Bicentenario del gobierno del Brigadier

Estanislao López y las transformaciones de Santa Fe como capital provincial

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El Cabildo de la ciudad en el S. XIX.

Foto: Archivo El Litoral

Luis María Calvo

Durante los veinte años del gobierno de Estanislao López (1818-1838), la ciudad de Santa Fe tuvo importantes cambios promovidos por la política de obra pública emprendida por el Brigadier o por las transformaciones de gusto y modos de vida de los propietarios particulares.

En esas décadas, las manzanas del entorno de la plaza continuaban siendo las de ocupación más consolidada, notándose una tendencia a un mayor fraccionamiento de los lotes y a la densificación de la superficie construida. Nuevos barrios habían comenzado a generarse desde las últimas décadas del siglo XVIII y para 1820 la ciudad había superado el trazado fundacional (actual calle Juan de Garay) extendiéndose en torno a la capilla de San Antonio en el noroeste y del puerto en el noreste. En esos años la población urbana apenas superaba los siete mil habitantes.

Las obras públicas promovidas por el Brigadier

Durante el gobierno de López, se terminó el edificio del Cabildo, se reformó la iglesia Matriz (actual Catedral), se construyó el muchas veces postergado Hospital y se habilitó el Cementerio General. Aunque no podamos reconocer un programa deliberado, todas estas obras estuvieron orientadas a promover la nueva condición de la ciudad como capital de la provincia autónoma que López había afianzado desde la política y las armas.

Ya a finales del siglo XVIII, las autoridades capitulares habían insistido sobre la obsolescencia del viejo edificio del Cabildo y la necesidad de construir uno nuevo; sin embargo, no fue hasta 1813 que comenzaron las obras del nuevo edificio. El Libro de Fábrica del Cabildo permite documentar la marcha de los trabajos, pudiéndose observar que los trabajos se intensificaron a partir de 1820 y que todavía el 9 de enero de 1824 el gobernador Estanislao López acusaba recibo de la solicitud del Cabildo para continuar la obra. Aunque el Libro de Fábrica se cierra el 31 de agosto de 1825, puede suponerse que el edificio estuvo terminado algún tiempo antes y que para esa fecha ya estaba en uso. Si bien no se conserva el proyecto que sirvió para construir el Cabildo, Mario Buschiazzo hace notar que lo ejecutado se aproxima a un diseño presentado en 1787 con algunas significativas variaciones, ya que la fachada proyectada ese año se acercaba a formas de expresión propias del barroco popular hispanoamericano, mientras que la construida entre 1813/25 denota su filiación neoclásica, suprimiendo la torre-campanario y acentuando la axialidad mediante un frontis triangular.

Por intermedio de López, el párroco Dr. José de Amenábar obtuvo que Juan Manuel de Rosas dispusiera que el ingeniero-arquitecto de la provincia de Buenos Aires, Carlo Zucchi, viajara a Santa Fe para realizar un propuesta de reforma de la iglesia Matriz (hoy Catedral). Zucchi estuvo en Santa Fe en agosto y parte de septiembre de 1832 y diseñó un proyecto que modificaba el edificio que procedía de mediados del siglo XVIII ampliando el presbiterio, renovando la decoración interior y diseñando las fachadas principal y lateral. En ausencia de Zucchi, su proyecto fue ejecutado por Amenábar con el apoyo de López, bajo la dirección del maestro de albañilería Juan Gollán. En el lado norte de la Plaza, la iglesia dotada de una fachada con pilastras y frontis triangular según la moda neoclásica, se ponía en diálogo con el Cabildo ubicado sobre el borde opuesto del lado sur.

Ambas obras, las del Cabildo y de la Matriz, ponen de manifiesto la voluntad de renovación simbólica de los edificios más emblemáticos vinculados con el poder tanto político como religioso, y marcan una ruptura con las morfologías coloniales, instituyendo modelos de una nueva época en la que el neoclasicismo se asociaba a los valores republicanos.

A diferencia de las obras del Cabildo y de la Matriz, que adquieren especial significación porque introducen los códigos lingüísticos del neoclasicismo, la concreción del Hospital se convirtió en un acontecimiento no por sus valores arquitectónicos sino por el hecho en sí mismo de que su edificio se concretara a doscientos cincuenta años de fundada la ciudad. En 1822 el gobernador López ordenó su construcción y encargó la obra a fray Ramón del Pilar, de la orden religiosa bethlemita. Con ese fin, se destinó un solar en el barrio de la Laguna, en el extremo sur de la ciudad. Las obras comenzaron en mayo de ese año y el 18 de enero de 1823 el fraile hizo entrega del edificio concluido que constaba de tres grandes habitaciones cubiertas de teja con capacidad para treinta enfermos.

En el mismo orden de políticas vinculadas con la salud y la higiene, en 1830, López dispuso que se habilitara el Cementerio General junto a la capilla de San Antonio. Ubicado en el borde noroeste de la ciudad, fue el primero de la ciudad localizado fuera de las áreas de ocupación más consolidada, respondiendo a los presupuestos de la Ilustración el Higienismo y abandonando la costumbre insalubre de enterrar en iglesias y conventos.

Por último, entre las obras públicas vale destacar que López también dispuso la construcción del murallón del puerto principal, ubicado en el recodo del riacho Santa Fe en el noreste de la ciudad. Este murallón fue una obra de regular envergadura que se debió afrontar con serias dificultades financieras y cuyo objetivo fue el de contener las inundaciones.

Las viviendas en los tiempos de López

A principios del siglo XIX, gran parte de la arquitectura habitacional de Santa Fe procedía del período colonial y su producción había disminuido con la quita del privilegio del puerto preciso y más tarde con las guerras de la independencia y de defensa de la autonomía provincial. A partir de la tercera década, la estabilidad política y la paz alcanzada por López crearon condiciones favorables para el desarrollo de la ciudad. En ese momento, los cambios arquitectónicos más importantes pueden detectarse en dos niveles diferentes y contrastantes social y económicamente. En el extremo superior, se verifica la construcción de nuevas viviendas para algunas familias de la elite en las que se detectan con claridad transformaciones y rupturas respecto de la vivienda tradicional. En el otro extremo, el crecimiento de los sectores sociales más modestos requiere y genera pequeñas unidades habitacionales que empujan el trazado y el tejido urbano hacia las áreas de expansión en las manzanas del norte.

En el primer caso, la vivienda responde a los requerimientos de familias que mantienen estructuras patriarcales propias del pasado colonial, pero que comienzan a ensayar nuevas formas de sociabilidad. La propia casa del Brigadier es un ejemplo paradigmático de ese nuevo tipo de vivienda y el único que subsiste hasta el presente, pero también lo fueron las desaparecidas casas de Francisco Alzogaray (luego de Crespo), José Freyre, Juan Gualberto Puyana (más tarde Merengo) y algunas otras. Desde la iniciativa privada, las principales viviendas adoptan los techos de azotea, los volúmenes netos y las fachadas planas, despojadas de molduras, que permiten enfatizar y contrastar la presencia de los principales edificios públicos. En el segundo caso, las casas, más modestas, son promovidas por familias conyugales o nucleares que si bien hasta el momento han coexistido con las familias patriarcales, luego de la revolución se adaptan con mayor facilidad a los cambios que operan sobre la sociedad tradicional.

Ambas obras, las del Cabildo y de la Matriz, ponen de manifiesto la voluntad de renovación simbólica de los edificios más emblemáticos vinculados tanto con el poder político como el religioso, marcando una ruptura con las morfologías coloniales e instituyendo modelos de una nueva época en la que el neoclasicismo se asociaba a los valores republicanos.

La concreción del Hospital se convirtió en un acontecimiento no por sus valores arquitectónicos sino por el hecho en sí mismo de que su edificio se concretara a doscientos cincuenta años de fundada la ciudad. En 1822 el gobernador López ordenó su construcción y encargó la obra a fray Ramón del Pilar, de la orden religiosa bethlemita.