llegan cartas

La leyenda continúa

Mariano Busaniche

Recuerdo haber escuchado hace años, de alguien que había escrito líneas preciosas -un periodista o filósofo extranjero- sobre el Mundial 78, refiriéndose al momento en que la selección Argentina sale a la cancha y se produce un diluvio jamás visto de papelitos y cintas, algo similar a esto: “Si en ese momento se hubiese posado por encima del estadio alguna nave extraterrestre, ciertamente quienes observaban asombrados desde el interior lo que sucedía abajo, habrán pensado que aquella grandiosa manifestación sería sin dudas una celebración religiosa hacia alguna divinidad. Se debía tratar de un ritual encendido por el fervor masivo. Nunca habrán imaginado que aquello era el festejo final de un tradicional juego de los hombres...”.

Supongo una idea paradójica. Y si esos que alguna vez observaron desde el cielo de Buenos Aires lo extraordinario, en su errar los cielos, pudieran haber visto absortos aquella tarde noche del 9 de noviembre de 2019, posados esta vez en las alturas de Asunción. Lo que habrían visto sería algo sobrecogedor. Es que aquel día, como en la final del 78 ante Holanda, sí hubo una celebración religiosa. Solo que no había deidad a la vista. Cada uno de nosotros, practicantes devotos de un dogma que nos ha aprehendido, y del que no existe escapatoria, porque los hombres existimos entre incertidumbres y la fe. Y sabíamos que no había certezas del final. Así es la vida. Y ahí estábamos, cada cual asiéndose a lo que el espíritu, la razón, la conciencia o el corazón indicaban.

Creo que en instancias semejantes, coincide fuerte cuanto valoramos y nos traspasa. Exceden desde el interior nuestras historias. Faltas, angustias, expectaciones, férreas exaltaciones y nobles emociones. A los antepasados les es dado manifestarse como elijan... Unos vienen en sueños, otros disfrazados de amigables desconocidos, en forma de caricia disimulada en el viento, como palmada que pensábamos era de ese que se hallaba detrás en la tribuna. O de la manera que más me agrada: “como ellos mismos”, mezclados en el abrazo del gol y hasta quedar boquiabiertos al verlos allá, próximos entre una multitud que no permitiría moverse demasiado. Y ahí es donde una vez más, las lágrimas brotan y nos entregamos, nos rendimos, algo nos sostiene para no caer mientras una preciosa sensación nos incluye. Nos preguntaremos, ¿habrá sido una ilusión en mi mente o en verdad era él? ¿Era ella?

Aquel día estuvimos todos, y esto se da más veces de lo que uno cree. El cielo se abrió y vinieron de diferentes formas, en silencio, con calma, como últimos resplandores, aunque ingrávidos brincaban con nosotros y las gradas de hormigón temblaban como si fuesen a derrumbarse, como veloces destellos inconcebibles; entre miles y miles crearon nubes, truenos, lluvia, rayos y fuertes vientos para dar un marco único junto al que daba la gente que saltaba y alentaba con alegría, emoción y gritaba hasta que un nudo en la garganta nos hacía quedar por un instante como espectadores privilegiados de aquel hecho histórico, para volver a cantar tan fuerte como nos era posible. Tantos ángeles descendieron en Asunción aquel día atraídos por semejante espectáculo, que se vieron luces y brillos extraños jamás vistos. La ambientación que se percibía era excepcional.

Si hasta algunos demonios observaban desde muy lejos la escena. Ellos en su condición de caídos no soportan participar en reuniones donde las emociones y el amor son tan fuertes. Si se acercaran se les abrirían heridas mortales en sus almas sombrías.

Dicen que hubo uno que deseaba salir de la oscuridad, y prendido por el deseo de sentir lo que ahí se vivía, animándose a desobedecer las reglas se encomendó a Dios y se arrojó al verde césped, y la caída fue tan severa que produjo un estruendo descomunal, pero entre el diluvio y la hinchada sabalera pasó desapercibido. Muy dolorido se fue incorporando lastimosamente entre sollozos, aunque pudo comprobar que no había lesiones irreparables. Concibió algo cercano a la paz... Disfrutó la sensación olvidada. Observó alrededor y levantando la vista preguntó incrédulo. ¿He sido redimido?

La mañana de la final anduve de prisa, como si se hiciese tarde aunque faltaban horas... Mientras caminaba, una y otra vez me hallé conmovido... Todo el tiempo cruzándome con hinchas... Sí. Éramos de todo tipo y condición. Llegamos épicos de los cuatro puntos cardinales. Yo estaba en “blanco”, una hermosa sensación de extraña alegría donde venían a mí quienes más amo, pensaba en la familia. En mi viejo, que me hizo de Colón, y lo vi viajar a verlo por todo el país. Cuando estábamos en la B. ¡Cuando me llevó a Córdoba! Nunca olvidaré semejante muestra de lealtad incondicional hacia los colores del negro. Mi viejo no estaba en las mejores condiciones para la travesía a Asunción y decidimos viajar con mi hermano y que quedase en Santa Fe con la familia. Aquella mañana fue quien más estuvo conmigo, es que la noche anterior me llamó emocionado y lloramos juntos... Todo era muy fuerte por aquellas horas y la hora se acercaba... Y yo caminaba con él en mi corazón. Él, que es socio vitalicio, que nos llevaba a la cancha de chicos tomándonos fuerte a mi y a mi hermano para no perdernos entre las multitudes. Él, que desde la empresa constructora de la que formaba parte ayudó desinteresadamente y sin cobrar un solo centavo a construir el foso del estadio y la piscina olímpica, entre otras cosas. Tanto más venía a mi aquella mañana mientras iba traspasado de sentimientos. Y caminaba y cada tanto volvían las lágrimas, lo extrañaba, me sentía feliz, di gracias... seguía “en el aire”.

Fueron días extraordinarios, energías, tanta emoción y alegría. El viaje.... las horas en el cruce de la aduana... resistir el calor, el hambre, la sed. Después, helados, mojados, temblando de frío, saltando, alentando, viendo incrédulo la obra de arte que ofrecía la gente y la tormenta con truenos, rayos y lluvia. Fue legendario. Esto sí que es perder con gloria, con las botas puestas. Ahí estábamos todos... Todos. Hombres y espíritus. Esto es haber dado todo y no quedar vacío.

El dolor de la derrota nunca jamás se comparará con esta gesta de leyenda. Gracias Colón. Gracias por tres días inolvidables en mi vida.