Reflexiones

Sentencia de vida

Carla Korol

@psicologa.carla.korol

Ese día se acomodó y fue directo a la consulta del doctor. Las palabras de unos días atrás le resonaban en los oídos “es muy probable que sea algo malo”, eso le había dicho del bulto que había empezado a asomar tímidamente sobre su clavícula izquierda. No le había dicho a nadie para no preocupar.

Caminaba por la calle viendo los autos, y se prometía que si estaba bien iba a aprender a manejar, materia pendiente desde sus 22 años, cuando aquel amigo le quiso enseñar pero se frustró al no poder meter los cambios en ese duna del ‘96. Una cuadra más y vio a una madre de la mano con su niño, y se prometió, si el resultado era bueno, ir a visitar más a sus viejos, abrazarlos, decirles que los quería, disfrutar más de las pastas de la abuela los domingos. Otra cuadra menos antes de llegar, y vio las palomas revolotear entre los árboles, y prometió, que si lo que tenía no era algo malo, iba a ser más compasivo de los seres, prestar más atención a las cosas simples, agradecer por ver el verde del pasto, y sentir el sol en las mejillas. Una cuadra menos, ya casi llegando al consultorio, y vio pasar a dos jóvenes trotando, y prometió que si Dios o alguna energía universal, le permitía estar sano iba a empezar a cuidar su cuerpo, a moverse más para no agitarse cuando corría el bondi. “Prometo que voy a cambiar, que voy a ser mejor”, dijo con lágrimas en los ojos, tomando una bocanada de aire antes de entrar a la salita.

El Dr. lo hizo pasar y le pidió que se sentara, sacó los resultados y se los leyó “es negativo, lo que tiene no es nada malo”.

Salió aliviado y agradecido, y al otro día olvidó todas esas promesas y no aprendió a manejar, pospuso las pastas del domingo, dejó de prestar atención a las aves del cielo o lo verde de la arbolada, no hizo uso de sus zapatillas deportivas, y así es como esa sentencia de vida, lo sumió nuevamente en la muerte cotidiana.