Emerio Agretti | [email protected]
El gobierno nacional y sus “problemas de comunicación”. La inconmovible fe que sustenta la pululación de noticias a gusto del consumidor, pero también a sus expensas. Y, de nuevo, el rol de los medios periodísticos.
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Es un problema de comunicación. La sentencia que acompañó casi todo el desenvolvimiento de la gestión de Mauricio Macri funcionó, en muchos casos, más como una excusa para cubrir decisiones difíciles de explicar que como una genuina autocrítica, pero no por ello carece de base real. Por otra parte, no le ha permitido capitalizar ante la ciudadanía -en buena medida golpeada, desilusionada, escéptica y/o exacerbadamente hostil- datos positivos como el significativo ahorro en obras públicas (ahora afectadas por el efecto tenaza del ajuste y las incontrolables derivaciones del mani pulite argento), exportaciones que se ponen en marcha en medio de la zozobra de múltiples campos de la actividad productiva, e incluso el sinceramiento de las mediciones de inflación y pobreza, cuyo fundamental saneamiento quedó sepultado por la dramática magnitud de los datos que arrojan, lo mismo que el fuerte dispositivo de contención social desplegado.
En el maremágnum del flujo comunicativo, conviven, mueren y resucitan noticias de medidas antipáticas anunciadas o vaticinadas que luego fueron revertidas o que nunca tuvieron entidad real, recortes caóticos con otros justificados pero no debidamente expuestos, frases descontextualizadas e ideas inconexas, acusaciones incomprobables y defensas insostenibles.
La grieta informativa existe, y tanto se la denuncia como se la potencia por especulaciones políticas. En ella, habita un monstruo al que es preciso contener, pero mantener alimentado. Y para ello se cuenta con una ininterrumpida producción de fake news que, como las hadas de los relatos folclóricos, se mantienen vivas y coleando exclusivamente por la fe de quienes quieren creer en ellas contra toda evidencia, y de quienes se valen de esa predisposición inconmovible para generarlas y explotarlas provechosamente. Emulando desde el nombre a otra criatura del mundo feérico, trolls rentados por uno y otro bando fuerzan la imaginación -propia y ajena- en una impiadosa “guerra mediática” (según el concepto desarrollado por el investigador Fernando Ruiz), donde el “todo vale” empuja retahílas de infundios y multiplica hasta el infinito las irreflexivas agresiones desatadas por ellos.
En un paisaje comunicativo donde la lógica de la confrontación se opone a la de la información, donde se reedita la vieja táctica de la saturación y donde no se repara en la naturaleza de los recursos que se utiliza para sostener las hostilidades, el rol de los medios periodísticos vuelve a revelarse fundamental. Aquejados por sus propias debilidades y condicionamientos -cuando no defecciones-, la prensa se reivindica, tal como acaba de hacer Adepa, como una “institución estratégica para la democracia y como interface vital para la difusión de las cuestiones de interés público, para el debate entre los distintos sectores sociales y para el diálogo informado entre gobernantes y gobernados”.
El desafío no es menor ni tampoco el imperativo de estar a la altura de las circunstancias. Pero las nefastas consecuencias para la salud de las sociedades que desatan la manipulación y el crecimiento de espacios comunicativos cuya confiabilidad es inversamente proporcional a su capacidad de penetración, son en todo el mundo la prueba más elocuente de por qué un país no puede darse el lujo de prescindir de la consigna de “más y mejor periodismo”, como su principal e irremplazable medio de defensa.
En un paisaje comunicativo donde la lógica de la confrontación se opone a la de la información, donde se reedita la vieja táctica de la saturación y donde no se repara en la naturaleza de los recursos que se utiliza para sostener las hostilidades, el rol de los medios periodísticos vuelve a revelarse fundamental.