Por Enrique Cruz (h)
Quizás, los choques coperos se conviertan en los más rescatables de este proceso, pero ni los números ni el nivel futbolístico avalan a Colón y a su DT. El proceso ha sido de desjerarquización en vez de crecimiento.
Por Enrique Cruz (h)
Colón quedó afuera de la Sudamericana y no es un dato menor en un semestre negativo y de objetivos o expectativas incumplidas. ¿Qué hará la dirigencia con Domínguez?, no se sabe. El equipo llegó adónde llegó porque no le dio para más. Tuvo coraje, valentía, esfuerzo y, posiblemente, los partidos coperos sean los más rescatables. Pero cuando no se juega bien, el vuelo es corto. Y la realidad también indica que Colón se ha desjerarquizado futbolísticamente, cada vez el equipo jugó peor y apenas le quedó el empuje, el amor propio, la tosudez y las ganas. Pero estos atributos, que también se reconocen en el fútbol, no son suficientes cuando no se apuntalan con valores futbolísticos, técnicos, estratégicos, que son los que terminan “ganando” en este juego.
Está claro el choque de estilos. Junior tiene una forma de jugar que se basa en la posesión de la pelota, en la pulcritud, en la búsqueda del dominio a partir de la tenencia. Su déficit es la profundidad. Perdió a Barrera, uno de los que tenía la doble obligación (tenencia y llegada). Quedó con Yony González y Luis Díaz arriba. Poco para inquietar.
Colón es otra clase de equipo. Naturalmente, a diferencia del partido de ida en Barranquilla, lo que apostó fue a ser más agresivo. La idea fue tirarle pelotazos a Correa, esperar alguna jugada de Chancalay —generalmente volcado por izquierda— y presionar en la mitad de la cancha con la intención —no siempre concretada— de robar el balón y tomar mal parada a la defensa rival.
También fue diferente lo de Junior. Regaló la salida de los centrales y apuntó a clausurarle la subida a Toledo y a Escobar por los laterales. También la premisa fue achicarle espacios a Estigarribia, Heredia y Zucculini, que iban a ser los encargados de armar juego en Colón. Así, el partido se dividió entre la paridad de situaciones de peligro frente a los arcos (ninguna de ellas lo suficientemente claras) y la apreciable diferencia de ideas y desarrollo futbolístico, situación en la que los colombianos parecieron sentirse más cómodos ya que lograron el propósito de aquietar el ritmo de juego y llevarlo hacia el terreno más conveniente.
Colón fue temperamento, entrega, sacrificio, despliegue y poco, bastante poco fútbol. Algo que no sorprende para un equipo al que Domínguez lo fue “desacreditando” de virtudes a medida que fue pasando el tiempo. Terminó jugando con el empuje de Bernardi (suplente), con la voluntad de Bueno (suplente) para abrir la cancha por izquierda y dependiendo del cabezazo de Fritzler para llegar al gol.
Pero si hablamos de ese empuje que se generó a partir de los cambios de Domínguez, también habrá que decir que, en ese duelo, lo de Comesaña resultó superior: entre Teo y Moreno, los dos que ingresaron en el segundo tiempo para darle aire y profundidad al equipo, terminaron armando la jugada que empató el partido y que le dio a los colombianos el pasaporte a cuartos de final. Comesaña tuvo en el banco la solución. Y la empleó bien.
Sólo dos victorias en 13 partidos, en este segundo semestre, más una imagen futbolística que en la mayoría de los partidos apareció inconexa, insuficiente, deshilachada. Quizás, los partidos más rescatables hayan sido los de Copa Sudamericana. Pero eliminado ahora de la contienda internacional, también de la local (Copa Argentina, en forma poco explicable frente a San Lorenzo) y con una flojísima actuación en la Superliga, las acciones de Eduardo Domínguez decrecen considerablemente.
Algunos saldrán con la necesidad de respetar los procesos y los proyectos. Primero, ante todo, quiero decir que los verdaderos proyectos son los de inferiores. En Primera, cualquier proyecto tiene plazo de duración (dos, tres, cuatro derrotas o las que soporte la dirigencia y la gente). En todo caso, se podría entender el respeto a un proceso, siempre que ese proceso tenga alguna consistencia. En este caso, Colón ha querido dar un salto de calidad y aspirar a más cuando se logró la clasificación, en mayo o junio del año pasado, para esta Sudamericana de 2018. Sin embargo, la realidad es que el equipo cada vez jugó peor, mermó en su rendimiento y no definió un estilo de juego que medianamente avizore la posibilidad de que pueda ir creciendo como equipo, tal como lo pregona siempre su entrenador, un hombre muy básico en sus apreciaciones, poco autocrítico y explicativo.
¿Qué hará la dirigencia? Vignatti es un hombre astuto en estas cuestiones, pero debe admitir que acá hay un mini-fracaso deportivo y un momento de mucha incertidumbre, cuestionamientos y dudas. Insisto, para que quede bien claro, que quizás haya que valorar lo que se hizo en la competencia internacional. Al menos rescatar el esfuerzo y la valentía del equipo. La eliminación fue digna. Pero la falla futbolística es evidente y no de ahora. Cuando un equipo no tiene muy en claro a qué juega, o por lo menos no lo demuestra, es difícil que esos otros atributos —rescatables, valederos y ciertos— puedan lograr que se llegue lejos. Colón llegó adónde llegó porque fue para lo que futbolísticamente le alcanzó. Ni más ni menos.
Copa Sudamericana: Colón-Junior, la revancha