Por Dra. Isabel Molinas
Por Dra. Isabel Molinas
Profesora, investigadora, gestora cultural y autora de textos críticos sobre arte y educación.
Hace años que visito talleres de artistas: la casa museo de María y César López Claro, el atelier de Julio César Botta, el parque con esculturas de Héctor Welschen y el taller de Abel Monasterolo, junto al río Colastiné, entre muchos otros. Me demoro en los detalles y disfruto de cada momento, como si en la atmósfera que se respira estuviese la clave para interpretar sus obras.
Uno de mis preferidos es el taller del artista santafesino Abel Monasterolo. Su producción es versátil. Objetos-juguetes, trabajos en los que cada pincelada es un retazo de madera, dibujos sobre plástico cristal y calaveras de vidrio y resina dan cuenta de un hacer creativo que se instala en el campo expandido del arte contemporáneo.
Los paneles de madera policromada en los que trabaja actualmente incluyen detalles de obras anteriores que integran un relato polifónico. El objetivo es concentrar la atención y generar un orden en el que algunas voces adquieran relieve. Cuando le preguntamos a Monasterolo sobre esta estrategia, nos propone pensar en nuestra propia vida: “son muchos fragmentos juntos pero hay momentos fuertes como notas fuertes”; “si miramos los paneles a cierta distancia lo que se observa es la fragmentación, pero si los vemos de manera retrospectiva, aparecen elementos que se destacan y que explican el conjunto”.
Un color, una letra, el rastro de un animal fantástico hablan por sí mismos pero también son parte de una historia, de una narración situada en los esteros del litoral o en los montes achaparrados del norte de la provincia a los que el artista siempre vuelve. Territorio franco de la infancia en el que la imaginación es el principal capital para la creación. Porque aunque haya disciplinas artísticas no se trata de ir por un solo sendero: “voy atento a que aparezcan otros caminos, sin objetivo preciso puedo volver y retomar, a la manera del juego de un niño, una introspección en el momento de la creación”.
¿Qué magia guardan los talleres de artistas?
En una visita reciente al taller de Colastiné, veo sobre la mesa una obra en proceso en la cual se destacan dos elementos: un antiguo autorretrato y el lateral de un cajón de frutas sobre el cual está impresa la palabra alquimia. En la reunión de ambos encuentro la clave para pensar el carácter transformador de las artes. Más allá de los materiales con los que se cuente, el resultado es ese resplandor luminoso que llevó a los antiguos alquimistas a pensar en la transformación de los metales en oro. Y aquí lo importante es el lugar atribuido a la experiencia y al rol de las imágenes en la comprensión de los procesos de transmutación.
En el mismo panel que acabo de describir, las siluetas de un zapallo y un pimiento conviven con un yacaré de madera. Más allá o más acá de la escena, Abel Monasterolo nos propone pensar cada obra como un espacio de ficción en el que las certezas desaparecen y los objetos se vuelven livianos. Mundos posibles en los que se borran las distancias con las cosas representadas. Experiencia artística que, tal como lo explica el filósofo francés, Jean-Luc Nancy, es un existenciario, es decir, una condición para existir en plenitud, abierto a la intuición y a la imaginación, sin fronteras estéticas y sin límites disciplinares.
🖌 Sobre Arte Expandido
Arte Expandido es el espacio de opinión de la Dra. Isabel Molinas en el que se narran relatos sobre arte contemporáneo, gestión cultural y curaduría. Encontrala todas las semanas en El Litoral.