De los diputados

Cuando se degrada la palabra se violenta la democracia

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Eduardo Di Pollina

  • PS

En el siglo V a.C., los atenienses inventaron una nueva forma de organización política fundada en el principio de igualdad, según el cual todos los ciudadanos podían participar en el ejercicio del poder. Es así que, sobre los resquebrajados cimientos del viejo orden aristocrático y el antiguo ideal del guerrero-heroico de la epopeya homérica, los antiguos griegos construyeron esta novedosa forma de organización que llamaron democracia, y en el mismo proceso crearon un nuevo sujeto político: el ciudadano libre.

Los ideales de libertad e igualdad ante la ley sobre los que se asentó el nuevo orden requerían de nuevas armas. A las antiguas, de uso exclusivo del guerrero-aristócrata, fue necesario anexar otra tan o más poderosa: la palabra que, fuera del palacio y el templo, comenzó a circular en estos nuevos espacios que inauguraba la democracia.

La plaza pública (el ágora), la asamblea y el teatro fueron los escenarios donde palabra (logos) se hacía imprescindible para convencer, persuadir, argumentar y movilizar, como en el caso de la tragedia, pasiones y reflexiones. El nuevo espacio público que la polis ateniense inauguraba, colocaba en el centro de la escena la habilidad en el manejo de la oratoria y la retórica. De la polis ateniense nacía, junto a la democracia, la política para la cual se hacía imprescindible esa palabra que pudiera persuadir, generar adhesión y crear consenso.

¿Hay posibilidad de democracia si esa palabra fundante, posibilitadora de la argumentación y el debate de ideas, se degrada al punto de vaciarse de todo contenido? Sócrates, el hombre más justo de Atenas, fue condenado a tomar cicuta también por una acusación falsa, según nos cuenta Platón, y cabe preguntarse si fue ése, el principio de la decadencia de la democracia ateniense. La lucha por el sentido no es una novedad, sin embargo, hoy la disputa parece favorecer a quienes, en nuestras sociedades de masas, han monopolizado un factor decisivo en ese campo de batalla que es a esta hora la comunicación y la utilización en su provecho los sofisticados algoritmos de la llamada red de redes.

Hay que recuperar el sentido de la palabra y llenarla de aquellos valores sobre los cuales los antiguos atenienses primero y los pensadores ilustrados después, sustentaron el proyecto todavía inconcluso de construir un orden basado en la igualdad, la libertad y la fraternidad.