Cosmovisiones

Las otras puertas

Por Carlos Catania

Hace un tiempo escribí que el hacinamiento de erudición sin talento creativo produce seres patéticos que oprimen las “cosas” sin saber luego qué hacer con ellas. Engordar con aire ajeno, masticar lo masticado, batir las ideas, dar vuelta el guante para decir lo mismo, se me antoja tarea de obsecuentes sin pizca de imaginación. Recolectores, no intelectuales. Me quedo con el culto analfabeto, cuyo silencio clama.

Eso pensaba (y quizás me estaba “proyectando”), pero me obligo, de tanto en tanto, a repensar mis afirmaciones, puesto que sólo soy un ser humano acosado de dudas y contradicciones, con el pie en el estribo sin atreverme a montar de una vez, bien que respeto las palabras de Karl Popper en el sentido de que hay que estar atentos a si debemos o no impugnar ideas establecidas, ya que la verdad no se descubre; se va descubriendo, dice, en un proceso interminable. Por lo tanto, toda verdad es provisional: dura mientas no es refutada.

Si bien lo que menciono al comienzo es enunciado como ejemplo, sigo manteniendo ese criterio. Pero hay muchas afirmaciones, a lo largo de mi vida, que pongo a menudo en tela de juicio, esforzándome por no parecerme a esas falsas entelequias, productos de la fe o de la superstición, ajenas a toda racionalidad, que conservan su “ideología” en cajas fuertes impenetrables del cerebro.

Me pregunto si a nosotros, los argentinos, nos ha llegado por fin la hora de perforar ciertas compuertas que nos limitan, permitiendo así que nuevas concepciones del mundo, aunque al comienzo las consideremos insidiosas, tengan cabida y consideración en nuestro entendimiento. No se me escapa que tal operación suena a utopía, pero qué le vamos a hacer. En estos tiempos, los sueños constituyen el antídoto (virtual) de una realidad harto confusa. Y se entenderá que incluyo a la política únicamente de refilón. El problema, desde la noche de los tiempos, está instalado en el corazón del hombre.

Creo haber dicho alguna vez que toda teoría acerca de los nuevos comportamientos adoptados por el ser humano moderno, está limitada por la existencia de seres muertos de hambre, cuyos dilemas inmediatos no encajan en moldes de antropología cultural. De manera que abrazar una totalidad es una falacia. Todo examen de las puertas herméticas, tras las cuales atesoramos nuestras debilidades, ha de tener en cuenta que la sociedad contiene universos sociales disímiles, donde las palabras de uno pueden carecer de sentido para el otro. En otros términos: la weltanschauung de un rico no tiene nada que ver con la de un cartonero.

En una sociedad hipnotizada por imágenes que suplantan anímicamente a semejantes de carne y hueso, en la que el batifondo de la ostentación, la catarata diaria de información (en la que prevalecen los hechos delictivos y las peleas de gallos políticas), el frenético consumo, la mendacidad, el solipsismo, los miedos... se perfilan una existencia que, con tantos acompañamientos, agoniza en un desierto tibio. Rutilantes entretenimientos a la carta disipan buenas intenciones. Pareciera que estamos condenados menos a penetrar la vida que a gastarla en una pulsión vertiginosa de “experiencias”; un zapping histérico, atolondrado, en los dominios del vacío. Eso de abrir solamente las puertas de hojalata es un fenómeno milenario, acrecentado hoy día, en época de técnicas y ciencias destinadas a mejorar la vida. Muy extraño todo esto. Extraño y proceloso.

¿De verdad creemos vivir el presente más libremente y sin represiones? Tengo mis dudas. Quizás ésa sea sólo la aspiración tras la cual jadean esclavos de mente y voluntad. Tal vez la sumisión se ha vuelto inconsciente; esclerosis irreversible, no cuenta ya con el desdén: el fuego rebelde carece de combustible. La sangre de la mayoría se muestra licuada. Hasta la palabra emite silencios.

No ignoro que estoy repitiendo conceptos ya emitidos en otras notas. Pero las redundancias son aptas para mantener ciertas convicciones o, en todo caso, desecharlas. Ocurre que determinados pensamientos, como en la psoriasis, si uno los rasca pican más. Como quiera que sea, el aspecto de nuestra cultura (y civilización) infunde el deseo compulsivo de examinarla, bien que uno no es juez sino víctima, expuesto a todas las implicancias del Error.

Al menos puedo inferir que las puertas condenadas son de material invulnerable, pero también que nuestra especie necesita de una conciencia inquieta permanente que le permita sacudir ese quietismo lúdico que nuestra época, con sus traiciones, silencios fúnebres y aparatitos antivida le ha implantado como administradora de sus miedos. Se trata, sin duda, de una nueva visión y, como en el enfrentamiento con todo lo nuevo, se necesita una gran fortaleza. En suma, se trata de rebelarnos contra aquello que apunte a convertirnos en esclavos satisfechos. Una esclavitud sin honor.

El que te dije ya me está desacreditando como optimista teórico, pues planteo un problema que, en un examen de superficie, no se acredita como problema. Y, si lo fuera, no tiene solución. Le respondo que los problemas sin solución son los que despiertan mayores esperanzas y han mantenido en vilo a innumerables generaciones entregadas a una “pasión inútil”. Este servidor admite que usa muchas palabras para decir poco. Pero siempre es posible prestar oídos a las grandes mentes que nos inspiran. Verbum sapiente sut est (“una palabra es suficiente para el sabio”).

Quizás ésa sea sólo la aspiración tras la cual jadean esclavos de mente y voluntad. Tal vez la sumisión se ha vuelto inconsciente; esclerosis irreversible, no cuenta ya con el desdén: el fuego rebelde carece de combustible. La sangre de la mayoría se muestra licuada. Hasta la palabra emite silencios.