Agustina Mai
Veredas rotas, obras en construcción y falta de rampas y de semáforos complican la circulación de personas mayores y en sillas de ruedas.
Agustina Mai
Temeroso, un hombre con bastones canadienses sortea las baldosas flojas y baja a la transitada calle para esquivar una obra en construcción. Ahora son los autos y colectivos los que tienen que esquivarlo. Esta escena en Rivadavia al 3.100 refleja las dificultades con que a diario se topan las personas mayores, con bastón o en sillas de ruedas, con cochecitos o ciegas en una zona del macrocentro que concentra siete sanatorios y más de 50 clínicas y consultorios médicos.
De las 32 cuadras que recorrió El Litoral -entre 9 de Julio (al oeste), Belgrano (al este), Obispo Gelabert (al norte) y Gobernador Crespo (al sur)-, todas las veredas presentan roturas, desniveles y faltante de baldosas. “El mayor inconveniente es en las veredas más angostas porque en las anchas, si falta una baldosa, la podés esquivar; pero en las del centro, no te queda otra”, planteó Juan Constantini, vicepresidente de Cilsa.
A esta notable ausencia de accesibilidad, se suman las obras en construcción que -con sus chapones, carretillas y bolsones de materiales- quitan espacio de circulación al peatón y, en algunos casos, lo obligan a bajar a la calle. “Las veredas rotas son un problema, pero lo que más fastidia son las obras en construcción porque los chapones te obligan a bajar a la calle, cuando deberían contar con una pasarela segura”, reclamó Hugo Perezlindo, ciego desde hace siete años e instructor de bastón blanco de la ONG Nueva Cultura.
Quienes andan en silla de ruedas, con bastón o con cochecitos -situación frecuente en una zona de clínicas y consultorios- sólo cuentan con seis rampas en buenas condiciones en 24 manzanas (hay otras seis, pero inservibles). “La inexistencia de rampas en las esquinas no es sólo un problema para las personas con discapacidad; las rampas también son útiles para las personas mayores o las mamás con cochecito”, aclaró Constantini.
Por su parte, Perezlindo remarcó una condición fundamental de las rampas: en cada esquina debería haber dos, una por cada cruce peatonal: “Pero acá están mal hechas porque hay una sola en la ochava. Cuando con el bastón se detecta una rampa, el razonamiento lógico es que si cruza por ahí, lo está haciendo sobre la senda peatonal. Pero acá salís en diagonal, una locura”.
Otro obstáculo es que en algunas cuadras los cordones son muy altos (como en Belgrano y Suipacha o 25 de Mayo y Obispo Gelabert), están rotos (Suipacha al 2.400), descalzados (Rivadavia al 3.100) o en desnivel (Rivadavia al 3.000). El integrante de Nueva Cultura detectó otro inconveniente: “Con la repavimentación, quedó una especie de zanja entre el cordón y el nuevo asfalto. Esto es un peligro al bajar del colectivo porque te podés torcer el tobillo”.
Ochavas peligrosas
Las esquinas tampoco priorizan a los caminantes. La ausencia de semáforos en cruces tan transitados, como San Jerónimo y Santiago del Estero o Junín, o San Martín y Suipacha, demandan varios minutos de espera hasta que algún automovilista se digne a ceder el paso, sobre las despintadas sendas peatonales.
En la recorrida, sólo se encontraron dos semáforos para peatones, en Suipacha y el cruce con Belgrano y 9 de Julio.
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Pero la infraestructura por sí sola no garantiza la accesibilidad, sino que también se requiere del respeto por el otro. “Lo que más molesta son los autos que frenan sobre la senda peatonal. Nosotros cruzamos por ahí creyendo que está libre y muchas veces nos chocamos con los vehículos mal parados. Lo mismo sucede con los lugares donde no está permitido estacionar y lo hacen de todas formas, o las motos sobre las veredas”, criticó el instructor de bastón blanco.
Caos en el tránsito
Autos y ambulancias en doble fila y sobre la mano izquierda, bocinazos, insultos y maniobras para esquivar los embotellamientos son algunas de las situaciones frecuentes en el macrocentro.
Si bien la mayoría de los sanatorios o clínicas cuentan con espacios reservados para el ascenso y descenso de pacientes o de ambulancias, en todos los casos se detectó la violación de estos lugares así como de las dársenas exclusivas para personas con discapacidad.
“El estado de las veredas es calamitoso, pero al margen de las barreras físicas, está la mala educación de la gente que ocupa los estacionamientos previstos para las personas con discapacidad. No se respetan estos espacios y evidentemente a la Municipalidad le debe resultar muy difícil controlarlo”, reclamó el vicepresidente de Cilsa.
Cuando los espacios exclusivos están ocupados indebidamente, las ambulancias y vehículos con pacientes se ven obligados a parar en doble fila. Si a esto se suman los que se detienen sobre la mano izquierda, el embotellamiento está garantizado.
Durante la recorrida, se contabilizaron 39 autos sobre la mano izquierda, ocho vehículos en doble fila (incluidas dos ambulancias), cuatro ocupando los espacios exclusivos para ambulancias y otros tres en las dársenas para personas con discapacidad.
Situaciones particulares
Ninguna de estas situaciones fue advertida por los cuatro inspectores con que El Litoral se cruzó durante el relevamiento: dos estaban abocados a chequear la activación de la tarjeta de estacionamiento medido y otros dos, multando a los detenidos en la mano izquierda. Pero el control de los inspectores es mucho más pausado que la vertiginosidad con la que los vehículos violan las normas y obstruyen la circulación.
429 multas labró la municipalidad durante 2016 por el mal estado de las veredas y en lo que va del año, 24.