Reflexiones

¿Bailamos?

Carla E. Korol Ribles (*)

Sobre la mesa mi vida misma, el desorden, los libros, la agenda, los vasos de cerveza y el envase. La pantalla de la PC es lo único que nos ilumina en la penumbra. Es que queremos vernos, pero no. Es que ya dijimos que no vamos a vernos más, pero como la fuerza de un imán que atrae los cuerpos de alguna manera terminamos juntos. Alcanzo a notar su silueta, lo veo y no. No puedo ver sus ojos ni sus intenciones, pero sí sentir su perfume, escuchar sus palabras, entender su sonrisa.

Se acabó la cerveza, voy a buscar más, y cuando vuelvo me sorprende.

—¿Bailamos? -me dice, y su cuerpo se entrelaza con el mío, siento su piel, su perfume, su olor. También su desesperación, su no querer estar acá, pero estar. Lo leo en su cuerpo, en sus movimientos, también lo leo en mí.

—¿Sabés que a mí me encanta bailar? -le digo suavecito al oído, y él me abraza más fuerte, me abraza para que los males se vayan, para ahuyentar lo que nos separa, me abraza para esa sensación sea eterna, lo siento, lo sé.

Termina la canción y nos alejamos, pero la complicidad ya se instaló, y ya sabemos los dos, que nuevamente, ésta no va a ser una despedida, porque otra vez nos reconectamos, aunque no queremos, aunque estamos tratando de desenchufar este motor todo el tiempo.

Viene él y lo desenchufa, yo atrás lo enchufo. Después caigo en la realidad de esta locura, y voy yo a desenchufar, y él de alguna manera se las ingenia para volver a enchufarlo. Y así estamos, en este baile, que no es real como el de esta noche, sino un baile metafórico que nos destruye a ambos, porque sabemos que no se puede. Y entonces nos enojamos, y nos peleamos, y nos decimos cosas feas, somos irónicos, somos hirientes, prometemos no vernos más, pero es una excusa, una mala y pésima excusa para que el otro se aleje aunque sabemos que eso no va a pasar.

—Lo que más disfruto con vos es lo carnal -me dice- pero no la carnalidad que podés imaginar, lo que más disfruto con vos es dormir la siesta -me comenta al pasar mientras me acaricia el pelo violeta y revuelto, y yo me hundo en su pecho como para quedarme con su olor. Como cuando Mateo se refriega en mí, sabiendo que me voy por varias horas a trabajar.

“Déjate querer loca”, me dijo una vez. No entiende (o no sabe) lo difícil que es para mí que me quieran. Prefiero huir, llorar, enojarme, pelear, porque tengo miedo. Miedo al rechazo, miedo al abandono.

Sin darnos cuenta se hizo de día y entra claridad por todos lados, de repente ya no somos siluetas, pero sí nuevamente dos extraños.

—Quédate a dormir -le ruego, como siempre.

—Me tengo que ir, ya sabes cómo son las cosas...

Y ahí otra vez quedo yo, perdida en su rechazo y abandono, preguntándome cuándo este motor se va a quedar sin batería.

(*) Lic. en Psicología.