Peisadillas

Re-cuerdos de un amnésico re-loco (II)

20-001.jpg

El Peiso en sus primeros pasos por la radio “historiaba” los informes. Las autoridades le recomendaron: “Señor Peisojovich, es mejor que haga un programa para los jóvenes, pero hágalo con seriedad y respetando las estructuras...”. Foto: Gentileza Carlos Mario Peisojovich

 

Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

“Souvenir” es la palabra francesa que se utiliza para definir un recuerdo, pero la verdadera connotación que le damos a esa palabra hermosa es la que entendemos como a ese objeto que uno trae de otro lugar para constatar que se estuvo allí, en algunos casos, también definimos y asociamos a una bagatela que algunos parientes/as o amigos/as nos traen de sus paseos, que generalmente, (aunque no quiero generalizar), es comprado en las últimas horas del susodicho viaje, a las apuradas, y para repartir a discreción entre familiares y amigos. El “souvenir”, (esa cosa recordatoria), no deja de ser un regalo, se lo adquiere para los seres queridos, por amor sincero o por compromiso ineludible, o para sí mismo... es que después de todo, ese objeto no hace más que asociar algo vivido con ese objeto, y más allá del valor nominal, lo que vale es lo que representa para aquel que lo posee. Las remembranzas no solo están asociadas a esos objetos, sino que son disparadores, es algo así como ese botón que acciona la máquina de los recuerdos.

Y cuando se activa el botón, que no es rojo, acude otra palabra foránea de musicalidad infinita de la que ya hablé en alguna Peisadilla pasada, la palabra “Saudade”, otra de esas palabras que tocan el corazón por su ritmo, su fuerza y su connotación. Y “saudade” no es un recuerdo, pero se parece, porque “saudade” es la sensación melancólica pero feliz de recordar un lugar o una cosa.

Estas dos palabras son el estado de ánimo que tenemos los viejos; esos seres longevos que deambulan lento, pero motorizados por la rememoración, de recuerdos, de historias para transmitir y para enseñar, con amor y empatía, a veces densos en la explicación, quizás, (seguramente) faltos de detalles o exageradamente lleno de florituras verbales y adjetivaciones dispensables, nunca iguales, siempre dispuestos a pelear contra el olvido y la desmemoria.

Al apretar el botón de la memoria, recuerdo que hace dos ediciones pasadas de mis Peisadillas les compartí la historia de mis primeros contactos con la radio, de mi amor por la radio como oyente. Primeramente como oyente colateral, ya que escuchaba lo que escuchaban mis viejos, y después, como oyente activo... De ahí a ser parte de la misma solo bastó el tubo de una aspiradora, ese artificio me sirvió para fantasear que era un avezado locutor, de voz joven y cristalina, que presentaba música desde un “tocadisco Winco”, me colocaba uno de los extremos en una oreja y con el otro extremo en la boca a modo de micrófono, paralelamente tenía la radio encendida de fondo y mezclaba mis palabras y mi música elegida con el sonido real de la programación emitida en ese momento. Tenía 14 años y mi futura vocación se manifestaba a boca de jarro.

Finalizando los años 50’ tuve la oportunidad de mirar escuchando la radio en vivo y en directo, fue amor a primera vista y para toda la vida... Iba con mi barra a ver los radioteatros que se llevaban a cabo en el ex Cine Colón, que no sólo se emitían por radio LT9, sino que el público tenía la oportunidad de estar en contacto con ellos, reírse, emocionarse y aplaudir. Me acuerdo un par de títulos clásicos que se dieron en aquellas sesiones del género, por ejemplo obras como: “El león de Francia”, o “Alto Paraná”.

En los 60’, volví de Buenos Aires con una inmensa bolsa de experiencias a mis espaldas, algunos cursos en el I.S.E.R (Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica), y entre las manos un “Geloso”, ancestro del grabador de cassettes, pero con rodillos de cintas magnetofónicas externas. En aquel “Geloso” traje las voces de quienes serían los futuros “Les Luthiers”, en ese entonces se llamaban “I musicisti”, tuve la grata y orgullosa tarea de reproducir por primera vez en la radiofonía argentina el “Teorema de Thales”, gracias a la dirección del “Di Tella” que me permitió enchufar el aparato y grabar en ese momento los inicios de la base de los que serían los actuales genios del humor nacional e internacional en lengua hispana.

Mi prima Silvia, sabiendo lo que la radio significaba para mí, me dio la idea de escribir unos guiones para un programa de radio promocionando C.O.V.E.D (Cuerpo Organizador de Viajes de Estudios de Derecho), el programa se llamó: COVED, Los Museos y la Música, el programa fue apadrinado por Eduardo Gudiño Kieffer, quien además me dijo que “Libreteara” algo para las mañanas de la Radio LT 10 Radio Universidad. Yo la bautizaba al aire como “la Diversidad Racional del Litoral”.

Entré en las noticias, “histrionaba” los informes, y ahí tuve mi primer traspié con las autoridades... “Señor Peisojovich, es mejor que haga un programa para los jóvenes, pero hágalo con seriedad y respetando las estructuras...”.

Fue mi primer paso en la Radio y un gran paso para mi vida profesional. Continuará...