Ignacio Andrés Amarillo
Cacho Buenaventura trae “Buenaventura Show”, su más reciente espectáculo, donde con canciones y relatos invita a reírse de situaciones de todos los días. En diálogo con El Litoral, ofreció una muestra de su forma de observar y sentir la vida.
Ignacio Andrés Amarillo
El domingo desde las 20.30, en ATE Casa España (Rivadavia 2871) llega Cacho Buenaventura con “Buenaventura Show”, su más reciente espectáculo. Con relatos, cuentos y canciones, el humorista de Cruz del Eje buscará la sonrisa a partir de situaciones cotidianas.
Las anticipadas se consiguen en la sala, en locales de Credifé y de manera online por sistema Ticketway.
Celebración
Antes de la llegada, Cacho dialogó con El Litoral sobre esta invitación a estar contentos juntos.
—¿Qué se va a encontrar el espectador cuando vaya a verte?
—Este “Buenaventura Show” me encuentra atravesando mi mejor momento anímico, físico, emocional, personal, familiar. Por ahí no podés dormir la siesta con tres manitos de los nietos en la espalda, ¿qué más querés que te pase? En el escenario me encuentro desinhibido, fresco, espontáneo. La idea es invitarte a que vengas y nos juntemos para estar contentos de estar vivos. Mucha gente por ahí no tiene en cuenta que amaneció con vida, que pudo levantarse, que pudo desayunar, bañarse con agua con buena temperatura. ¿Mirá si tenés para agradecer? Hay gente que no se puede levantar de la cama.
Vamos a reírnos de estupideces, de cosas simples, diarias, cosas cotidianas que todos los días pasan en nuestra contra: se te revientan las arterias, el corazón. Se pone verde el semáforo, demorás tres segundos en arrancar y ya te metieron cuatro o cinco bocinazos. No sirve vivir así.
Yo tuve la suerte de que mi mamá nos crió con ese concepto, con esa cultura. Dormíamos la siesta, así que amanecíamos dos veces. No nos sobraba nada, pero agradecíamos lo que teníamos y lo compartíamos. Yo heredé su carácter: ella era doña Antonia Rivas de Bonaventura (mi familia paterna era siciliana), una geminiana que se levantaba rogando que el día esté difícil para pelearlo. Me cantaba “Cachito mío, pedazo de cielo que Dios me dio”, frase que tengo tatuada en el pecho. Mis nietos se frustran porque se le quedó sin carga la tablet, nosotros no teníamos ni el baño cerca, quedaba al fondo (y si estaba ocupado corrías a los yuyos). Y no nos frustrábamos, y muchos chicos llegaron a la universidad.
Con ese concepto, te invito a que te sientes en esta reunión con nosotros para estar contentos. Y si te reís de esta estupidez, ¿de qué te vas a enojar mañana? (risas). No te digo que este show te va a curar pero sí te va a liberar de presiones, temores y prejuicios. Nos reímos de lo cotidiano en defensa propia, y tenés que venir con ganas de ser protagonista, porque vas a terminar cantando y bailando: ahí entran los músicos, los que son buenos (risas).
A bailar
—¿Cuánto tiene de importante lo musical?
—Con los músicos la pasamos bien: nos predisponemos a divertirnos nosotros arriba del escenario, y nos respetamos. ¿Cómo no te va a gustar trabajar de lo que te gusta? El show es eso: lo mío, lo de los músicos, lo que hacemos juntos. Y también lo de los técnicos, la gente que temprano limpia la sala, vende las entradas; los medios que nos ayudan. Mirá toda la gente que se involucra para que nosotros estemos contentos: sólo falta intentarlo, ¿no?
—Es un emprendimiento...
—Un emprendimiento familiar (risas). Hay gente que se baña para venir, a algunos los mandan a bañarse para ver el show. Igual que yo, obedientes, no ando haciendo que me reten (risas).
El miércoles estuvimos actuando en el marco del 12º festival Pensar con Humor, en Córdoba, expresiones de humor de todos los tipos. Pidieron que vaya yo de un pueblo de 300 habitantes, al pie de un cerro, al nordeste de la provincia. Nos hicieron un asado, hicieron una fiesta, una vieja calladita se reía porque se ponía contenta. Mi hijo Luis, un chango de 25 años que está en la producción, me dijo “qué lindo día que pasamos”. Había el sonido que había, y de las luces andaba una sola, me paré abajo de esa e hice el show. Con esa misma actitud nos arrimamos a todos los lugares donde toca presentarnos.
Desde la cuna
—Arrancaste a los 14 años, pasaron unos cuantos, seguir divirtiéndose uno y renovándose es único.
—Ahora tengo 62. Esto de renovarse y reinventarse es mérito de los jóvenes. Tengo un músico de 20 años, está conmigo desde los nueve, porque el papá está conmigo desde hace veintipico; y como a los 13 entró. De mi compadre, con el que trabajamos desde hace 42, sus tres hijos trabajaron conmigo, y dos pasaron a trabajar con Luciano Pereyra. Mi hijo también está en una etapa de juventud, me generan una obligación de renovarme. Y ellos aceptan de nosotros el consejo de los viejos que ya la pasamos. En el grupo pensamos distinto, pero coincidimos en que queremos estar juntos.
—Sos de Cruz del Eje, capaz que el más famoso junto con Jairo. Y al mismo tiempo un referente del humor cordobés. ¿Qué te aporta esa distancia, a diferencia de los humoristas del gran Córdoba?
—Jairo y yo somos los más suertudos (risas). El cordobés es más del chiste, todo rápido, cortito. En el norte somos más observadores, más de narraciones. No soy humorista, ni capocómico ni showman, y tengo premios por todas esas cosas. Soy un negro suertudo, gracioso, y eso lo saqué de mi mamá: el don de la palabra y la tonada. Hay gente que me mira y ya se empieza a reír.
En Cruz del Eje, la gente se maneja a la velocidad del alma: entonces no hay ninguna posibilidad de que estés desalmado. Si caminás más rápido la perdés. Doña Jovita es un exponente de la capacidad de observación, hay que tener tiempo para poder ver.