Peisadillas

Vagando por las calles

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El “Doctor Leoni” era parte del paisaje humano de ese paseo peatonal que comenzaba en calle Buenos Aires hasta “La reina de las fajas” que estaba situada frente a la Iglesia del Carmen.

Foto: Archivo El Litoral

Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Soñé que soñaba despierto, y que me veía soñando la nada, tecleando espabilado y enajenado.

Una de las razones de la sinrazón de mis sueños risueños es la escasez de una línea argumental... la aparente irresponsabilidad o irrespetuosidad que se desprende de la lógica linealidad del razonamiento estructurado mella por donde se lo mire o lea, es, ni más ni menos, en donde reside el irresistible encanto de lo absurdo, es la irremediable atracción de la audacia y del desparpajo irreflexivo. Y como si no quisiera, la noción viene y se va en acrobáticas piruetas acariciando viejas ideas y antiguas emociones, nuevas invenciones ya creadas, recreadas y requeridas (re-queridas por mí).

Mi primer concepto se bifurca descomponiéndose en mil palabras, puntos y comas, tiempos verbales encastrados a destiempo..., es que las Peisadillas desarreglan las reglas sin medir las consecuencias.

Orillando el pensamiento emocional -ilógico- las imágenes se me vuelven nítidas y están listas para inundar el deshabitado monitor que descansa brillante y vacante frente a mis ojos. Esa rayita vertical que titila, denominada cursor, que espera muda a que mis dedos activen las teclas que luego serán letras y que una por una completarán la palabra que desencadenará irremisiblemente en una de las oraciones que derivará en párrafo, y luego otro, y otro, más otro...

Atrás quedó la birome o la lapicera de fuente que sobaba el papel en garabatos ilegibles, más atrás quedó la Olivetti o la Remington con su monocorde tac-tac-tac en reducidos espacios llenos de humo y ceniceros a tope de colillas aplastadas, la infaltable taza de café, el “mataburros” lleno de marcas e improvisados señaladores caseros. No faltaba, aún después de haber ordenado, el desordenado revoltijo de papeles que empapelaban el escritorio compartido.

Después de tanto barullo originado en mi testa dura de viejo testarudo y desplegado en el papel (virtual), luego de tanta anarquía alfabética, de tantas idas y venidas sin rumbo fijo, la palabra que definirá hoy la idea primordial de mi rutina sabatina es: “Saudade”.

“Saudade” es una palabra portuguesa (“saudachi” sería el aproximado fonético), y su significado refiere a recuerdos llenos de emociones y melancolía, como así también denota un deseo de bonanza y buena vibra, una nostalgia positiva y plena de gozo, un anhelo sin angustias ni congojas. Para mí es como si fuera una palabra musical, plena de armonía, será que íntimamente la asocio a esa musicalidad y alegría tan propia de los brasileños, o porque mis recuerdos re-locos siempre están llenos de felicidad y de regocijados momentos especiales. También espaciales.

Tener “Saudade” del antes suena a viejo choto.

Soy un abanderado del “viejochotismo”, en estas épocas donde la grieta generacional es un inmenso canal que se agranda minuto a minuto, donde los de treinta son unos apendejados pendeviejos para los adolescentes de veinte, y que los cuarentones son unos ridículos veteranos que se visten como si tuvieran quince años, que los abuelos de antes eran unos dinosaurios y que los de ahora se creen que tienen cuarenta y que realmente son unos viejos decrépitos que se sienten jóvenes pero que no dejan de ser antiquísimos gerontes resucitados de un museo de cera.

Así estamos. Ni uno para todos, ni todos para ninguno. Tendríamos que unirnos más.

Tener “Saudade” de mi ciudad suena a “Paseo del Sur”. Palabras de alegría, saludos sinceros, abrazos firmes y bien dados. Olores a colonia inglesa y a flores recién cortadas.

Los sábados de mañana el paseo se volvía peatonal, si la memoria de fiel representante de la cuarta edad y melancólico desilustrado no me falla, comenzaba desde calle Buenos Aires hasta “La reina de las fajas” que estaba situada frente a la Iglesia del Carmen. Parte del paisaje humano de esos paseos matinales era el infaltable “Loco Leoni”, que por pedido suyo quería que se refirieran hacia su persona como “el doctor”. Entre tanta y variopinta humanidad, algunos de esos “Doctores” eran aquellos políticos que caminaban mezclados entre el gentío. Eran tipos reales y lo maravilloso era que sus sonrisas no eran de afiche partidario. Tendríamos que reírnos más.

Por estos días he vuelto a caminar las calles de la peatonal por sugerencia de Nicolás, mi hijo, y por exigencia de mi bolsillo, enflaquecido por la inflación actual. La satisfacción es doble, no gasto en nafta, y cargo mi tanque emocional con la energía que me brinda el auténtico cariño de la gente, su amor es mi gasolina Premium. Sin plomo.

Gran elección ya que he vuelto a ver otra vez caras y a encontrar gente con la que hacía mucho que no nos mirábamos a los ojos ni nos tocábamos en un cándido abrazo. Tendríamos que mirarnos más.

Tener “Saudade” de lo que vendrá suena a Ray Bradbury. Recuerdos del futuro. Sin olvidar lo pasado. Consideremos lo que vamos a hacer para mejorar nuestro presente en el futuro cercano. Tendríamos que pensar más.

Más atrás quedó la Olivetti o la Remington con su monocorde tac-tac-tac en reducidos espacios llenos de humo y ceniceros a tope de colillas aplastadas, la infaltable taza de café, el “mataburros” lleno de marcas e improvisados señaladores caseros.

Tener “Saudade” de mi ciudad suena a “Paseo del Sur”. Palabras de alegría, saludos sinceros, abrazos firmes y bien dados. Olores a colonia inglesa y a flores recién cortadas.