Tribuna de opinión

El traje nuevo del emperador: desnudar la realidad

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Ilustración: Lucas Cejas

Prof. Martín Duarte (*)

En su libro “El oficio de enseñar: condiciones y contextos”, Edith Litwin señala que el conocimiento de las grandes obras de la cultura universal nos reenvía una y otra vez a la complejidad de las relaciones humanas, a las grandes pasiones y a las debilidades, a la furia, a la envidia, al amor, al deseo, a la sabiduría, al poder. Sostiene que es posible entender estas emociones en una nueva dimensión a partir de la lectura de estas obras. Se trata de expandir las experiencias, de pensar y generar una actitud crítica. En el caso particular de las narraciones literarias, aprendemos “de” los relatos y “en” los relatos porque, luego de “transitarlos”, nuestro modo de ver el mundo y a nosotros mismos ha cambiado.

Tomemos por caso “El traje nuevo del emperador”. En este cuento, dos pícaros sinvergüenzas estafan al emperador que desea poseer el más bello e insólito traje jamás hecho. Estos fabuladores se hacen pasar por sastres, se presentan ante el gobernante con las manos vacías y le montan una farsa para apoderarse de sus tesoros: “Aquí tiene, su majestad, el más bello traje de todos los tiempos, hecho con hilos y telas sublimes que sólo los hombres inteligentes pueden ver. ¡Pruébeselo! Está hecho a su medida”. Para no quedar como un idiota, el emperador finge ver la ninguna-prenda que simulan sostener los falsos modistos. A su vez, los obsecuentes cortesanos le siguen la corriente a su jefe para no quedar expuestos como estúpidos; adulan al monarca y exaltan la belleza de un traje que no existe. El fraude toma dimensiones imperiales, todos los habitantes de la región están al tanto de las supuestas propiedades de la prenda y aguardan con ansiedad el desfile donde se la exhibirá. Llega el día esperado, el gobernante marcha altivamente desnudo por las calles de sus dominios pero nadie se atreve a evidenciarlo por miedo a ser tachado de mentecato por la multitud. De repente, un niño -“los niños y los borrachos dicen la verdad”- grita a pura carcajada: “¡El emperador está desnudo!”. Se expande el rumor, crecen los murmullos a la par de las risas y la humillación del mandatario. Los embaucadores se han fugado.

Este relato de origen oriental tiene varias versiones. Sólo por citar: la del Infante Don Juan Manuel (Ejemplo XXXII de “El Conde Lucanor” del siglo XIV); la de Cervantes (“El Retablo de las maravillas” del siglo XVII); o la de Andersen (“El rey desnudo” del siglo XIX).

Dice Luis Javier Plata Rosas -en “El teorema del patito feo...”- que en esta ficción se presenta la aceptación de una norma, una creencia o un comportamiento en los que nadie o casi nadie cree ni aceptaría seguir, de poder elegir, pero que por miedo a las sanciones o por mera presión social (ser excluidos, reprendidos o señalados por el grupo o la comunidad a la que pertenecen) deciden cumplir, o por lo menos aparentar hacerlo en público, aunque en privado hagan otra cosa. Los vasallos del emperador quedaron atrapados en lo que los psicólogos y sociólogos llaman “ignorancia pluralista.”

El cuento nos interpela: ¡saquemos el velo de nuestros ojos para desnudar al fanático que se esconde detrás de un supuesto líder religioso! Pensemos en David Koresh, el “profeta final” de los davidianos, quien predicaba -entre otros disparates- su derecho a tener 140 esposas, 60 mujeres como sus “reinas” y 80 como concubinas, sobre la base de su libre interpretación del Cantar de los Cantares bíblico; en el año 1993, Koresh sumergió a su grupo de fanáticos en el abismo de la muerte (54 adultos y 21 niños murieron junto a él en Monte Carmelo, Waco, Texas).

¡Saquemos el velo de nuestros ojos para desnudar al tirano manipulador detrás del líder democrático! Pensemos en Maduro que habla con el espíritu bolivariano de Chávez en forma de pajarito y que proclama una “Nueva era económica de la revolución socialista” mientras la inflación despedaza, desabastece y empuja al exilio a los venezolanos. En “El Litoral” del 21/9, un cordobés que vivió en Venezuela hasta hace poco y que escapó de la crisis porque no aguantaba más dice -a la manera del niño sincero del cuento del traje nuevo del emperador-: “Venezuela es un país rico, pero está mal administrado. Al Estado ha llegado gente que nunca ha tenido nada y de la noche a la mañana son millonarios. Cumplen el falso socialismo, porque mandan a sus hijos a estudiar al exterior o se van afuera a vacacionar. Son sólo una bandera política (...) El pueblo tiene los ojos vendados o les han lavado el cerebro. Muchos están en contra, pero la reacción es muy poca”.

¡Miremos con ojos críticos para apreciar la información que llega a nuestras manos! Consideremos el caso de las “fake news”: por ejemplo, el pasado mes de junio, veinticuatro medios de comunicación en Brasil unieron fuerzas (“Comprova” es el nombre de la alianza) contra las informaciones falsas que invaden Internet y las redes sociales, a las puertas de la elección presidencial del próximo 7 de octubre. Los periodistas de las redacciones implicadas fueron formados con herramientas para identificar y combatir la desinformación en Internet y las técnicas sofisticadas de manipulación de la opinión.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Lo cierto es que el cuento nos alerta sobre los riesgos de la adulación, de la postura servil de ciertos sectores, de los peligros de las posturas fanáticas que agigantan grietas.

Un traje inexistente a medida de los ilusos. La compra y venta de un buzón. Un relato de la realidad que no condice con ella. El cuento del tío (sastre). La profecía autocumplida. Los sortilegios de los vendedores de humo. En definitiva, se trata de desnudar la falsedad del emperador desnudo... Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia.

(*) Docente, escritor y productor de medios de comunicación.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Lo cierto es que el cuento nos alerta sobre los riesgos de la adulación, de la postura servil de ciertos sectores, de los peligros de las posturas fanáticas que agigantan grietas.