Por Luciano Lutereau (*)
Por Luciano Lutereau (*)
Una de las tareas más difíciles en la crianza de un niño radica en saber cómo “retarlo”. Muchas de las penitencias y castigos suelen ser inútiles, muchas veces no atienden a la particularidad del niño al que se dirigen.
Para que a un niño se lo pueda sancionar, debe tener algún tipo de relación con la idea de Ley. Esta noción no se consolida antes de que un niño pueda sentir culpa, y la culpa es un fenómeno primario en la infancia... pero que puede ser excesivo. Dicho de otra manera, la aparición temprana de la culpa en los niños se asocia a una fantasía, la de que el Otro se enoje. Es algo que se verifica cotidianamente: los niños pueden decir “perdón” mucho antes de aceptar un regaño, es decir, no responder al castigo y, para el caso, piden disculpas de manera compulsiva como una manera de anular el incidente que habría hecho enojar al adulto.
Esta fantasía es propia de la fase anal del desarrollo. Es recién con la fase fálica que un niño puede inscribir psíquicamente la idea de responsabilidad y no permanecer en una expiación sacrificial con respecto al otro. En esta etapa, el niño puede comprender que ha vulnerado algún tipo de principio, que cae sobre su propia conducta, sin que ello implique el delirio de culpabilidad. Para Freud, esta norma está relacionada con la diferencia de los sexos y, en particular, con la interpretación de que si las niñas no tienen pene es porque “algo habrán hecho” y, por lo tanto, han sido castigadas. De esta manera, el pensamiento freudiano expresa que se puede introducir la idea de una Ley exterior que, por cierto, en la infancia, es segregativa (entre los géneros).
Pongamos un ejemplo. Si a un niño de dos años se le plantea que ha cometido un desatino y se le dice que se irá a dormir sin postre, lo más probable es que pida perdón y luego espere comer el postre. Será inútil convencerlo de otra cosa. Mientras que un niño en la etapa fálica sí estará en condiciones de aceptar el castigo; a regañadientes, pero lo aceptará quizá con la condición de que, si se porta bien, obtendrá el premio luego.
Esta última observación es muy importante, porque permite introducir un problema habitual hoy en día. Muchas veces un niño pide algo, y los padres responden “No te merecés un premio”, y frente a esta situación el niño realiza un berrinche espectacular. La escena es lo suficientemente habitual como para que la comente. Y lo primero que habría que destacar es que el niño tiene razón; porque quien interpreta el pedido en términos morales es el adulto, mientras que el niño no había hecho más que pedir algo. En este punto, es un problema que los adultos evalúen a los niños desde una perspectiva de premios y castigos, y olviden que sólo en contadas situaciones se nos presentan dilemas éticos. Dicho de otra manera, la “mirada punitoria” de los adultos hacia los niños no es más que un modo de “sacarse de encima” lo incómodo de su demanda. El adulto asume una falsa moral para encubrir su falta de paciencia.
Por otro lado, esta escena lleva a un segundo nivel. Me refiero a que el adulto induce culpa en el niño, es decir, lo hace sentir culpable por algo que hizo antes (y que, en aquel entonces, no fue sancionado). En este punto, el berrinche es una respuesta sensata frente a lo enloquecedor de la maniobra del adulto. La cuestión es importante porque, incluso para niños más grandes, vuelve a instalar lo propio de la etapa anal: en cualquier momento se puede haber hecho algo de lo que se tiene la culpa.
En todo caso, es preferible que un adulto responda que no tiene ganas de comprarle algo, que no le alcanza el dinero, que más adelante lo comprará si se dan tales o cuales condiciones, en fin, algo más propio de un diálogo honesto en el que el adulto también se implique como parte interesada y no actúe una falsa autoridad.
Hoy en día muchas veces los adultos dicen que los niños no respetan la autoridad. Pienso que antes de afirmar enfáticamente esta actitud, creo que también cabría pensar qué nos pasa a los adultos cuando tenemos que ocupar ese rol, que a veces lo hacemos desde un lugar impostado y culpabilizante.
(*) Doctor en Filosofía (UBA) y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante”, “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”.
Es un problema que los adultos evalúen a los niños desde una perspectiva de premios y castigos, y olviden que sólo en contadas situaciones se nos presentan dilemas éticos. Dicho de otra manera, la “mirada punitoria” de los adultos hacia los niños no es más que un modo de “sacarse de encima” lo incómodo de su demanda.
Para que a un niño se lo pueda sancionar, debe tener algún tipo de relación con la idea de Ley. Esta noción no se consolida antes de que un niño pueda sentir culpa, y la culpa es un fenómeno primario en la infancia... pero que puede ser excesivo.