Peisadillas

Che pibe, vení, botá

missing image file

Llevamos 36 años consecutivos de Democracia, que ya está en edad adulta. Como nunca antes en nuestra historia, aprendimos que con nuestro voto decidimos quiénes son los que nos van a gobernar durante cuatro años. Foto: Pablo Aguirre

Carlos Mario Peisojovich

Mis Peisadillas, lo he dicho en contadas oportunidades, son extemporáneas; mi vida ha sido extemporánea, muchas veces en mis sesiones de radio fui intempestivo, tuve comportamientos inconvenientes a los ojos de las autoridades y de aquellos que trataban de llevarme por el camino correcto de la locución y de las buenas costumbres en los escenarios, platós y estudios de radio y TV. Fui incorrecto, rebelde, insumiso y gambeteador de las opciones que se me presentaban ya establecidas para los cánones sesentistas y setentistas de los medios santafesinos. Pero está presente y siempre estuvo presente en mis venas; no me sumo a la mayoría, siempre busqué reestablecer los límites, soy políticamente incorrecto diciendo las cosas con una sonrisa que simula ser graciosa para cantarte con una risotada una verdad inaceptable si se la tomara seriamente. Así deambulo yo, con mi locura a cuestas, mi rebeldía añosa me sigue acompañando, ya sin la polenta que antes era más visible, pues los años pasan, pero con la misma energía de los veinte en un envase de setenta y pico.

Nunca fui sedentario, me moví con una curiosidad nómade por todos los medios de Santa Fe, y cuando me tocó irme a España, lo hice del mismo modo. La década del setenta se me desplegó como un abanico ante mi espabilada experiencia argentina de aquellos difíciles años. Fui testigo directo, en medio de los medios españoles, de los últimos años del “franquismo” y de la desfachatada alegría y libertad desatada en los ochentas del llamado “Destape Español”, todo este bagaje de vivencias, entre un lado y otros del océano Atlántico, hicieron de mí un despelote andante, pero también me enriqueció y me dio la oportunidad de descubrir y encontrar las fuerzas vivas de una sociedad que se reencontraba con la incertidumbre y la alegría de vivenciar lo que el mundo tenía para ofrecer en esos años. En mi amada Argentina ocurría lo contrario, yo salía con mi familia para España en 1974, el país se sumiría a la larga noche del proceso, las ideas se irían aplastando por las botas miserables de un Estado que bajo estrictas prescripciones del llamado “Plan Cóndor” se ocupaban de lo que la gente debía pensar, cómo actuar y con quién se deberían alinear para no vivir sobresaltos, o no vivir. Fue una época difícil, y en mi condición de rebelde de los medios, de estrafalario conductor de música joven, de personaje alocado que gustaba de hacer teatro, organizar recitales y de joven irrespetuoso del orden establecido, decidí irme, bajo el consejo de un joven pero experimentado Bernardo Neustadt que me dijo “Pibe, yo que vos me rajo”, y rajé. Cargué mis pantalones hechos a medida de lona comprada en tiendas de telas, de camisas bochincheramente coloridas, de zapatos de taco alto que simulaban mi corta estatura, mi cabello largo sumamente criticado por una sociedad de pensamiento y comportamiento casi castrense que veía con muy malos ojos a la juventud “perdida” y a mi familia “tipo”, una esposa y tres hijos.

Desde el otro lado del charco, iba siendo testigo de todo lo que sucedía en Argentina, muchas de las noticias me llegaban de primera vía por amigos que se llegaban hasta España, o por cartas que me mandaba mi vieja con algunos recortes de diarios y revistas.

Viví con mucha tristeza y angustia con la gesta de Malvinas.

Tengo una pequeñita anécdota de una pequeñita movida que hicimos junto con un gran amigo irlandés, fue en los días en que la “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher, fue a despedir a las tropas al puerto de Londres, y mientras los altavoces y las familias allí reunidas cantaban “God save the Queen” y “Sailing” de Rod Stewart, fuimos con mi amigo Sammy O’ Connor a la Rambla de Tarragona, cada uno con un cartel que decía “Not War”. Fue la movilización más pequeña e ínfima de la historia de las guerras entre países, pero valió la pena, nunca me sentí más cerca de los chicos que fueron a Malvinas desde tan lejos, y Sammy, católico del norte de Irlanda, se sentía orgulloso de acompañarme en esa movida, cada uno movilizado por sus propios intereses patrióticos.

Comenzaba la Democracia, y los argentinos iban a votar con la alegría de saber que comenzaba otra etapa en la Argentina.

Ya van 36 años consecutivos (nunca antes en nuestra historia), que con nuestro voto decidimos quiénes son los que nos van a gobernar durante cuatro años, nuestra Democracia ya está en edad adulta. Nos, los sufridos gobernados, estamos aprendiendo en modo prueba y error, nos equivocaremos seguramente, nos arrepentiremos o nos asombraremos, nos enojaremos y nos ilusionaremos, de un lado o del otro de la maldita grieta que nos agrieta el sentido común y el razonamiento lógico, vamos sobreviviendo, sabiendo que cada determinados años vamos a tener la posibilidad de castigar o coronar con nuestro voto. Es la democracia, demos gracias.

Estando en España, en el segundo amanecer del Rock Argentino, en plena finalización de la guerra de Malvinas, donde por orden del comando militar presidencial, se habían prohibido las canciones en Inglés, llegó hasta mí una canción de Porchetto, “Che pibe, vení votá”. La letra decía “Si hay que triunfar, siempre te vamos a llamar para guerras o elecciones, pibe no nos abandones “.

En las recientes P.A.S.O. los argentinos dieron su veredicto, por más que nuestro felino y multi bipolar presidente, que pasó del grito al llanto, de la bronca a la calma zen; que fue sordo del voto de la gente y particularmente interesado del voto del señor mercado; en éstos días sacó su mejor careta y se puso el traje populista - peronista - electoralista - demagogo; encontró las herramientas paliativas para frenar los dolores de dólar y sus consecuencias. A tres meses de la votación, se la juega por lo que no hizo durante todo el tiempo que gobernó. Muy atrás quedaron sus palabras en la entrevista que le hizo un Nobel escritor, Vargas Llosa, donde aludía que si ganaba, iba a hacer todo lo que venía haciendo, pero más rápido... Ya no hay tiempo. En tres meses se vota. ¿Se vota y se bota?