerada una puta y durante siglos, su hijo fue calificado con el estigma de bastardo.

Simone de Beauvoir en sus memorias habla de su amiga Saza, quien en circunstancias parecidas decide suicidarse. “A Saza la mató su educación”, escribe Simone. Y en efecto, esa educación fundada en la culpa y el miedo no solo mutila afectivamente, sino que mata. Recordemos. La mujer que tenía un hijo por fuera de las convenciones establecidas era apartada de su familia, expulsada de su trabajo o de su escuela. La ley que acaba de aprobarse viene a reparar esa historia de agravios, ofensas y martirios.

“Una mujer no es una incubadora”. La frase la escuché por primera vez en la Constituyente de 1994 en Santa Fe. Quien la dijo fue Guillermo Estévez Boero. Y por supuesto, una vez más ese digno político socialista tenía razón. Una mujer no es una incubadora.

¿Pero puede o no puede interrumpir el embarazo? Lo que decidieron los Diputados es que sí puede. ¿No esta matando a un niño? No, está interrumpiendo el proceso de gestación de un embrión. ¿No es un niño? Yo digo que no. Hay muchos que dicen que sí. Debate que podrá seguir desarrollándose hasta el fin de los tiempos. A mi criterio un embrión no es un niño, como una semilla no es un árbol o como un huevo no es una gallina. Podrá llegar a serlo. Hay un proceso que tiene sus etapas y las leyes diferencian esas etapas. Los países con la legislación social más avanzada del mundo admiten la distinción entre vida y persona: la unión del óvulo con el espermatozoide tiene vida, pero la categoría “persona” incluye la formación de aquello que como humanos nos diferencia de todas las otras formas de vida que hay en el planeta.

Quienes siempre defendimos la despenalización del aborto, considerábamos que un niño recién lo era cuando se separaba del vientre materno. Hoy admitimos que después del tercer mes hay una persona. Quienes se oponen al aborto deberían disponer de la misma flexibilidad. Algunos, lo han hecho; otros, lo están pensando; y algunos no lo harán nunca.

A estas diferencias, las sociedades modernas las deciden civilizadamente, es decir en democracia. Cada uno es dueño de sus propias convicciones, pero nadie es dueño de imponerle sus convicciones a los demás. ¿Liberal? Si, y a mucha honra. Precisamente esta ley viene a defender la libertad de la mujer a decidir. Importa decirlo: lo que está en juego en última instancia es la libertad o, parafraseando a Fromm: el miedo a la libertad. Respeto a quienes desde diferentes lugares se oponen al aborto, pero a continuación observo que con los matices del caso, la columna fuerte que sostiene esta causa es la misma que se opuso a la separación de la Iglesia del Estado, al voto de la mujer, al divorcio y al matrimonio igualitario. La libertad, y el miedo a la libertad, una vez más fue lo que estuvo en juego esta semana en el Congreso.