Gabriela Molina y Gastón Green
Gabriela Molina y Gastón Green
Cuando, en 1818, Estanislao López se hizo cargo del gobierno, la situación provincial era sumamente complicada. Empeñado en la difícil tarea de construcción y defensa del Estado santafesino, no descuidó el proyecto más amplio de organización federal del territorio del antiguo virreinato. Una cuestión fundamental de la que el gobernador debió encargarse fue la de las relaciones con las sociedades originarias fronterizas.
En continuidad con la etapa colonial, perduraron durante el s. XIX las fronteras que separaban, más allá de su carácter permeable, a la sociedad criolla de los pueblos indígenas que se habían mantenido independientes de la dominación española en los territorios del Chaco y la Patagonia.
La conformación de Estados provinciales autónomos con fronteras en esas regiones, como el santafesino, y posteriormente la del propio Estado nacional, implicó una interacción compleja de negociación y confrontación con esas sociedades y se realizó a expensas de sus territorios.
A inicios del s. XIX, el reducido espacio provincial se hallaba comprimido entre los bloques aborígenes mencionados. Con su población recostada sobre el Paraná; el control de las llanuras que lo unían a Córdoba, cual pasillo que corría este-oeste entre ambos conjuntos indígenas, estaba asimismo en disputa con éstos. Por momentos, la provincia litoraleña quedo aislada respecto de las otras interiores.
Alianzas hacia el norte
Las sociedades originarias que mantenían fronteras con Santa Fe presentaban características sociopolíticas, económicas y culturales que las diferenciaban entre sí y que condicionaron las relaciones entabladas con ellas.
Al norte, se encontraban los abipones y mocovíes, cazadores y recolectores nómades, pertenecientes a la familia lingüística guaycurú. En tanto, los vecinos meridionales eran los ranqueles, parcialidad del pueblo mapuche, ampliamente extendido en el área patagónica.
Las particularidades de estos pueblos y los procesos que se verificaban en su interior, sumadas a las condiciones materiales de la provincia, contribuyen a explicar las diversas estrategias desplegadas por el gobernador en su interacción con ellos.
En la política de López respecto de los grupos norteños, puede advertirse una primera etapa, entre 1818 y 1832, en que se combinan los intentos por establecer relaciones pacíficas con acciones bélicas de carácter principalmente defensivo. A partir de 1832, sin abandonar la política amistosa, el brigadier inicia un período de expediciones militares que se extenderán hasta su fallecimiento.
Durante todo su gobierno, intentó reactivar la política reduccional de la época española y alcanzó acuerdos con grupos indígenas para que se establecieran en reducciones, como San Jerónimo del Sauce.
El sostenimiento económico de las mismas le permitió conjurar, en parte, posibles enfrentamientos con los aborígenes, y le brindó la posibilidad de contarlos como aliados en una época convulsionada.
En medio de los conflictos civiles de la época, los gobiernos de provincias que tenían fronteras con pueblos originarios, tanto como las diversas facciones políticas que participaban en esas luchas, buscaron la alianza con éstos.
Tropas guaycurúes ayudaron a los santafesinos a repeler las invasiones porteñas que jalonaron el proceso autonómico de la provincia. Más adelante, desatada la guerra contra la liga unitaria, López contó con el apoyo de los “sauceros” que lo acompañaron en la campaña contra el general Paz.
Éstos también lo auxiliaron en la lucha contra otras tribus hostiles. Tras la derrota de Paz, que significó un respiro en medio de las guerras civiles, la política del gobernador en el Chaco se tornó más ofensiva. Los ataques a las “tolderías” en las campañas que se sucedieron durante la década de 1830 provocaron grandes matanzas; a lo que debe sumarse el cautiverio de mujeres y niños, que eran luego repartidos o vendidos entre las familias criollas para su servicio.
Conflictos con el sur
Con respecto a la política seguida por el brigadier frente a los indígenas del sur, vemos que tras fallidos intentos de acercamiento amistoso a inicios de la década de 1820, predominará una relación conflictiva en la que la provincia desplegará, más allá de la expedición de 1823 al territorio ranquel, un accionar sobre todo defensivo, limitándose a repeler sus ataques cuando se producían.
Contemplar las alianzas que los ranqueles fueron entablando con diversas facciones políticas de aquella época, ayuda a comprender esta relación; unidos a José Miguel Carrera en 1820, se aliaron más adelante a los guerrilleros realistas Pincheira, y finalmente, luego de 1831, a los unitarios. No cejarán, desde entonces, en sus ataques sobre el sur de la provincia que era pilar del federalismo.
López mantuvo, además, estrechas relaciones con los guaraníes de las misiones, quienes no tenían fronteras con Santa Fe y, a diferencia de los aborígenes del Chaco y la Patagonia, adhirieron a la Junta revolucionaria de 1810 intentando constituirse como una provincia más del territorio litoral.
Ante la desconfianza de sus vecinos criollos en la posibilidad de que éstos se organizaran y frente a los intereses territoriales que algunos mantenían sobre el suelo misionero, el brigadier hizo honor a su federalismo y se erigió como su protector.
Sin embargo, en 1827, Corrientes atacará a los misioneros y cuando López, en calidad de general del Ejército del Norte, pase por su tierra, la encontrará completamente devastada. Llevándose a los pocos indígenas dispersos que se le suman, los dejará bajo la protección de Fructuoso Rivera, en la Colonia Bella Unión, poniendo fin al proyecto autonómico guaraní.
López mantuvo, además, estrechas relaciones con los guaraníes de las misiones, quienes no tenían fronteras con Santa Fe y, a diferencia de los aborígenes del Chaco y la Patagonia, adhirieron a la Junta revolucionaria de 1810 intentando constituirse como una provincia más del territorio litoral.