Luciano Lutereau (*)
Luciano Lutereau (*)
Los padres de un joven me consultaron por un motivo singular. Su hijo es epiléptico y ocurrió que, en un partido de fútbol en la plaza con amigos, tuvo un episodio y, para sorpresa de todos, nadie sabía de su condición. ¿Cómo es posible que ni siquiera sus amigos estuvieran al tanto, con lo riesgosa que podría haber sido la situación?
Este motivo de consulta me hizo pensar en algo que he notado en muchos casos de adolescentes, en particular aquejados por enfermedades de origen orgánico que no son especialmente notables. Pienso, por ejemplo, en el caso de una muchacha que padecía diabetes y, en su caso, tampoco ninguno de sus amigos sabía. Lo he verificado en otros casos también y pude reflexionar lo siguiente: para un joven cargar con una enfermedad de este tenor, en un momento en que están resignificando su identidad sexual, implica en lo psíquico considerarse un ser deficitario, fallado, etc., por eso suele ocurrir que sea muy difícil que estos jóvenes se cuiden o tengan conciencia de los peligros que corren al no tomar medicaciones y demás. Es todo un tema de preocupación entre los padres este último aspecto, ya que a veces presionan a los hijos para que sean autónomos en sus tratamientos y el efecto es contrario, porque la desobediencia hace que el adolescente se afirme en su posición.
En el caso de la muchacha que mencioné. ni siquiera su mejor amiga sabía que ella era diabética. He aquí un punto sensible: hasta hace un tiempo era común que las jóvenes, antes de comenzar a interesarse en el mundo de los varones tuvieran un vínculo estrecho con una amiga en particular. En el caso de los jóvenes, es más frecuente el “grupo”, antes que un amigo (aunque también en el grupo siempre hay una relación más estrecha con alguno). Lo significativo es que este otro, el amigo cercano, representaba un contrapunto ante las exigencias de los demás adolescentes, sobre todo en lo que tiene que ver con expectativas que, entre adolescentes, conducen a una coyuntura en la que se es como los demás o bien se está afuera.
Por lo común, este mejor amigo también funcionaba como confidente y, en casos como los que menciono aquí, sabía de las enfermedades. Cumplía la función de quien insta a cuidarse, sin que fuese una figura parental que lo solicitara. Ahora bien, hoy en día el lugar del mejor amigo parece haberse desdibujado un poco y, en un contexto como el de uso generalizado de las tecnologías, la posibilidad de mostrarse conlleva que aquellos aspectos que no sean atractivos se escondan mucho más. Por ejemplo, en el caso de la muchacha diabética, su pasaje a la adolescencia estuvo signado por consolidarse prácticamente como una “estrella” de Instagram, cuya relación con la seducción precedió en mucho a la constitución de vínculos de amistad. Con un montón de seguidores varones, que la idolatraban, en su vida íntima la diabetes era vivida como una mancha para la imagen de “femme fatale” que exhibía.
Es una tendencia ampliada que, en los jóvenes de nuestro tiempo, la erotización preceda a los vínculos con los amigos. Incluso se constituyen los vínculos de amistad a partir de la disposición erótica. Esto no era así hace unos años, cuando los amigos eran compañeros en el descubrimiento de ese terreno desconocido que era la sexualidad. Hoy en día parece haberse invertido este recorrido; sin embargo, tarde o temprano se impone tener que hacer el trabajo psíquico de simbolizar la identidad sexual no sólo desde la imagen sino también a partir del soporte real del cuerpo. Por lo general, es después de algunos años que los adolescentes que padecen enfermedades orgánicas empiezan a asumirlas sin esconderlas a los demás, muchas veces en el contexto de intimidad con la primera relación amorosa, quien pasa a ser el primer confidente. Antes lo era el mejor amigo, ahora lo es el primer novio. Por eso los primeros lazos de amor entre adolescentes suelen ser tan intensos en nuestro tiempo.
Para concluir, entonces, el consejo para padres: no desesperar si los hijos adolescentes descuidan un poco los tratamientos de sus enfermedades (¡fácil es decirlo!, pero me refiero a que pueden acompañar sabiendo que ellos no serán autónomos todavía, tener un poco más de paciencia en este punto, como la han tenido hasta ese momento), porque aún tiene otras tareas por realizar en relación a su identidad, antes de poder incorporar a ésta lo que implica un tratamiento que, muchas veces, es crónico.
(*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor del libro “Más crianza, menos terapia” (Paidós, 2018).
Para un joven cargar con una enfermedad de origen orgánico, en un momento en que están resignificando su identidad sexual, implica en lo psíquico considerarse un ser deficitario, fallado, etc., por eso suele ser muy difícil que estos jóvenes se cuiden.
Hoy en día el lugar del mejor amigo parece haberse desdibujado un poco y, en un contexto como el de uso generalizado de las tecnologías, la posibilidad de mostrarse conlleva que aquellos aspectos que no sean atractivos se escondan mucho más.