Juan Ignacio Novak
El filme dirigido por Stanley Donen y Gene Kelly se podrá ver en diciembre, en Cinemark. Es uno de los musicales más alabados de la edad de oro del género. Está centrado en una historia de amor, pero es a la vez una crónica agridulce del paso del cine mudo al sonoro y de la conversión que debieron asumir los artistas.
Juan Ignacio Novak
“Gozosa”. Ese es un adjetivo que le cuadra bien a “Cantando bajo la lluvia” (1952), porque es una película que narra una historia de amor que, en línea con los códigos del género, termina bien. Después de muchas idas y vueltas coreográficas, Kathy Selden (Debbie Reynolds) y Don Lockwood (Gene Kelly) terminan juntos y felices: hacen su película y se convierten en estrellas al mismo tiempo que se profesan amor y admiración. Hasta ahí, la dicha.
Pero el rasgo que garantiza la vigencia del film no tiene que ver con la convicción con que apela a los esquemas del musical. Sino más bien con la evocación de un época de cambios en el cine, el paso del mudo al sonoro, que dio lugar a la aparición de un perfil de artista más desarrollado en desmedro de otro cuyo talento estaba más volcados a lo visual. Esta dicotomía está representada en los personajes de Kathy (Debbie Reynolds), que además de ser linda y saber bailar, canta bien, y de Lina Lamont (Jean Hagen) que a pesar de su belleza emblemática tiene una voz chillona imposible de reeducar.
“Cantando bajo la lluvia” es, al respecto, impiadosa: en el nuevo escenario que propone la industria no hay lugar para los que carecen del talento necesario. Como se ve al final, la estrategia de doblaje que planean para explotar los últimos restos de la veta comercial de Lina Lamont es fácilmente desmontada, con la consiguiente humillación de la diva. Pese a que, con habilidad, los guionistas revisten a Lamont con trazos de perversidad, su caída pervive como uno de los momentos más tristes del cine norteamericano de los ’50.
Esplendor en pantalla
“Cantando bajo la lluvia” será proyectada por Cinemark dentro de su grilla de reestreno de clásicos los días 2 y 5 de diciembre. Será la oportunidad de rever en pantalla grande a Gene Kelly, con toda posibilidad el más completo de los artífices de la edad dorada del musical. Y de repasar instancias de esplendor de un género que brilló décadas atrás y cobró nueva luminosidad en tiempos recientes gracias a obras como “La la land” (2016), de Damien Chazelle.
La película dirigida por Stanley Donen y el propio Kelly a partir del logrado guión de Betty Comden y Adolph Green (admirados por los críticos de Cahiers du Cinéma) apenas mereció dos nominaciones al Oscar, posiblemente porque un año antes otro hito del género (“Un americano en París” de Vincente Minnelli) había arrasado con las principales estatuillas.
Pese a ello, la historia suele conceder reparaciones para estas injusticias coyunturales: el American Film Institute la ubicó como el mejor musical norteamericano de todos los tiempos, por encima de “West Side Story” (1961), “La novicia rebelde” (1965), “My Fair Lady” (1964), “Cabaret” (1972) y... “Un americano en París”.