“Réquiem/Kadish: el amor es más fuerte que la muerte”

La música como comunión de almas

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Ángel Mahler al frente de la orquesta y el coro integrado por músicos santafesinos, con integrantes de la Sinfónica y el Polifónico.

 

Ignacio Andrés Amarillo

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En la noche de miércoles, la Sala Mayor del Teatro Municipal 1º de Mayo recibió la segunda presentación de “Réquiem/Kadish: el amor es más fuerte que la muerte”, tras su estreno mundial en el Teatro Colón en julio. La obra en ocho movimientos recuerda a las víctimas del atentado de la Amia, en 1994, y sostiene el lema de “Justicia, justicia perseguirás”; compuesta por Ángel Mahler sobre textos del rabino Marcelo Polakoff, estuvo dirigida por el propio compositor, al frente de 47 músicos de la Orquesta Sinfónica y 40 integrantes del Coro Polifónico de la Provincia de Santa Fe.

A ellos se sumaron en carácter de solistas Daniela Tabernig (soprano), Daniela Coria (mezzo), Ismael Barrile (barítono, en reemplazo de Fabián Veloz) y Andrés Novero (tenor). El texto introductorio, que en el estreno estuvo a cargo de Norma Aleandro, llegó en esta ocasión en la voz de Arturo Puig. Rodrigo Naffa se puso al frente de la coordinación artística, para que Mahler tuviera a su disposición un ensamble artístico santafesino de calidad (la esposa, copista y compañera artística de Ángel, Dolores Stabilini, se acopló a la fila de primeros violines); de ese modo la iniciativa de Daia Filial Santa Fe y la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL pudo convertirse en sonido y emoción sobre el escenario.

Dijo Puig en el comienzo: “¿Por qué estamos aquí esta noche? ¿Se trata solamente de un concierto? ¿De un pequeño regocijo para nuestros ajetreados oídos que buscan un refugio cálido entre tantos ruidos? Evidentemente no. Eso seguramente está, pero nos convoca algo más. Perdón, me corrijo: nos convoca “alguien” más. El que ya no está. La que ya no está. Los que ya no están”.

Y agregó: “ ‘Requiem aeternam dona eis, Domine, et luceat eis” Son esas las primeras palabras en latín de la misa de Réquiem: ‘Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua’. Este texto ancestral de la liturgia romana, anglicana y ortodoxa, ha resonado a lo largo de los siglos y de los territorios, y ha sido a la vez fuente para distintas y magistrales composiciones musicales. Mozart, Salieri, Berlioz, Schumann, Liszt, Brahms, Verdi, Fauré, Dvořák, Stravinsky y hasta Andrew Lloyd Webber han incursionado en este género con el objeto de perpetuar su propia memoria, o de recordar a sus propios seres queridos”.

Lenguaje de autor

Sin desmerecer a los autores antedichos, como comentó la profesora Susana Caligaris ante este medio, la obra recuerda al “Réquiem de guerra” de Benjamin Britten, al salirse de la liturgia para encarar una temática específica.

Podríamos pensar también en una especie de oratorio, debido al orden narrativo de las “voces” que aparecen en el texto: la Voz de la República o del Pueblo, Dios mismo (que dialoga con sus hijos en diferentes pasajes), los victimarios (“los herederos de Caín”), y los familiares y amigos de las víctimas. Efecto lírico que se refuerza por la experiencia de Mahler en la escritura de musicales: está allí el dramatismo de los coros, sus ideas melódicas, las réplicas instrumentales a las frases vocales, los patrones en la cuerda en contrapunto de la melodías principales; también el recurso del barítono y la mezzo entre los solistas, voces protagónicas en sus obras; todo un lenguaje propio que seguidores del autor reconocerán.

Pero el autor muestra también su evolución, desarrollando ideas compositivas innovadoras (como los movimientos 4, 7 y 8). También en el uso de las voces: Dios puede estar en todas las voces: el severo Yahvé del Antiguo Testamento atruena en la voz del barítono cuando clama: “¿Qué has hecho, hombre? ¿Es que no recuerdas mi voz?”, pero se dulcifica en la soprano cuando afirma que “El que haga la paz en la Tierra también la hará en mis alturas, así se hará grande mi nombre”.

Una voz nuestra

Hablando de soprano, la obra permitió el particular lucimiento de “nuestra” Tabernig, la única de los solistas que estuvo en el estreno y este segundo montaje: el séptimo movimiento, un adagio orquestal que busca sintetizar la idea de que “el amor es más fuerte que la muerte”, lleva un destacado solo vocal sin letra, quizás inspirado en los nigunim de la música religiosa hebrea (de hecho anticipa al último movimiento, el más cercano a la liturgia del Kadish, la oración fúnebre del credo judío).

En estas páginas hemos destacado las dotes de la cantante, que siempre da un poco más en lo que respecta a potencia técnica y expresiva: vaya entonces este recordatorio, para aquellos que a veces parecen no valorar a la flamante ganadora de un Premio Konex.

En el final, tanto ella como los autores (Polakoff siguió el concierto desde el palco oficial) destacaron que, al menos subjetivamente, esta función fue superior al estreno: la química funcionó entre artistas distantes en geografía, ideas y trayectorias para que la emoción fluya, algo que el público percibe más allá de la depuración de la técnica. “Este reino no es sólo mío”, dice Dios en el final de la obra, y el “nosotros” al que interpela puede, al menos, por un rato, ser un colectivo artístico en comunidad con el público: ese es el aporte que el arte puede hacer por una sociedad mejor.

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La soprano Daniela Tabernig (que también participó del estreno en el Teatro Colón) y la mezzosoprano Daniela Coria. Fotos: Manuel Fabatía