Javier Martin (*)
Javier Martin (*)
En Argentina, hemos tenido a lo largo de las últimas décadas ciclos de crecimiento económico que no han logrado consolidarse en forma sustentable, generando en consecuencia crisis recurrentes. La pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué?
La restricción histórica
Para crecer y producir más necesitamos comprar más maquinarias e insumos que pueden ser nacionales (lo que genera más demanda interna) o importados (lo que requiere más dólares para pagar esas importaciones). A su vez, esa mayor producción la podemos destinar al mercado local (que crecerá en función de la mayor demanda interna) o a exportar más (para colocar los excedentes una vez cubierto el mercado interno).
La relación entre el aumento de las importaciones y las exportaciones por cada peso de crecimiento del PBI se conoce como “elasticidad del comercio exterior”. En Argentina, aproximadamente, por cada punto de incremento del PBI las exportaciones aumentan 0,99 y las importaciones 1,8. Esto implica que un crecimiento sostenido terminará en algún momento generando un “estrangulamiento externo” donde el país se quedará sin divisas para importar y mantener el incremento de la producción. Este factor ha sido la principal restricción histórica a los procesos de crecimiento económico en Argentina.
Ante esa restricción recurrente, hemos probado con devaluaciones, endeudamiento externo, préstamos del FMI y otros organismos internacionales, etc. Todas esas políticas mejoraron temporariamente la disponibilidad de divisas, pero sin resolver la causa raíz del problema: necesitamos cambiar estructuralmente nuestra elasticidad del comercio exterior. Y para ello es necesario promover un proceso de “industrialización” de las cadenas productivas de tal manera de reducir la demanda de dólares para la importación (por vía de sustitución de importaciones críticas) e incrementar la oferta de dólares (aumentando la cantidad de productos que se exportan y el valor agregado de los mismos).
No se trata de pretender producir todo de todo. En un mundo global e interconectado ello no sería posible. Pero sí, se trata de entender que la única manera de cambiar de raíz nuestra debilidad externa es industrializando más la producción nacional y sustituyendo importaciones críticas.
Crecimiento virtuoso y sustentable
Ahora bien, resolviendo la restricción externa para mantener el crecimiento económico no es suficiente para que nos desarrollemos como país. Un incremento del PBI per se no garantiza que la mayor riqueza generada se distribuya mejor, ni que esos beneficios sean perdurables. Para que eso suceda el proceso de acumulación de riqueza debe ser virtuoso y sustentable. Para ser virtuoso, el crecimiento económico debe promover el desarrollo social (reducción de la pobreza y aumento de la equidad). Y para ser sustentable, el proceso de crecimiento se debe basar en un modelo de país que perdure en el tiempo a través de los distintos gobiernos que se sucedan.
Y es aquí donde entra la industria como factor movilizador y de inclusión social. Si se agregan progresivamente niveles de industrialización a lo que producimos en el país iremos pasando de productos de menor valor agregado a productos de mayor valor agregado. Ese proceso industrializador creará más riqueza, generará empleos genuinos que no sólo requerirán más calificación sino que demandarán mejores remuneraciones que también mejorarán la distribución de la riqueza, lo que asimismo será un estímulo al consumo de bienes y servicios en el mercado interno, lo que derramará crecimiento económico hacia otros sectores, los que demandarán más producción reiniciando el proceso de crecimiento en espiral ascendente, conformando un círculo virtuoso de acumulación de riqueza.
El modelo productivo
Ese proceso de industrialización virtuoso es muy difícil que se dé en forma natural por las fuerzas del mercado. La tendencia primitiva de los agentes económicos es la maximización del beneficio individual, que no siempre lleva a la maximización del beneficio común. Se requiere de una inteligente y direccionada intervención del Estado para interactuar con el sector privado dónde y cuándo sea necesario, en función de un “modelo productivo” nacional; modelo que debería ser el eje estratégico a largo plazo orientado, entre otras cosas, a:
a) Coordinar la política cambiaria y de administración del comercio exterior para defender la producción y empleo nacionales.
b) Invertir en infraestructura productiva y en un sistema nacional de investigación, ciencia y tecnología dinámico e innovador.
c) Corregir impuestos distorsivos e incentivar el ahorro interno y la inversión nacional y extranjera en nuevas actividades industriales “multiplicadoras”, de alto valor agregado y competitivas internacionalmente.
d) Gestionar el flujo de capitales, ahorros y excedentes del país para facilitar el financiamiento productivo a mediano y largo plazo.
e) Promover la educación como factor de desarrollo y movilidad social ascendente;
Y éste es el gran debate que se debería dar en Argentina: ¿qué modelo de país queremos? ¿Queremos ser como Chile o Australia como algunos proponen? Chile tiene 17,9 millones de habitantes y le alcanza con exportar minerales (cobre) y productos de relativamente bajo valor agregado (vino, arándanos y frutas). Australia tiene 24,1 millones de habitantes y también le alcanza con un modelo agroexportador.
La gran diferencia con Argentina es que nosotros tenemos casi 44 millones de habitantes y con el modelo agroexportador no nos alcanza para asegurarles un futuro a todos los argentinos. Si miramos otras experiencias a nivel mundial, veremos que no existen países con más de 40 millones de habitantes que se hayan podido desarrollar sin un fuerte proceso industrializador que motorice un crecimiento inclusivo, en el marco de un “modelo productivo” que sea el eje estratégico a largo plazo del resto de las políticas públicas.
Conclusión
Argentina necesita un crecimiento económico virtuoso y sustentable, que promueva la reducción de la pobreza y el aumento de la equidad y donde el “modelo productivo” del país sea el eje estratégico a largo plazo sobre el que se diseñen el resto de las políticas públicas. Para ello, se requiere de una inteligente y direccionada intervención del Estado cuyo fin es interactuar con el sector privado dónde y cuándo sea necesario, coordinando la política cambiaria y la administración del comercio exterior; mejorando la infraestructura productiva; corrigiendo impuestos distorsivos, incentivando la innovación tecnológica, la creación de valor y empleo privado, fomentando la educación como factor de desarrollo social y orientando los flujos de capitales hacia el financiamiento productivo. En otras palabras, una intervención inteligente y direccionada en función de un “modelo productivo” nacional.
(*) Presidente Unión Industrial de Santa Fe.
Se trata de entender que la única manera de cambiar de raíz nuestra debilidad externa es industrializando más la producción nacional y sustituyendo importaciones críticas.
Si miramos otras experiencias a nivel mundial, veremos que no existen países con más de 40 millones de habitantes que se hayan podido desarrollar sin un fuerte proceso industrializador que motorice un crecimiento inclusivo.