ORIGINAL COMPENDIO

Diccionario de palabras y frases de la costa santafesina

Fue realizado por el Profesor de Lengua y Literatura, Pablo Aranda, y sus alumnos de 1º y 2º año, recoge tecnolectos, cronolectos y sociolectos utilizados en Santa Rosa de Calchines y localidades aledañas.

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“Intervenir la lengua es proponer una práctica de justicia desde y hacia los estudiantes”, afirma Aranda sobre el proyecto que llevó a cabo junto a estudiantes secundarios.

Foto: Flavio Raina

 

Leonardo Pez

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Pablo Aranda es Profesor y Licenciado en Letras, que ejerce la docencia en la EESOPI Nº 2020 “San Isidro Labrador” de Santa Rosa de Calchines. Luego de dos ediciones, en agosto se reimprimió su proyecto personal y de cátedra bajo el nombre “Diccionario de palabras y frases de la costa santafesina” por Ediciones del Campamento, con ilustraciones de una ex alumna, Ayelén Robledo, y con aporte de la Comuna. Con un criterio pedagógico y político, el compendio reúne tipos verbales (sustantivo; sustantivo femenino; sustantivo masculino; expresión oral, frase; diminutivo; exclamación; adjetivo; adverbio; abreviación; sigla; verbo) que Aranda fue recuperando a partir de la experiencia docente y el aporte de integrantes de la comunidad costera.

Poner en valor

La idea de Pablo comenzó a tomar forma en 2010, año que ingresó como docente de Lengua y Literatura en 1º y 2º año del colegio emplazado en la localidad costera. “Mi experiencia personal fue un proceso de extranjerización: me encontré con la lengua hablada por mis alumnos como un otro. Antelo dice que un educador es, por definición, un metido, un entrometido, un heterometido. Me parece que fue eso lo que ocurrió: me metí en un uso del lenguaje que no era mío. Entonces, empecé a pensar cómo hacer de eso mi propia clase”. Y agrega: “el nombre del diccionario puede sonar a pretencioso, pero hay algo más sutil al hablar de costa santafesina. Permite identificar a los chicos y a las chicas que viven no solo en Santa Rosa de Calchines, sino también en Arroyo Leyes, en Rincón, en Cayastá o en Helvecia”.

—¿Qué otras etapas tuvo el camino hacia la publicación del diccionario?

—El primer trabajo se remonta a un blog que hice en 2011, donde los chicos intervenían a través de los comentarios. Yo agregaba las palabras y ellos las definiciones. Siguió una página en Facebook y después una revista mural que pegábamos en la escuela, lo que permitía visibilizar ese trabajo en el aula. En 2015 fue la primera materialización en objeto-libro, realizado con el aporte de la Comuna, lo que nos permite regalarlo a quien quiera tenerlo. La idea no es venderlo, sino darlo a conocer. Por ejemplo, una compañera se lo pasaba a otros docentes que iban a Santa Rosa. Los chicos me contaban también que se lo muestran a sus familiares cuando vienen de otro lado.

—¿Cómo fue el proceso de recolección y selección del material lingüístico?

—Lo primero que hice fue anotar en mi cuadernito las palabras que los chicos decían y que, para mí, no tenían posible sentido. Cuando fui a la sala de profesores, me encontré con lo mismo. Empecé a hacer un registro algo personal motivado por la curiosidad. Con el tiempo, pude articularlo en un proyecto de cátedra de un espacio curricular y fue ahí donde pude empezar a pensar la escritura de un diccionario de palabras y frases de la costa. Me parece interesante que el docente pueda construir y dar a compartir ese “artefactito”, como dice Ana Camblong, ese constructo que inventamos para estudiar lo que nos ocurre en el aula.

Al mismo tiempo, pensaba cómo dar los contenidos específicos de la materia en relación a este proyecto. En primer año, se dan clases de palabras; y en segundo, variedades lingüísticas. El diccionario tiene una clasificación de palabras y, además, trabaja con cronolectos de una franja etaria específica, con dialectos socio-regionales de la Costa y con tecnolectos propios de los pescadores y agricultores. La idea era recuperar ese material, ponerlo en valor y en discusión dentro de la clase, y que no sea una imposición.

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La escuela “San Isidro Labrador” donde es docente Aranda.

Foto: Archivo El Litoral

Hablame en indio

—En el artículo “Una apuesta a lo colectivo: diccionario de palabras y frases de la costa santafesina” publicado en la Revista Praxis (enero-abril 2018) de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa, hablás de la doble dimensión del proyecto: pedagógica y política.

—Intervenir la lengua es proponer una práctica de justicia desde y hacia los estudiantes. Bajtín habla de “acto ético” que sucede de manera responsable en la interacción entre los sujetos. También dice una frase que podría tener relación con el inicio del proyecto: “yo también soy”. La fuerza está en el reconocimiento del otro. Soy en tanto el otro es. Y creo que en este encuentro, que yo nombré como proceso de extranjerización, yo soy docente porque los chicos me hacen docente. La identidad es un concepto que tiene que ver con reconocer al otro y se puede trabajar en relación con la diferencia.

En relación a la lengua, el concepto de la identidad se vincula con el de dialecto. La identidad se da en los discursos, y siempre en relación a un otro. Me parecía que el dialecto de los pibes y la lengua posibilitaban pensar su constitución identitaria ligada al espacio en el que les toca vivir. Freire dice que “hay que aprender el lenguaje con el que los chicos se defienden, con maña, de la violencia del mundo”. También me resonaba esa idea en las clases, cuando escuchaba frases como “enllavar”. ¿Qué es eso? Nosotros en la ciudad decimos “cerrar la puerta”. Pero, para mí, esa frase tan simple tiene relación con la comunidad de Santa Rosa de Calchines.

—En ese sentido, se hace hincapié en la memoria como identidad de una comunidad.

—Es interesante porque el diccionario puede ser pensado como el cementerio de las palabras. Persigue un supuesto significante, pero en realidad lo que hace es cancelar otro juego de significantes. Este diccionario pretende posibilitar otros significantes, no uno final. Mis alumnos leen un diccionario que les traigo de la biblioteca y yo no sé si se reconocen en él. Pero agarran éste y algo de ellos pueden reconocer. Hay un trabajo de memoria, de recuperación y de salvar del olvido las palabras y las frases que usamos y que constituyen la identidad en espacios pequeños.

Hay una frase que dice “hablame en indio”. Tiene un significado profundo porque ahí se asume una configuración subjetiva externa: ¿quiénes son los que nos dijeron indios y qué nos quieren decir con eso? Hay un trabajo sobre esa frase, que también se pone en discusión. En el manifiesto de la Reforma Universitaria se habla de “una vergüenza menos y una libertad más”. De eso se trata: de reconocer que hablamos así, sin vergüenza, revalorizando el habla propio de los estudiantes.

—¿Cómo fue la participación de los chicos en el proceso de escucha?

—La escucha cruza todo el proyecto: los escucho a ellos, y después, ellos se reconocen en esto que otro escucha. En el proceso de extranjerización, es un otro el que viene y te mira, porque el propio no sé si nota esto. Cuando los chicos leen el diccionario, abunda la risa. La risa cuestiona aquello que tomamos como serio, o el lenguaje directo o “verdadero”. Uno de los trabajos que tenían que hacer los chicos era la escucha en sus casas, hablar con sus padres y abuelos. Cuando voy a los negocios del pueblo, también hay algunas mujeres que participan y dicen anotá esta frase, ¿sabés qué significa tal? Eso habilita la escucha y es importante para poder identificar las palabras, la frases y qué es lo que nos quieren decir el uso que se hace de ellos.

Época

—Además de los usos propios de la zona, el diccionario incorpora palabras y expresiones de la época.

—Si lo leés en Santa Fe, vos decís “pero los chicos acá hablan así”. Sí, claro. Es algo que me pone en discusión lo del diccionario en esta época: lo regional en un contexto de aldea mundial de las redes. Trabajar sobre lo propio me parece que va a contrarreloj de lo que sucede en la actualidad. ¿Qué es lo propio para los chicos? Lo propio es decir frases que dicen pibes en Buenos Aires. Lo que hace el diccionario es enfocar en el espacio común, más que abrir el foco. El trabajo individual es un elefante en movimiento, y me parece que el trabajo colectivo va a contrapelo de esa idea de individualidad tan celebrada. Que descubran de dónde viene eso que asumen como propio, y que esta forma de nombrar los espacios es más propia del lugar en donde viven que aquella que parece evidente a través de los medios.

—A lo largo de la obra, se apela al lector utilizando una de las variantes del lenguaje inclusivo, la letra X ¿Qué posición tenés al respecto?

—Creo que el diccionario debería tener una revisión en términos del lenguaje inclusivo y en cuanto a los géneros. Yo estoy a favor del lenguaje inclusivo. El lenguaje, al crear, visibiliza e invisibiliza. El lenguaje inclusivo pone en discusión la desigualdad en aquello que tomamos como evidente. Cuando llego a la escuela y digo “buen día, chicos”, no pasa nada, las chicas asumen ese espacio de invisibilización. Pero las veces que he entrado y he dicho “buen día, chicas”, los varones saltaban a reclamar su espacio. Que ninguna chica diga “profe, no me nombró” es asumir esa evidencia como una norma. Nos interpela a todos, todos estamos aprendiendo en relación a eso.

—En el apartado final, se invita a los lectores que quieran hacer su aporte con palabras y frases de la costa. ¿Hay una idea de ampliar nuevamente el diccionario?

—Ahora estamos trabajando en agregar palabras o frases que nombran espacios geográficos de manera informal. Dentro del pueblo, los chicos y las familias los nombran de esa forma: hablan de La Loma Pelada o Cruce Zapata. Si uno viene de afuera no sabe a qué lugar hace referencia. La islita, la isleta y la isla son tres espacios distintos que tienen la misma palabra con alguna variación. Lo interesante de la clase es explicitar ese uso, porque hay un conocimiento implícito del funcionamiento de la lengua que los chicos tienen. Y el diccionario, me parece que facilita esa explicitación. Entender la lengua como una imposición. Qué podemos decir y hacer con esta lengua que nos impusieron.

Hay dos movimientos en las escuelas que creo que el proyecto podría discutir: sospecho que las escuelas ven diferencia donde hay desigualdad; y después, las escuelas también borran las marcas sociales y culturales de los alumnos. Creo que trabajar sobre la palabras que usan chicos y chicas permite, quizá pretenciosamente, correrse de ese borramiento que hace la institución sobre la marca que traen los estudiantes.