Sobre “En la memoria vivos”, de Julio Gómez

A manera de prólogo

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Julio Gómez.

Foto: Flavio Raina

Por María Luisa Ferraris

Cuando Julio me propuso que presentara su libro en ocasión de la Feria del Libro, realizada durante el mes de septiembre, tuve una especial alegría. Con Julio y Teresita nos conocemos desde los años de nuestra bella y alegre juventud. Participábamos de los mismos grupos de jóvenes y nos solíamos encontrar en distintas reuniones. Recuerdo que, una vez, Julio fue convocado para dar una charla a nuestro grupo acerca de la lectura, del acto de leer (él ya era un gran lector en aquellos días). No tengo en mi memoria todo el contenido de su exposición pero sí recuerdo con gran nitidez lo que dijo del prólogo, de su importancia, de su rol en el libro y además nos sugirió volver sobre él al finalizar la lectura de la obra para ver coincidencias, alternativas, explicitaciones.

Y esto vino a mi memoria, al darme cuenta de que este libro de Julio, “En la memoria vivos”, no tenía un prólogo. Sí, lo tienen sus obras anteriores que conozco: “Razón de mí” y “Reinos sin olvido”. En este nuevo poemario, las dos partes que lo conforman se inician con magníficos versos de César Bisso y de Jorge Luis Borges que, de alguna manera, brindan el contenido temático nodal de cada serie de poemas. Pero no había un Prólogo general. Tampoco un Proemio o una Introducción o Palabras preliminares, que no son lo mismo que el prólogo pero que conforman el paratexto y que, junto al prólogo, colaboran con el lector en la comprensión e interpretación de la obra. De todos modos, el prólogo no es obligatorio ni inevitable ni imprescindible ni tampoco es siempre necesario o vinculante. Es, desde mi punto de vista, una puerta que se abre al lector para su ingreso al cosmos de una creación literaria, un umbral desde el que se avizora un mundo nuevo, un espacio también creativo que linda la obra.

Por eso pensé, y con la licencia que espero me dé el autor, que estas palabras podrían funcionar (humildemente) a manera de prólogo oral. Trataré de dar la mano al lector para que abra la puerta, cruce el umbral e ingrese al mundo surgido de la brillante mente, de la exquisita pluma y de la profundidad del alma de su creador. Porque estos poemas no son mera forma literaria, sino un “lugar de encuentro entre la poesía y el hombre”, “poesía erguida”, en palabras de Octavio Paz.

En el epígrafe inicial de la primera parte, dice César Bisso que “... cada poema representa un instante no perdido”. Y creo que ésta es la intención más íntima del poeta. Conservar el instante, el momento significativo en relación con la vida, con el amor, con la nostalgia y con la muerte, para derrotar el paso del tiempo y el olvido. La idea y la experiencia de la muerte se presentan fuertemente en estos poemas iniciales: la tumba y las cenizas constituyen la dimensión más material del final de la vida. Sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, este tema alcanza dimensiones místicas a través de la consideración de la eternidad y de Dios, impregnándose de un tinte dantesco esperanzado al alcanzar la contemplación divina en toda su gloria. “Sin ocaso”, como bien dice el poeta en el último poema de esta serie.

Del otro lado, el tema de la vida, manifestada en el trabajo, en la naturaleza, en los amigos, en los lugares conocidos... Y en íntima comunión con la belleza bajando de su trono, con el amor y, más precisamente, con el amor carnal expresado en hermosas imágenes y sutiles metáforas. Como en el poema “Marea” donde el mar es un mar humanizado que, en un impulso de amor furioso, busca, devora y finalmente reposa en un gozo esperanzado. Todo el poema representa el impulso vital que remite al sentido bíblico del agua como dadora de vida en clara antítesis con las cenizas, imágenes de la muerte.

El mar en su incesante movimiento/ tu playa busca entre las rocas duras.

Vendrá por ti, enhiesto de aventuras,/ si al alba sopla su encrespado viento.

La relación dialógica vida-muerte enlaza en la constante temática del paso del tiempo. Un tiempo lineal que todos transcurrimos y que desemboca en la certeza de la inevitable desaparición física, más allá de nuestras creencias o ideologías. Sin embargo, el poeta señala claramente, ya en el título de la obra (“En la memoria vivos”), la tangente a través de la cual recuperarnos del olvido, que es la muerte: la memoria. Y aquí radica la razón de ser, de intentar perdurar el instante en el poema, para no morir del todo, para dejar constancia de que hemos vivido, de lo que hemos hecho y de lo que hemos sido, más allá de los ojos que nos vieron.

Y en esta constante temporal se inscribe toda la segunda parte de la obra: “Las horas intermedias”, aquellas que quizás han transcurrido en los pliegues de las historias mínimas de estos hombres y mujeres que parieron la gran Historia de la Patria. Los momentos en los que, habiendo cesado por un instante el tremolar de la batallas y la altisonancia de los discursos y envainado el “íntimo cuchillo” hasta la próxima montonera, estos personajes se manifiestan en la disyuntiva de sus pensamientos y en sus laberintos interiores como pequeñas criaturas azotadas por los vientos de la vida, comunes a todos los mortales.

La justificación de estos poemas viene conferida por las palabras de Borges: “El pasado es arcilla que el presente/labra a su antojo. Interminablemente. Ésta es la materia, la memoria de esos instantes intermedios sospechados o imaginados, entre el vestíbulo y el ágora”. Y la forma, el poema, “yesca de Dios [que] arrasa la palabra”, como lo definiera Beatriz Vallejos.

Aquí, los grandes personajes sometidos al juicio de la Historia, aparecen en camisa, deshechos de la carnadura del bronce, en las periferias de su propia grandeza. La Delfina, Cabral, San Martín, López. Lavalle, Urquiza, Elisa Brown y Sarmiento muestran sus propios recovecos interiores interpelados por la Historia y por el otro, en la propia conciencia, porque “cada uno conoce la sombra cruel que lo persigue”. Estos poemas redefinen la actitud dialógica del héroe, lo ponen de frente al otro en la disyuntiva histórica y marcan su sino. El reclamo heroico que emparenta con el mito, la aceptación del trágico destino, la advertencia del peligro y la traición, la culpa, el juicio, el castigo y el amor, aún “más poderoso que la muerte”, son las marcas de los distintos personajes.

El poeta se asume omnisciente. Es el demiurgo de un cosmos cuyos múltiples significados e identidades nacen en las raíces de nuestra Historia y cabalgan con el ritmo interior de cada poema, más allá de la forma que éste adquiera. Parafraseando a Machado, podríamos decir que, en estos versos, Julio Gómez-poeta, establece su propio diálogo con nuestra Historia nacional, desnudando la razón de sí de cada personaje histórico en la encrucijada de su tiempo.

Creo que ésta es la intención más íntima del poeta. Conservar el instante, el momento significativo en relación con la vida, con el amor, con la nostalgia y con la muerte, para derrotar el paso del tiempo y el olvido.

Del otro lado, el tema de la vida, manifestada en el trabajo, en la naturaleza, en los amigos, en los lugares conocidos... Y en íntima comunión con la belleza bajando de su trono, con el amor y, más precisamente, con el amor carnal expresado en hermosas imágenes y sutiles metáforas.