Entrevista con Corina Rodríguez Enríquez

“En Latinoamérica, el trabajo de las mujeres es un amortiguador de la crisis”

La economista, docente de la Universidad de Buenos Aires, dialogó con El Litoral sobre la desigualdad de género en contexto de crisis y las políticas de cuidado.

10-A-DSC_0794.jpg

“Que madres y padres tengan la misma licencia evita cualquier tipo de discriminación”, asegura Rodríguez Enríquez.

Foto: Mauricio Garín

 

Rubén A. Sánchez

[email protected]

Corina Rodríguez Enríquez es economista y doctora en ciencias sociales. Ejerce la docencia en la cátedra Economía y Género de la Universidad de Buenos Aires, y es también investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Visitó nuestra ciudad en el marco del curso “Gestión e innovación en gobiernos locales”, organizado por el Centro de Estudios Municipales y Provinciales (Cemupro). Y compartió su experiencia y conocimientos con El Litoral.

Cuidados

—¿Qué significa el tema de tu charla: “Hacia un sistema integral de cuidados: sujetos de derecho”?

—Es una reunión en el marco de un curso más extenso, y tiene como objetivo conversar sobre el cuidado y cómo desde las políticas públicas se puede atender esta demanda de toda la población. Esta noción de cuidado refiere a esta idea de que los seres humanos son vulnerables, todos necesitamos cuidados de diferentes características y magnitud a lo largo de nuestra vida. Y lo que se viene mostrando es que la forma actual de organización social en ese sentido tiene un carácter injusto, porque las responsabilidades al respecto están distribuidas de manera desigual. Para romper esto, hacen falta políticas públicas, entonces este sistema refiere a esto: un conjunto integrado de políticas que buscan atender las necesidades de cuidado que permitan que socialmente organicemos el cuidado de una manera justa.

—¿Estas políticas públicas deben estar acompañadas de un cambio cultural? ¿O son justamente las políticas las que propician el cambio?

—Yo creo que hay un aspecto bidireccional. Estoy convencida de que las políticas públicas pueden acelerar cambios culturales (un ejemplo claro es la ley de identidad de género o la del matrimonio igualitario), que vinieron a aterrizar en cambios sociales hacia la aceptación de formas diversas de vida que ya venían sucediendo, y estas leyes aceleraron esos procesos. Con las políticas de cuidado puede suceder lo mismo: hay un proceso social en que las formas de cuidado van cambiando, donde fundamentalmente los roles van cambiando. El cuidado está muy vinculado con roles de género, socialmente hay roles históricamente atribuidos a mujeres y varones, donde las mujeres históricamente han asumido muchas más responsabilidades. Esto ha ido variando, hoy los varones están mucho más dispuestos a asumir más responsabilidades de cuidado que antes. Sin embargo, estos procesos son lentos, aunque particularmente con la cuestión del cuidado lo que se ha visto es una marcha muy acelerada de cambio respecto de la participación de las mujeres en el trabajo productivo. Nos hemos ido incorporando al mercado laboral, pero un proceso mucho más lento es el de incorporación de los hombres al cuidado. Lo hacen lentamente, entonces las políticas públicas de cuidado pueden acelerar este cambio, y pueden generar condiciones para que esta redistribución de cuidado entre personas fluya, donde estos roles históricamente asignados se transformen más rápido. De todas formas, las políticas de cuidado sin estas transformaciones culturales son inefectivas.

—¿Como por ejemplo?

—Hoy, la licencia por paternidad en Argentina es de 2 días. Se la puede extender a 15 o a 30 pero si socialmente se sigue considerando que el padre no tienen nada que hacer al lado de su hijo o hija recién nacido, los hombres no se van a tomar esa licencia. O si los hombres si quieren tomar esa licencia y los compañeros de trabajo se burlan de él, quizás no lo haga.

—Sin embargo, estas políticas públicas se han visto reflejadas también en una avanzada y organización de grupos conservadores...

—Es lo que ha pasado con la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). La proximidad de la sanción de la ley generó una resistencia de grupos antiderechos muy virulenta. Esto que comentas sucede, y creo que la temática de los cuidados, que lenta pero persistentemente se ha ido metiendo la agenda, también genera una reacción desde sectores que tienen valores mucho más tradicionales. Entonces lo que surge es que las políticas de cuidado hacen que “las madres ya no cuiden”, que es un concepto equivocado. Lo que buscan estas políticas es generar las condiciones para que todas las personas podamos elegir, y que no nos veamos obligados por los mandatos sociales, condiciones materiales o posibilidades institucionales a estar obligadas a cuidar o a no poder cuidar. Y es esperable que haya reacción de grupos que tienen construcciones mucho más tradicionales, yo creo que eso también es un proceso y que socialmente debería decidirse a través de mecanismos democráticos cual es la forma que la sociedad elige para organizar el cuidado.

Uruguay

—¿Cuáles son los países a imitar en sus políticas de cuidado?

—El ejemplo paradigmático siempre han sido los países escandinavos como Suecia, Noruega, Finlandia. Hace muchos años que tienen políticas de corresponsabilidad social muy sólida, licencias muy extensas, servicios públicos de cuidado infantil de calidad, y otras políticas de género que buscan paridad. Hablar desde América Latina de Suecia, Finlandia y Noruega es como hablar casi de otro planeta, pero ahora tenemos un ejemplo mucho más cercano que es Uruguay. Un país próximo y muy parecido a Argentina en muchos aspectos, y hace algunos años que viene construyendo un sistema de cuidados. Hace una década se instaló en la agenda de debate en Uruguay, porque lo que hubo fue un trabajo desde la sociedad civil con organizaciones feministas que pusieron el tema en la agenda y consiguieron impulsarlo. Con un gobierno receptivo a estas construcciones sociales que tomó el tema y que lo instaló como un tema de política de Estado, fue muy importante en la última elección en Uruguay, todos los partidos tenían el sistema de cuidados como un tema principal de campaña.

—¿Cómo es el sistema de cuidados en Uruguay?

—Tiene mucho que ver con incluir a los hombres en el cuidado y en el derecho de los hombres a cuidar. Porque se hace énfasis en las dificultades que nos genera a las mujeres esta responsabilidad de asumir el cuidado y queda invisibilizado el hecho de que los hombres que quieren cuidar no pueden hacerlo en estas condiciones. El sistema es un sistema integrado, por lo que incluye regulaciones y políticas de formación de cuidadores profesionales. Hubo una extensión de la licencia por paternidad, y lo que se llama “licencia parental”: está disponible para madre y padre, y no están asociadas con el nacimiento sino con la crianza. Es una licencia de medio tiempo durante los seis meses primeros de vida del hijo. La aplicación de las licencias por paternidad buscan evitar la discriminación contra las mujeres en el mercado laboral, por eso el paradigma de las licencias es que sean iguales e intransferibles. Que madres y padres tengan la misma licencia, para evitar cualquier tipo de discriminación.

Desigualdad

—Hace algunos meses los medios cubrían que era la intención de grupos de mujeres incluir una agenda feminista en el G20 ¿Esto fue posible? ¿Por qué sería bueno que ocurra?

—Esto es parte de un proceso en el que se viene construyendo, en un colectivo de organizaciones, una agenda feminista sobre los temas económicos. El planteo es que el programa feminista es un programa político de una construcción de otro mundo, entonces no se limita sólo a temas de violencias o salud sexual y reproductiva. A las feministas nos interesan todos los temas y estamos convencidas de que hay una relación muy evidente entre la dinámica económica y las dinámicas sociales, y que si queremos vivir en una sociedad más justa tenemos que modificar estas dinámicas que llevan a la desigualdad, por eso nos involucramos. El G20 tiene su cumbre de líderes, pero además tiene unos grupos de afinidad que se abren a la sociedad civil para que se eleven propuestas a los líderes de estos países. Uno de estos grupos se llama W20 (Women 20), y estos grupos de afinidad tiene su propia cumbre. La W20 tuvo su cumbre en septiembre en Buenos Aires, y lo que hicimos allí fue tratar de incidir en el W20 para que el comunicado que este grupo sacó incluyera nuestros mensajes y preocupaciones. Y a su vez una resistencia callejera más radical en el sentido que está bien que abran un espacio, pero como feministas expresamos nuestra oposición a las políticas que los líderes del G20 promueven, estamos en contra de esta globalización financiera capitalista que reproduce todas estas desigualdades. La agenda feminista es también una agenda anticapitalista, cierto sector del feminismo pensamos así. Pensamos que la igualdad y la corresponsabilidad de los cuidados y oportunidades de vida no se pueden concebir en el marco de las relaciones capitalistas y mucho menos en el marco de un capitalismo que predominan las políticas neoliberales, de extrema flexibilización.

—¿La crisis económica golpea más a las mujeres que a los hombres?

—La evidencia demuestra que hay impactos diferenciales, y son razonables porque las dinámicas económicas funcionan en un terreno atravesado por las relaciones de género, que implican que las mujeres ocupemos en relación con los varones posiciones de desventaja: participamos menos en el mercado laboral, más en empleos precarios, ganamos menos ingresos y hacemos más trabajos no remunerados. Las situaciones de crisis empeoran todas esas manifestaciones de desequilibrio del sistema, por eso cuando hay una crisis económica se destruye empleo, bajan los salarios, se precariza más el empleo existente, y aumenta el trabajo no remunerado porque el Estado se repliega. Entonces, esas responsabilidades se trasladan al hogar y allí es donde las mujeres lo atienden. Si lo quisiéramos sintetizar es que en los momentos de crisis implican una mayor presión sobre el trabajo de las mujeres. Entonces se ve con bastante claridad que, en América Latina, el trabajo de las mujeres es un amortiguador de las crisis tanto en el mercado laboral, como en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.

  • La agenda feminista es también una agenda anticapitalista. La igualdad y la corresponsabilidad de los cuidados y oportunidades de vida no se pueden concebir en el marco de un capitalismo en el que predominan las políticas neoliberales, de extrema flexibilización”.

Corina Rodríguez Enríquez

Economista