Crónicas sueltas

De la Rúa en la historia

Rogelio Alaniz

I

Fernando de la Rúa seguramente será evaluado por su presidencia, cuyos resultados negativos parecen eximir de mayores comentarios. Sin desconocer la consistencia de este juicio, señalo a continuación que a una trayectoria política de más de medio siglo no se la puede juzgar exclusivamente por esos dos años. De la Rúa fue legislador y jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires y en todas estas circunstancias su desempeño no sé si fue excelente, pero fue bueno, por lo menos así lo consideraba el electorado porteño que durante muchos años manifestó hacia él una adhesión casi incondicional. Discutirán los historiadores si su moderación provenía de la virtud cívica o de la mediocridad, como decían con tono burlón algunos de sus impiadosos objetores. Ironías y sarcasmos al margen, lo que no se puede desconocer es su compromiso democrático, su respeto a las libertades y a las virtudes del estado de derecho. Decía que los historiadores no podrán desconocer que durante más de veinticinco años fue el político reconocido y admirado por el electorado porteño. Este itinerario seductor se inició en abril de 1973 derrotando al candidato peronista Marcelo Sánchez Sorondo, una victoria electoral que adquirió particular relevancia porque en ese año nada parecía contener al aluvión peronista. En la década del noventa, con un radicalismo declinante debido a la crisis de 1989 que precipitó la renuncia de Alfonsín cinco meses antes de concluir su mandato, De la Rúa era el único dirigente que ganaba elecciones y derrotaba en elecciones limpias a las principales espadas del peronismo, y en 1999 se dio el lujo de ser el candidato no peronista que por primera vez le ganó las elecciones a un gobierno peronista. También habría que destacar su austero y discreto silencio después de su renuncia.

II

A partir de su muerte, De la Rúa es historia, historia que los historiadores deberán escribir porque hay varios interrogantes en esta gestión que aún no se han develado. Más allá de estas peripecias, políticamente podría decirse que el fracaso de su gobierno fue el fin de su vida política. Al respecto, importa señalar que su responsabilidad no exime de culpas a quienes lo acompañaron, radicales y dirigentes del Frepaso, algunos con comportamientos decididamente desestabilizadores, en tanto la renuncia de Chacho Alvarez a la vicepresidencia no merece ser calificada de otra manera. Al respecto hay un amplio consenso en admitir que esa renuncia precipitada y oportunista no solo hirió de muerte la legitimidad de la Alianza, sino que precipitó el fin de la vida política de Chacho Alvarez, en tanto la sociedad nunca le perdonó una renuncia que consideró una deserción o algo peor. Junto con la renuncia, quedó pendiente la presunta coima a los senadores a través de la mítica Banelco, un episodio que en su momento fue escandaloso y que más allá de los fallos judiciales, sospecho que lo más importante aún no se ha dicho o no se ha esclarecido.

III

La muerte de De la Rúa reanima el debate acerca de la calidad del gobierno de la Alianza. Y más que debate, los interrogantes y las perplejidades que provocó el fracaso de una gestión que se inició con los mejores auspicios y las esperanzas más dulces. Tengamos presente que De la Rúa llega a la presidencia de la Nación liderando una coalición o frente que decidió democráticamente a través de una interna su candidatura. Su gabinete fue considerado “de lujo”, sobre todo para quienes se identificaban con el progresismo de aquellos años, virtudes que incluían la oposición intransigente al gobierno de Carlos Menem impugnado por su escandalosa corrupción. Sus ministros fueron entonces Federico Storani, Rodolfo Terragno, Ricardo López Murphy, Graciela Fernández Meijide, José Luis Machinea, a los que habría que agregar algunas de las principales espadas del peronismo antimenemista como, por ejemplo, Chacho Alvarez, Juan Manuel Abal Medina, Aníbal Ibarra, Nilda Garré y hasta el propio Luis D’Elía. Efectivamente, para los ideales progresistas y modernizantes de la época, fue un gabinete de lujo. Y sin embargo, si hay una certeza a la hora del balance, es que fracasaron. ¿Solo De la Rúa es el responsable de ese fracaso? Una interesante pregunta para reflexionar políticamente. La experiencia de la gestión de gobierno como tal merece consideraciones acerca de las dificultades que presenta la coyuntura y que limitan las acciones e incluso las buenas intenciones de los gobernantes. Se sabe que un estadista es alguien capaz de lidiar con las adversidades en los momentos más difíciles, un piloto de tormenta que lucha contra la tempestad y conduce el barco a aguas calmas. Desde ese punto de vista, las responsabilidades del gobierno de la Alianza y de Fernando de la Rúa son insoslayables, pero ello no impide al historiador tener presente los rigores de las circunstancias. Que a Domingo Cavallo, el protagonista central del menemismo de los noventa, le haya entregado el Ministerio de Economía el gobierno que se presentaba en la campaña electoral como el superador de aquella experiencia, fue una de las tantas paradojas de ese tiempo.

IV

Este año, 2019, el 9 de julio “cayó” martes como en 1816. Sin embargo, importa destacar que fue el sábado 6 de julio a la tarde cuando se celebrará esa reunión secreta en la que Manuel Belgrano brindará un informe acerca de la situación europea, “el mundo” de entonces. El saber particular de Belgrano provenía de su estadía en Europa durante todo 1815, y su trato con diplomáticos, monarcas y políticos de las cortes y despachos ministeriales europeos. Había llegado a Tucumán el viernes 5 después de protagonizar refriegas políticas y militares en Santa Fe y los congresales querían conocer su opinión acerca de las condiciones internacionales, antes de tomar decisiones políticas trascendente. El informe de Belgrano no fue muy optimista para las Provincias Unidas. Fernando VII había retornado al trono, Napoleón había sido derrotado definitivamente después de sus exasperados cien días, la Santa Alianza reivindicaba las monarquías absolutas y consideraba forajidos a los revolucionarios americanos. En su estadía en Europa, Belgrano, junto con Manuel Sarratea y Bernardino Rivadavia, maniobró intentando ganar el reconocimiento para las revoluciones del Río de la Plata. Una de las estrategias fue la de convencer a alguna “testa coronada” para que aceptase ser declarado rey en una monarquía constitucional. Hubo idas y venidas, pero finalmente los candidatos a ese imprevisto reinado rechazaron las ofertas y declararon su lealtad a Fernando VII. O sea que el escenario internacional nos era tan desfavorable que hasta se suponía inminente la llegada de una flota militar enviada por Fernando VII. A este panorama desalentador se sumaban las acechanzas realistas en el Alto Perú y la disidencia del federalismo del litoral. Sin embargo, la conclusión de Belgrano era que no quedaba otra alternativa que declarar la independencia, algo así como una huida hacia adelante. A la declaración de la independencia, Belgrano sumaba la constitución de un sistema monárquico que finalmente no fue aceptado por los congresales. El “monarquismo” de Belgrano -como el de San Martín- hay que entenderlo en el contexto de la época y en el marco de una Europa restaurada, por lo que toda legitimidad debía pensarse a partir de una monarquía. Lo que importa señalar es que al momento de declarar la independencia en la sala de la casa de Francisca Bazán de Laguna, los congresales prestaron particular atención al panorama que brindaba Belgrano después de sus misiones diplomáticas en Europa. La pregunta para concluir es la siguiente: si en 1816 era importante y en algún punto decisivo, saber lo que ocurría en el mundo para tomar una decisión independentista, ¿cómo se pude desconocer doscientos años después la gravitación, y a veces la primacía, de las condiciones internacionales a la hora de emprender las más diversas iniciativas?