María del Pilar Barenghi
María del Pilar Barenghi
Nos acompañan a diario. Son los llamados lugares comunes, las frases hechas que aplicamos a situaciones diversas y que difícilmente sean cuestionadas. “Siempre que llovió paró”, es, desde los tiempos de Noé, una verdad comprobada. Los santafesinos sabemos que “lo que mata es la humedad” y que la “sensación térmica” es una manera de conceptualizar sufrimientos. Estas expresiones tienen, como única justificación la experiencia, porque siempre (hasta ahora) ha llovido y ha dejado de llover. La humedad es un castigo bíblico y también lo es la conjunción de temperatura y sus vientos accesorios.
Nos detenemos en una de estas sentencias que muy bien vienen para los tiempos que corren: “Siempre queda la esperanza”, decimos cuando hemos perdido el honor, el poder adquisitivo y el horizonte se oscurece. En este caso, no es la experiencia el factor que rige la lógica del dicho. La “esperanza que siempre queda” está respaldada por un mito. Esto es, la contracara del paradigma de la cultura contemporánea: la racionalidad. Y como mito lleva aparejado el relato que atraviesa épocas y modas, se hace universal y seguramente eterno.
Habrá que dar las gracias a Pandora. La cosa fue así: Epimeteo, hermano de Prometeo, el ladrón del fuego de los dioses, recibió como regalo de los Olímpicos una bellísima compañera: Pandora. Cuando la joven se presentó ante él, llevaba un regalo de Zeus: una caja cerrada a la que acompañaba la prohibición de abrirla. Epimeteo, deslumbrado por la belleza de Pandora, ignoró la promesa hecha a su hermano Prometeo de no aceptar jamás regalo alguno de los dioses olímpicos, pues eran astutos y traicioneros. Así, la bella se convirtió en su mujer y el regalo fue guardado en lugar seguro. Como era de esperar, la curiosidad pudo con Pandora y un día, mientras Epimeteo dormía, ella robó la llave y abrió el cofre para conocer su contenido. Tarde comprendió que en él se escondían todas las desgracias que luego agobiarían al hombre. Y así fue que guerras, hambrunas, dolores, pecados, se dispersaron por el mundo. Asustada, Pandora alcanzó a distinguir en el fondo del recipiente algo que aún no había escapado y con rapidez volvió a taparlo. Lo que había quedado en la caja era la Esperanza. Así quedó sellado el destino de los hombres, que desde entonces se han tenido que hacer cargo de la curiosidad de la imprudente novia de Epimeteo. Junto a tanta mala noticia, cabe el agradecimiento a los veloces reflejos de la joven, que lograron que la esperanza no se perdiera por los aires.
A veces no viene mal despojarnos del patrocinio del pensamiento racional y volver al amparo del mythos. Dos guerras mundiales, genocidios, pueblos errantes, globalización feroz, muestran horrores que el primado de la razón no ha logrado mitigar.
De modo que, volviendo al inicio, se impone una mirada tolerante hacia las obviedades y las frases trilladas. Como hemos visto, tienen su costado oculto y al bucear en ellas podemos encontrar sorprendentes y míticas aristas para enfrentar las contingencias aborrecibles de la realidad. No seremos creativos, pero estamos seguros de que podemos mejorar. Por lo pronto, nos queda la esperanza.