Peisadillas

Dudas y deudas

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San Valentín era un sacerdote de la primera iglesia romana, que antes de ser canonizado era “Don” Valentín, y vino a poner la cabeza a los asuntos del corazón. Valentín quedó preso del amor, y como tal, perdió la cabeza... y se ganó el cielo. Foto: Archivo El Litoral

Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Volví a soñar que no podía soñar... en ese sueño dudaba si ponerme a soñar o quedarme sin sueño. Estaba mi Peisadilla tan poblada de dudas que no cabía la menor duda. Era una superpoblación de dudas, y ante la creciente duda, no quería alimentar esa duda con nuevas dudas. Por la dudas, me permití dudar, pues ya sabemos que dudar es no dar crédito a algo y damos sin dudar por sabido que si uno va a buscar un crédito es más por las deudas que por las dudas. Y que por las dudas a veces uno va a pedir un crédito para tapar alguna/s deuda/s por dudar de lo que puede llegar a venir.

Permita usted señor/a dudar de esos señores que son un montón de despreocupados que se los ve muy ocupados en otras ocupaciones, despreocupadamente y sin ocuparse de lo que realmente preocupa a muchos desocupados.

Permita usted señor/a dudar del clima, si ese teléfono inteligente que usa la gente avisa que el día está soleado y un sol hermoso, radiante sobre un estridente color celeste flamea sonriendo desde la pantallita y cuando uno alza la vista se encuentra que la lluvia arrecia recia sobre los desabrigados torsos huérfanos de paraguas y camperas. Yo no tengo de esos teléfonos, el mío tiene botones, es pequeño y a prueba de múltiples golpes, la pantalla es mínima y sólo me avisa cuando suena que está entrando una llamada, y a veces, si mi sueño no es muy pesado, me despierta con su alarma digital. Yo no sé si es único en su tipo, lo que sí sé, es que quien lo usa es un tipo único.

Permita usted señor/a dudar de los festejos del amor, si en la casa donde preside el gato, desde los tejados colgaron una gigantografía de “Romeo y Julieta” como símbolo del festejo del amor. El Macriting falla. Señores/as, no hace falta ser muy ducho en la materia para darse cuenta que el amor entre esos jóvenes adolescentes fue un cruento cuento que relata el amor trágico, nacido desde la grieta del odio entre dos familias, cuyos acontecimientos terminan con el fatal suicidio de estos dos tortolitos. No hay que ser muy versado en la materia para entender que el odio triunfó sobre el amor...

San Valentín era un sacerdote de la primera iglesia romana, que antes de ser canonizado era “Don” Valentín, y vino a poner la cabeza a los asuntos del corazón. La historia refiere que el emperador Romano Claudio II Gótico creía que para formar un gran poder militar, sus soldados no tenían que estar atados a la mujer (no especifican las leyendas si las ataduras son esas que cuentan que eran más fuertes que la yunta de bueyes), así que usando todo su imperialísimo poder decretó que sus soldados (que eran profesionales) no debían casarse.

Don Valentín, toro viejo para los asuntos del corazón, se dispuso a burlar la orden imperial y se armó el kiosquito del amor en las bodegas de las cárceles romanas, donde casaba en secreto a los soldados duros de músculos y flojos de corazón. El Emperador no tardó mucho tiempo en darse cuenta que los querubines del amor rondaban el palacio militar e hizo apresar a Valentín. La tradición oral cuenta que lo hizo decapitar, las leyendas -y luego las acciones de la iglesia antes de canonizarlo- relatan que antes de morir realizó el milagro de devolverle la vista a la hija nacida ciega de su carcelero. Valentín quedó preso del amor, y como tal, perdió la cabeza... y se ganó el cielo. Brindemos por el amor en todas sus formas y estadíos.

En la literatura el amor y las bebidas alcohólicas van de la mano, a veces abrazados y muchas veces entreverados. San Valentín vivió en el siglo III y murió un 14 de febrero, cien años más acá en el tiempo y de la época en que Valentín hacía de casamentero, en la antigua Roma cada 15 de febrero se festejaban “Las Lupercales” o “Lupercalia”. “Las Lupercales” eran festividades regadas de vino que se suponen eran rituales de fecundidad y purificación orgiásticas y depravadas, donde los jóvenes iniciaban su vida sexual en una carrera por toda Roma recibiendo de forma voluntaria los latigazos del cuero del carnero sacrificado en honor al Fauno Luperco. Hacer el amor después del amor.

“En el vino la verdad”. En “el champagne el amor”. Si toda esta Peisadilla pareciera que es una apología del vino que me deja como un beodo conocido, les cuento, señor/a, que me vino de un sueño donde dos autos chocaron de frente, la autoestima y la autocrítica. No desestimo la crítica si se me critica la estima. Es mi filosofía, y le pongo el pecho, como “la Filo - Sophia Loren”.