El negocio del hambre

Federico Aguer

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Argentina está en emergencia económica, en emergencia social, y ahora también en emergencia alimentaria. El país que pretende imponerse como “supermercado del mundo”, no puede siquiera cubrir los derechos humanos básicos de su población, y vota por una medida que demuestra una vez más el fracaso como sociedad. ¿Podemos comparar la crisis alimentaria nacional con las hambrunas sub saharianas? Claro que no. De hecho, los últimos números de consumo de carne siguen ubicando a Argentina como el país con mayor consumo (en promedio) de proteínas animales del mundo, inclusive por encima de EE.UU. o la UE.

No caben dudas que el quebranto laboral y social se palpa en las calles, y que la angustia de muchos argentinos es una realidad lacerante. Pero tampoco se puede negar el negocio que se esconde detrás del asistencialismo, de organizaciones que movilizan grupos que “viven” del piquete y de la protesta de lunes a viernes, transformando en un caos la convivencia social en las grandes urbes del país.

¿Resuelve la emergencia alimentaria el problema de fondo? Difícilmente lo haga, aunque en la medida que sirva para apaciguar los ánimos y paliar la gravedad de la situación, bienvenida sea.

Cuando la emergencia se transforma en una constante de años, degrada la calidad de vida del pueblo, deteriora la convivencia cotidiana de su gente, transforma los hábitos ciudadanos, y convierte a los argentinos en una manada que privilegia el “sálvese quien pueda” en cada situación de la vida.

Un país que produce alimentos para 400 millones de personas no puede estar en emergencia alimentaria. Y en este sentido, el peor error sería volver a fomentar la idea de vivir con lo nuestro, para “comernos” lo que se mejoró en materia de inserción en el mundo. Las exportaciones de las economías regionales deben seguir siendo la prioridad, para generar el trabajo digno que permita revertir esta crisis.

Argentina sufre problemas causados por los argentinos, y de allí que las soluciones a esos problemas, también debamos generarlas nosotros mismos. No vendrán de la mano de ningún “iluminado” del arco dirigencial. Se deberá gestar desde abajo, fortaleciendo la cultura del trabajo, el respeto a las normas más básicas de convivencia, y el apego irrestricto a la ley.