Reforma Constitucional de 1994

Elogio del consenso

Por Francisco Javier Funes (*)

A fines del mes de agosto, se cumplieron 25 años de la sanción de la Constitución Nacional que actualmente nos rige.

Una vez pasados los enconos y broncas del momento y habiendo transcurrido un lapso de tiempo razonable (cuarto de siglo), hecho que nos permite un análisis en perspectiva más sereno, debo decir que la reforma de la Constitución Nacional operada en el año 1994, arrojó un balance positivo y que puede ayudar en estos momentos aciagos.

Y digo esto porque más allá de que los objetivos principales que se persiguieron distan de haberse cumplido (atenuación del hiperpresidencialismo y mejora de la justicia, entre los más relevantes), se logró un consenso político (y jurídico), a mi entender, único en la historia constitucional e institucional.

Es pertinente recordar que se encontraba representado todo el arco político: desde Fernández Meijide hasta Aldo Rico, de Alfonsín a los Kirchner, de Paixao a Masnatta, de Eduardo Menem a “Chacho” Jarovlasky, de Lopez de Zavalía a “Chacho” Alvarez, de “Lilita” Carrió, a Horacio Rosatti, de Ivan Cullen a Álvaro Alsogaray, de Antonio Cafiero a Juan Pablo Cafiero.

Hoy, debido a los graves momentos que atraviesa el país y que tanto se pide y declama el “consenso”, es válido hacer mención al concepto y recordar la convención constituyente, donde se pudo convivir y dictar un texto que, en líneas generales, y en orden a los criterios políticos encontrados y el margen de apreciación amplio que tenían los temas, resultó equilibrado y razonable.

Bidart Campos en “Los equilibrios de la libertad”, expresaba, hace un tiempo, que “a nuestra cultura política le falta tolerancia y le sobra agresividad”.

Por todo esto, resulta fundamental que nuestra clase dirigente comprenda el efecto social de la utilización de las palabras y las consecuencias de los hechos, y es también una buena oportunidad para recuperar aquéllas tales como respeto, tolerancia, transparencia y responsabilidad, porque ellas imponen valores y con los valores se construye ciudadanía.

Otro efecto benéfico de la reforma del año 94 fue, a mi entender, el auge, la relevancia institucional y la revalorización del Derecho Constitucional (expresado, entre otras normas, en el nuevo Código Civil y Comercial), para intentar empezar a salir de la anomia que como sociedad nos caracteriza (1).

Finalmente, a manera de colofón, y a pesar de lo mucho que nos falta como sociedad para instalar una “cultura constitucional”, creo que la reforma del año 1994 puso en valor, de una vez y para siempre, lo importante y trascendente que resulta respetar la norma suprema.

Por ello y como ha sostenido la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en un fallo añejo, pero aplicable a nuestra realidad: “El valor mayor de la Constitución no está en los textos escritos que adoptó y que antes de ella habían adoptado los ensayos constitucionales que se sucedieron en el país (...) sino en la obra práctica, realista que significó encontrar la fórmula que armonizaba intereses, tradiciones, pasiones contradictorias y belicosas. Su interpretación auténtica no puede olvidar los antecedentes que hicieron de ella una creación viva, impregnada de realidad argentina, a fin que dentro de su elasticidad y generalidad, que le impide envejecer con el cambio de ideas, crecimiento o redistribución de intereses, siga siendo el instrumento de la ordenación política y moral de la Nación” (2).

(*) Abogado

(1) Hace falta un cambio profundo de conductas y de valores que eleve nuestra cultura constitucional y de la legalidad. Y para ello hay que ubicar, tal como lo decía Sarmiento: “Arriba la Constitución como tablero y abajo la escuela para aprender a deletrearla” (artículo publicado en el diario La Nación, por Antonio María Hernández: “A la Constitución hay que cumplirla, no cambiarla” 06 de Julio de 2019).

(2) Fallos 178:9. Citado por Alberto Bianchi en “Dinámica del Estado de Derecho. La seguridad jurídica ante las emergencias”, Edit. Abaco, Bs. As., 1996, págs. 38/39.