Peisadillas

Del yerro al Fierro

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Martín Fierro por Juan Arancio. Foto: Archivo El Litoral

Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

“Aquí me pongo a soñar, a la sombra de la noche, que al soñador lo desvela, un cacerolazo imaginario, que como argentino maltratado, con un dólar se consuela...”. Mi somnoliento homenaje a los versos del Martín Fierro. Si José Hernández viviese, constataría en actas y por actos, que sus versos gauchescos representan los viejos vicios de la ley y la justicia, y que, cuando eran nuevos, ya estaban de moda en una Argentina que apenas gateaba. En nuestra Argentina, lo que se hereda, también se roba. O viceversa.

En días de arrepentidos y de fiscales en rebeldía, en días de congreso de lenguas y de presidente lenguaraz, criticado jerarca enojado presente en todos lados pero ausente de la realidad, en días de dólares rebeldes y de tasas alzadas, yo me dejo llevar por el sueño adscripto a la inmediatez de la fantasía quimérica de mis Peisadillas.

Ácratas e imprevisibles ellos me arrastran inevitablemente a la endiablada irrealidad del pasado que se presenta ahora. Suena la bordona lamentosa en la guitarra de femenina forma que espasmódica en sus manos llora dolores de patria: “La ley es tela de araña, y en mi ignorancia lo explico, no la tema el hombre rico, no la tema el que mande, pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos”, canta el gaucho en su miserable vida de prófugo. Se me representa la señora Justicia, de nombre Iustitia, que disimuladamente introduce su dedo índice en la venda que cubre su mirada, la levanta levemente hasta que uno de sus ojos queda al descubierto, y ella, impoluta, marmórea e imparcial, mira de soslayo con solapada complicidad para hacer el bien, pero mirando a quien. La Argentina de la justicia desajustada; del gobierno del ajuste; de la población que se ajusta el cinturón.

Las noticias te la cuentan, cuentan cuentos de cuantiosos contertulios, de concilios y conciliábulos consagrados a conseguir consejos corajudos para congresos consecuentemente consabidos, conectados a complejos y calculados crímenes cometidos consuetudinariamente. Me cacho en die.

En un rincón, y a la primera de cambio, y no a “la primer” (sic) como dijo nuestro Presidente, (que reconocemos no es muy ducho en eso de hablar utilizando correctamente la lengua castellana), paseó su acotada verbigracia, de no tan florida verba, por el Congreso Internacional de la Lengua Española que en estos días se celebra en la vecina provincia de Córdoba, y quedó expuesto que muy poco conocemos unos de otros... En el otro rincón, el Rey Felipe VI, supongamos, empleando la buena leche que por estos días escasea, que fue por nervios; o por mala lectura momentánea; y quizás (siendo mal intencionado), por ignorancia; pero imaginemos que en la realísima biblioteca que debe existir en el Real Palacio de la Zarzuela, los lomos de los reales libros que descansan en sus reales anaqueles denuncian en dorada tipografía: “J. L. Borges”... ¡cómo iba a saber que era Jorge! Hay que entender que en la madre patria uno de los nombres más comunes es “José”. Tanta riqueza del lenguaje no es al Pepe, Borges.

Mi sueño es itinerante, es un sueño gitano, de carretas coloridas, disfrazados de luces. Nómades de nacimiento, ellos germinan, crecen, se reproducen, mueren y reencarnan en otros sueños.

Soñar en este inmenso Parque de “Divisiones” es para valientes, la vuelta al mundo es para unos pocos, apenas si algunos llegan a una “vueltita Low Cost” los autitos chocadores ya no chocan, el valor de la nafta los hace inoperantes, ya sé, algunos me dirán que funcionan con electricidad, bueno, el valor de la energía eléctrica los hace inoperantes; las Tacitas (tasas) locas se elevan a alturas vertiginosas. La montaña rusa del valor del dólar hace descender vertiginosamente a nuestro ya devaluado peso. Mal que nos pese, nuestro peso no pesa. Y él espera que ella se defina, y ella espera que él se desinfle, y ellos esperan que ellos no vayan, y los demás esperan que nadie esté, y todos esperan que hagan algo...

Suspira melancólicamente el “encordao” de la “vigüela”, se templa la pava sobre el rescoldo del agónico fuego, sisea vaporosa y acompaña quejosa los versos del gaucho Fierro:

“Mas Dios ha de permitir

Que esto llegue a mejorar,

Pero se ha de recordar

Para hacer bien el trabajo,

Que el fuego pa’ calentar,

Debe ir siempre de abajo”.