Enrique Cruz (h)
El triunfo ante Olimpo dejó bien reflejada esa imagen de equipo que defiende el cero en su arco y espera que alguna pelota pueda entrar en el de enfrente para ganar. Sólo superó a Olimpo con esa avasallante arremetida final, cuando apareció en escena el Polaco Bastía y la eficacia de Correa. Bastó para golear.
Enrique Cruz (h)
El viento, la cancha embarrada y sus dimensiones más reducidas que las habituales, sumado a la flojedad de un primer tiempo tremendamente chato, parecían un cóctel explosivo para Colón, en la desapacible tarde bahiense. Sin embargo, bastó una ráfaga bestial de poco más de 20 minutos finales a toda orquesta para liquidar de una manera impensada el partido a su favor. Contribuyó el ingreso de Adrián Bastía, un hombre que parece desafiar permanentemente la lógica de sus años y de su físico. “El Polaco” es como esos “chicos malos” del barrio, que le mojan la oreja a cualquiera buscando “camorra”. Hizo eso en la cancha de Olimpo. Incluso, esta vez provocó que su técnico levantara su nariz y mirara a todos por arriba como diciendo: “¿Vieron?, todos pensaron que era un cambio defensivo y resulta que fue exactamente al revés. Saqué un volante de ataque, puse uno defensivo y metimos tres goles”. No lo dijo Domínguez, porque no habló después del partido y apenas atinó a decir: “Buenas tardes, disculpen” en el viejo y mítico estadio de básquetbol de Olimpo, donde brillaron los Fruet, los Cortondo, los De Lisazo y un tal Manu Ginóbili en sus primeros tiempos. Su garganta le impidió brindar algunas explicaciones que se imponían. Quizás, Domínguez tenga que ser claro para explicar cosas que suceden con su equipo, el permanente movimiento de jugadores, las presencias y ausencias de un partido al otro que le quitan continuidad, etcétera. Aunque también es bueno reconocerle esa capacidad que ha logrado para tornarlo a su Colón como un equipo muy eficaz y fuerte defensivamente.
“El Toto” Lorenzo siempre hablaba del “1259”. No era un número caprichoso, sino que el viejo e inolvidable “Toto” se refería a la columna vertebral de los equipos. Un buen arquero (Colón lo tiene en Domínguez, que salvó al equipo de una jugada muy clara en el primer tiempo cuando el partido estaba 0 a 0); un buen marcador central (Colón tiene una zaga tremendamente segura y fuerte, la de Conti-Ortiz); un buen volante central (Fritzler) y un buen delantero (Correa). Esto es lo que mejor funciona en Colón. Y no quita que vayan apareciendo en escena otros protagonistas que pueden ayudar y mucho desde su lugar. Se me ocurre pensar en uno que es clave, como Alan Ruiz, un jugador diferente, de calidad, que cuando el equipo tuvo espacios a partir de la llegada de los goles, mostró que es desequilibrante. A Alan Ruiz todavía le están faltando socios. Alguien que le lleve y le entregue la pelota (Ledesma) y algunos que se asocien a su juego en los últimos 25 metros de la cancha, con Correa como principal protagonista ofensivo de un equipo que ya lo goza implacable en el área rival.
Guillermo Ortiz le decía claramente a este enviado que “nuestra misión es que no nos hagan goles, porque sabemos que si mantenemos nuestro arco en cero, tenemos posibilidades de ganar porque alguna va a entrar en el arco rival”. Esto es lo que Colón más rápidamente y mejor aprendió con Domínguez. Se nota de visitante, ya que desde la llegada de este entrenador, Colón ganó la mitad de los partidos que jugó fuera de Santa Fe y tiene una eficacia de casi un 60 por ciento, algo que puede ser entendible de local, pero no de visitante. Sin embargo, esa filosofía, ese cuidado muy celoso de su arco y el buen momento de varios de los que integran el bloque defensivo (casi todos), hace que Colón haya ganado muchos puntos a partir de esa premisa que menciona Ortiz, la de mantener el cero en su arco.
Más allá de eso, que no deja de ser importante y así se lo reconoce, a Colón todavía le falta algo para convertirse en un buen equipo de fútbol. La realidad es que tiene momentos y hasta partidos en los que el juego aparece muy poco o directamente nada. El sábado, la historia cambió cuando entró “el Polaco” Bastía con una claridad conceptual propia de su sabiduría y experiencia, pero que resulta poco creíble en un jugador que no tiene la naturaleza a su favor. Colón no puede depender de que Bastía conduzca al equipo y le muestre de qué manera se debe jugar, cuando se trata de un volante de marca y temperamento que está para otra cosa y no para hacer lo que a otros les está costando mucho, que es tener la pelota y crear juego.
Un análisis basado exclusivamente en la eficacia y en la practicidad, podría tener esos parámetros mencionados por Ortiz como base exclusiva y fundamental. Defender bien (o muy bien, como lo hace Colón) y ser pacientes para esperar que algo ocurra (una pelota quieta, un error del rival, una desconcentración) para embocar un gol y quedarse con el partido. Puede servir para una vez o dos o tres, pero no para ser el único argumento.
En ese aspecto, lo de Fritzler también vale. Autocrítico como siempre, el calvo y rendidor mediocampista de Colón no tiene pelos en la lengua cuando habla. Y apunta a otras cosas que tienen que ver con el protagonismo y con ese objetivo de asumir la iniciativa de los partidos, no sólo jugando bien al fútbol sino apretando al rival, dividiéndole la propiedad de la pelota en su terreno y con una postura un poco más ambiciosa o audaz, que es lo que Colón muestra sólo de a ratos en los partidos.
El 3 a 0 en Bahía Blanca no da lugar para ninguna confusión. Se ganó bien y con muchísima contundencia, pero fue un resultado al cual se llegó porque la defensa y el arquero aguantaron bien todo el partido y porque el equipo cambió una imagen realmente pobre por algo más convincente de un tiempo al otro, justo desde el momento en que Domínguez apostó a alguien que también utilizó en el clásico, pero con distinta suerte final: Adrián Bastía.