Tribuna de opinión

Todos somos ciclotímicos

J.M. Taverna Irigoyen

En el documento de identidad podría figurar como condición general, y no es broma. Porque así como suelen ser consignados color de ojos, de cabello, altura, señales particulares, etcétera, ¿por qué no, la no menos importante característica de ciclotímicos?

Si uno busca la palabreja en el diccionario, quizá no quede del todo satisfecho en la duda. Psicosis cíclica ligera de doble forma compuesta de dos períodos distintos, uno de excitación y otro de depresión, con oscilaciones más o menos regulares de humor compatible con la vida social y que no requieren la reclusión. El diccionario agrega que suele llamarse también psicosis maníaco depresiva.

La verdad es que solemos pasar de la alegría a una incomprensible tristeza, a veces casi sin darnos cuenta. Y sobre todo, sin saber a ciencia cierta a qué atribuir el cambio. Ello ocurre en la vida diaria, en el trabajo, en el hogar y en cualquier escenario en que transcurran las horas de una jornada. No es el lugar: es uno. No hay disparadores aparentes; todo bulle dentro, casi desapercibidamente.

Los dieciochescos hablaban del spleen (*), cuando tenían una tristeza a la que no lograban atribuir a algo. Pero ésa era una época romántica, en la que damas y caballeros podían aparentar languidez o desapercibimiento. Quedaba bien. Hoy día, el vivir exige conductas más precisas y, por qué no, severas. Como nunca, ya no es gratis vivir.

Que estamos sometidos a tensiones y a desniveles emocionales diaria y horariamente, no hay duda alguna. El duro oficio de vivir -como se lo llama con frecuencia- nos transforma, tantas veces, en seres desesperados. No aparece el camino o el camino seguido no era el que en verdad correspondía. De ahí a los paraísos artificiales, sólo un paso. Infortunadamente, sólo un paso equivocado.

Es indudable que biotipológicamente se nos clasifica en sanguíneos, coléricos, etcétera. Correspondemos cada uno -en su naturaleza genética- a tipos diversos que generalmente entran a grupos determinados. Aparte, solemos hacer una división más de entrecasa, al hablar que Fulano es optimista y Mengana pesimista. No son tipos, claro está, sino simplemente agrupaciones que responden a lo conductal, a la forma más habitual de seguir cada cual a los estímulos.

La ciclotimia, sin embargo, está en prácticamente todos los cuerpos. Es una respuesta que no sólo incomoda, sino aún retarda. El rendimiento puede estar disminuido, por lógica, cuando se está bajoneado y no se logran ubicar con claridad los propios reflejos. La ciclotimia (que aparentemente no tiene expresión pero sí identidad) hace de lo suyo y cambia un tanto a la persona. Para el ¿te pasa algo? a veces no hay respuestas lógicas, valederas.

En toda historia personal hay ciertos días negros que se prefiere olvidar. Toda historia personal no es una cadena eslabonada de la felicidología (ciencia infusa) como se podría suponer. Ocurre, sin embargo, que hay quienes enfrentan con mayor habilidad o estoicismo lo negativo. Saltan el abismo a su manera y logran alcanzar el otro lado, donde se sienten más seguros y dueños de sí. Sin embargo, son -como todos- seres ciclotímicos. Seres que logran dominar y dominarse frente a lo adverso. Y que fuera de fórmulas se dicen a sí mismos que el futuro no existe. Que el futuro es hoy.

(*) Estado de melancolía sin causa definida o de angustia vital de una persona.

Solemos pasar de la alegría a una incomprensible tristeza, a veces casi sin darnos cuenta. Y sobre todo, sin saber a ciencia cierta a qué atribuir el cambio. Ello ocurre en la vida diaria, en el trabajo, en el hogar... No es el lugar: es uno.