Alejandro A. Damianovich
Alejandro A. Damianovich
El próximo 23 de julio se cumplirá el bicentenario del ascenso de Estanislao López al gobierno del Estado autónomo de Santa Fe y unos días antes, el 15 de junio, el 180º aniversario de su fallecimiento. Desde diversos sectores oficiales y privados nos estamos preparando para conmemorar estas fechas y la ocasión parece inmejorable para fomentar la difusión, el estudio y el debate de su figura, tan relevante en su tiempo y, sin embargo, desdibujada en la actualidad, en un contexto cultural de indiferencia hacia la historia y el pasado, aun cuando desde ciertos espacios se alerte con razón sobre los riesgos del olvido.
En la ciudad de Santa Fe existe un magnífico monumento ecuestre de Estanislao López, muy próximo al Puente Colgante, y se guardan sus cenizas en el Convento de San Francisco. Aunque afronta en estos días el riesgo de su colapso, su casa se ha conservado hasta ahora en una importante esquina del sur de la ciudad y en el Museo Histórico Provincial, que lleva su nombre, se muestran objetos que fueron de su propiedad, junto a retratos y documentos. La autopista Santa Fe-Rosario y una avenida en nuestra ciudad llevan su nombre, al igual que el estadio de Colón, la emisora radial LT 9, varios restaurantes, un premio empresarial, establecimientos educativos y un “Fortín” tradicionalista, entre otras referencias que incluyen a la bandera provincial, por él creada, que se utiliza en todos los edificios y actos públicos.
Sin embargo, y contra lo que podría suponerse, la figura de López no es suficientemente conocida y su dimensión nacional directamente ignorada. Encuestas dirigidas a los más jóvenes indican que no saben quién fue. Si Sarmiento se hubiera fijado en López antes que en Facundo y hubiera escrito un libro llamado “López. Civilización o Barbarie”, seguramente que nuestro caudillo sería más famoso que el “Tigre de los Llanos”, que ha merecido hasta algunas consagradas líneas de Borges. Pero Sarmiento era cuyano y la figura de Quiroga le produjo un escozor más próximo que el que podía inspirarle el gobernador litoralense, a quien sólo favoreció con el tratamiento de “gaucho bruto”, como lo definió ante su biógrafo Ramón J. Lassaga en el transcurso de los funerales de Simón de Iriondo. Un simple calificativo de “gaucho bruto” no es suficiente espaldarazo para pasar a la historia grande, aunque provenga de Sarmiento. Las escuetas biografías atribuidas a Pedro De Angelis, publicadas en Buenos Aires en 1830 por encargo de Rosas, no tuvieron ningún impacto en la memoria de las generaciones futuras, y es hoy una rareza bibliográfica.
No existe una biografía moderna de Estanislao López que pudiera considerarse un suceso editorial. En Buenos Aires sólo se publicaron las de José Luis Busaniche (Eudeba, 1970, pero escrita en 1927) y la de Jorge Newton (Plus Ultra, 1964). Los buenos libros de Lassaga o Gianello no trascendieron la ciudad, pero todos, aquellos y éstos, sólo se encuentran hoy hurgando en las bibliotecas. Las “Aleluyas del Brigadier” de Mateo Booz corren igual suerte. No hay un libro sobre López que uno pueda comprar en cualquier librería. Quizá la cumbre editorial alcanzada por López estuvo dada por el libro de Enrique Barba sobre la “Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López” (Hachette, 1975). Pero claro, está muy bien acompañado, aunque figure en último lugar.
Los esfuerzos oficiales por rescatar la figura de López, entre ellos los del Archivo General de la Provincia que editó tres tomos con sus documentos entre 1976 y 1992, y los que desde 1938 impulsa la Junta Provincial de Estudios Históricos, no llegan al gran público. Los actos anuales de homenaje cuentan cada vez con menos concurrencia. En la escuela los maestros no encuentran muchos espacios en la currícula para referirse a López y en la secundaria unos pocos profesores buscan en vano, en manuales, referencias sustantivas sobre el caudillo argentino, para desarrollar unos programas que no aluden a la historia regional.
La hermosa cantata de Orlando Veracruz, o al menos algún fragmento, no ha logrado la misma difusión de sus otros temas, y la vieja zamba “La brigadiera” de Walter Albornoz y Patricio Quirno Costa, tuvo un corto brillo en los 70, cuando la cantaba Roberto Rimoldi Fraga.
Los esfuerzos de documentalistas y cineastas, como Mauricio Minotti o Jorge Álvarez, por registrar en sus trabajos la historia santafesina, nos permiten, por lo menos, descubrir en el zapping diario que, de tanto en tanto, está López en el canal Encuentro o en el Canal Familiar.
¿Habrá que recurrir a Wikipedia, y conformarnos con la más que escueta biografía de López que obtenemos con un clic del mouse? Bromas aparte, el Google y la Web en general pueden venir a salvar ciertas memorias perdidas en los armarios de las bibliotecas. Lo malo es que los chicos (y no tan chicos) suelen buscar respuestas rápidas y poco reflexivas a sus compromisos escolares, recurriendo al mecanismo de copiado y pegado.
Quizá no podamos devolverle a López, en estos días conmemorativos de su trayectoria, los niveles de popularidad que tuvo en vida, cuando llegó a ser uno de los tres líderes principales de la Confederación Argentina y el caudillo que con mayor claridad pensó la República en su época. Pero su recuerdo, desdibujado en la memoria colectiva, puede cobrar nuevos perfiles y generar nuevos debates a la luz de las preocupaciones de hoy. Después de todo, sus batallas y sus desvelos tienen una sonoridad familiar en nuestra hora, cuando seguimos reclamando por un federalismo en serio y una república verdadera.
Si Sarmiento se hubiera fijado en López antes que en Facundo y hubiera escrito un libro llamado “López. Civilización o Barbarie”, seguramente que nuestro caudillo sería más famoso que el “Tigre de los Llanos”.