Felipe Maillier*
Felipe Maillier*
Resulta recurrente el cuestionamiento acerca de la tensa relación diplomática que sostienen Estados Unidos y Rusia en la actualidad, la cual contrasta con los hipotéticos escenarios que se esbozaban previo a la asunción de Donald John Trump como presidente norteamericano.
Recordemos que, en ese entonces, el polémico magnate esbozaba, como propuesta electoral, la voluntad de mejorar los vínculos entre la potencia americana y el país euroasiático, los cuales habían sufrido un notable deterioro durante la gestión Obama, especialmente luego de la crisis ucraniana y la anexión rusa de la Península de Crimea en 2014. Esto se sumaba a la preferencia pública del mandatario ruso, Vladimir Putin, que expresaba su simpatía hacia Trump, por sobre quien fuera su competidora en las urnas, la demócrata Hillary Clinton. Con la victoria del candidato republicano, parecía abrirse, finalmente, un camino de entendimiento entre ambos Estados.
Lo cierto es que, a un año y medio de la asunción del nuevo gobierno estadounidense, las relaciones bilaterales continúan estancadas en mínimos históricos. En parte, la normalización de las mismas, encontró fuertes limitantes desde el comienzo. La investigación de la llamada Trama Rusa, que incluyó denuncias de una supuesta interferencia de servicios de inteligencia del Kremlin en las elecciones presidenciales norteamericanas, en favor del actual jefe de Estado, desató un problema de magnitud al interior de la Casa Blanca. Declaraciones cruzadas, renuncias, despidos de altos mandos y hasta la posibilidad de abrirse un proceso de juicio político contra Donald Trump, fueron desfilando a lo largo del año 2017. Desde ya, esto puso bajo sospecha cualquier tentativa de acercamiento entre Washington y Moscú.
En sintonía, la confrontación ha continuado siendo el eje rector de los nexos ruso-estadounidenses. La disputa de intereses entre las dos mayores potencias nucleares atraviesa distintas regiones del planeta. La tensión creciente de los conflictos en Medio Oriente, la crisis en la península de Corea, las disputas en las zonas de Europa del Este y el Cáucaso, así como la situación de Venezuela, son algunos de los escenarios donde se observa la posición enfrentada que sostienen ambas naciones.
A esto, se puede sumar la misteriosa muerte de un ex doble agente ruso en Londres, por la cual, EE.UU. y el bloque de aliados europeos acusaron directamente a Moscú, efectuando duras sanciones diplomáticas en marzo de este año. Acciones que van en consonancia con las sanciones económicas y políticas que se le habían impuesto a Rusia tras la crisis de Crimea y que fueron reforzadas durante el gobierno de Trump.
Por su parte, el liderazgo ejercido por Vladimir Putin, quien dirige los hilos del Kremlin desde el año 2000, imprimió un marcado tinte nacionalista en la política exterior rusa, contribuyendo en la formación de un polo de poder contestatario a la hegemonía de Washington en los asuntos internacionales. En gran medida, esto se vio acompañado por los réditos relacionados a la explotación de las enormes reservas de hidrocarburos, que habilitaron una mayor influencia de Rusia en los entramados económicos y geopolíticos de Eurasia. De cierta forma, no resulta extraño el perfil estratégico propuesto por el actual primer mandatario de este país, si tenemos en cuenta sus experiencias previas como agente de campo de la famosa KGB, en tiempos de Guerra Fría, y su cargo como director del Servicio Federal de Seguridad, durante el gobierno de Boris Yeltsin
En líneas generales, la suspicacia puede ser considerada una característica de los actuales vínculos entre Estados Unidos y Rusia, pudiendo contraer reminiscencias de la Guerra Fría, cuando las dos superpotencias se disputaban la primacía a escala global. No obstante, a pesar de que se encuentren elementos similares con respecto a la época mencionada, estamos en una coyuntura diametralmente diferente. Además de los Estados en cuestión, coexisten diversos actores de relevancia en el tablero mundial. La emergencia de China como gran potencia económica, las potencialidades crecientes de la India y la presencia de potencias menores como Turquía e Irán (entre otras), abren un juego de intereses multipolares que define al sistema internacional de hoy en día.
Dentro de este panorama, restará observar las líneas de acción que propongan Estados Unidos y Rusia, en el futuro próximo, para prever un posible acercamiento o la permanencia de visiones enfrentadas.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Miembro del Observatorio de Política Internacional de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Católica de Santa Fe.
Vladimir Putin imprimió un marcado tinte nacionalista en la política exterior rusa, contribuyendo en la formación de un polo de poder contestatario a la hegemonía de Washington en los asuntos internacionales.
La confrontación ha continuado siendo el eje rector de los nexos ruso-estadounidenses. La disputa de intereses entre las dos mayores potencias nucleares atraviesa distintas regiones del planeta.