Graciela Daneri
Graciela Daneri
Siguiendo la inveterada costumbre de releer libros que ya había devorado en mi adolescencia, resolví tomar “Resurrección”, de León Tolstoi que, a mis 15 años e inducida por el gran lector que era mi padre, me entusiasmara por el amor, el sacrificio y la penitencia que el principal protagonista de la novela, el príncipe Dimitri Ivanovitch Neklindoff, hiciera por una mujer que estaba al servicio de su familia y cuyo nombre jamás pude olvidar: Katiuschka.
Eran esos años en que uno divagaba con hallar esos príncipes de alma pura y amor abnegado. Todo ello, tal vez, debido a la edad y sin tomar demasiado en cuenta las profundas reflexiones morales, socio-económicas, políticas y hasta religiosas que el notable escritor ruso nos estaba proponiendo.
Hoy, en la madurez y con los conocimientos acumulados y procesados, percibí que algunos de sus personajes y hasta el mismo príncipe, además de estudiar a Voltaire, Schopenhauer, Compte, Hegel o Spencer, también se sentían seducidos por las teorías de Henry George. Y de allí a resucitar mis lecturas de ese vehemente reformador que fue George, un solo paso. El autor de “Progreso y pobreza” -hoy prácticamente olvidado- rompió en llanto de alegría cuando concluyó su manuscrito de lo que sería justamente aquella clásica obra que, aún hoy, es un tema pendiente.
Allí, expuso sus teorías sobre una reforma social que a través de una reforma fiscal podría armonizar capitalismo con ética cristiana y salvar ese infierno entre riqueza y pobreza que había desatado el industrialismo.
La experiencia juvenil
Henry George nació en Filadelfia en 1839 en el seno de una familia agobiada por las deudas. Cuando Henry creció, se convirtió en librero de obras sacras, pues era sacristán de la Iglesia Episcopal y asiduo lector de la Biblia.
Fue un autodidacta y, siendo adolescente, embarcó en un carguero rumbo a la India y luego de un motín tras el cual la tripulación fue obligada a trabajos forzados y prisión, se fue incubando en él un serio problema de conciencia. Al llegar a destino, se encontró con una realidad aún más dura. En su diario consignó su dolor: “Uno de los rasgos característicos de Calcuta es la cantidad de cadáveres que flotan río abajo en diversas etapas de descomposición, cubiertos de cuervos afanados en la tarea de despedazarlos”.
De regreso a EE.UU., su sed de cultura y comprensión de la realidad lo llevó a consumir ávidamente libros, conferencias, informaciones. A los 18 años, se embarcó nuevamente esta vez hacia Canadá como buscador de oro. Después fundó un diario que fracasó, lo cual le hizo decir que esta vida es un buscar, un constante mirar más allá y anhelar algo.
En su arduo camino, contrajo matrimonio con la hija de una familia acaudalada fuga mediante- pero no aceptó ayuda alguna de ella. Así, en medio de estos avatares, se ganaba la vida como periodista, firmando sus primeros artículos con el seudónimo de “Proletario”, definiendo de esta manera sus ideas. Muchas fueron las emergencias de su vida hasta que asumió la dirección del “Times” de San Francisco. Tenía sólo 28 años cuando pasó por diversos periódicos y trabajó junto al periodista y escritor norteamericano Mark Twain; defendió con su pluma los derechos del trabajador y luchó contra la injusticia de los monopolios.
Ideas en evolución
Transcurridos algunos años, George con unos socios, fundó en San Francisco el Daily Evening Post, que se vendía a pocos centavos, casi simbólicamente, evidenciando así su resolución de dar a conocer, en esas épocas tan convulsionadas en que el mundo y la sociedad estaban cambiando, sus derechos a las clases trabajadoras.
Permaneció hasta el final de sus días en la tribuna política, pero sus ideas fueron evolucionando y poco a poco y en vistas de los procesos histórico-sociales, abandonó aquel pensamiento tan radicalizado que había primado en él al que calificó como necio- y sistematizó sus creencias englobándolas en un reformismo social y económico, inspirado en los fisiócratas franceses y en el economista inglés David Ricardo.
Ya entrado 1877, se dedicó a delinear su capolavoro: “Progreso y pobreza”, que en un principio fue rechazado por los editores pero que con el tiempo se convertiría en una obra de proporciones tales que Dinamarca adoptó algunas de sus ideas; el estadista y primer presidente chino Sun Yat-Sen, conocido como precursor de la China moderna, las tomó como base de “la nueva China”; Tolstoi como decía al inicio- consideró sus argumentos como irrefutables; el dramaturgo irlandés y Premio Nobel de Literatura George Bernard Shaw los aplaudió y algunas de sus ideas fueron recogidas por el economista Milton Friedman, Premio Nobel y defensor del libre mercado.
Y he aquí algo interesante e irónico: Henry George desconfiaba del poder concentrado en manos del Estado, pero también lo hacía del que estuviese sólo en manos privadas... George era contrario a las ideas de Marx y llegó a profetizar que si éstas se llevaban a la práctica podrían terminar en dictadura y no falló...
Lo trascendente es que sus ideas se vieron en cierto modo reflejadas según los analistas- en la política fiscal de EE.UU., Israel y Sudáfrica. Hoy en día, existen muchos institutos que llevan su nombre tanto en EE.UU., Australia, Canadá e Inglaterra, los que dan cuenta de la celebridad que alcanzara.
Cuando luego de sufrir un ACV subió al estrado para hablar ante una multitud, alguien gritó: “¡Viva Henry George, amigo de los trabajadores!”, a lo que el autor de “Progreso y pobreza” replicó: “Yo estoy a favor de los hombres”. Cuando murió, a los 58 años, sus funerales fueron comparados con los de Abraham Lincoln...
Henry George es un personaje injustamente olvidado que fusionó sus convicciones socio-económicas con sus creencias religiosas y fue de una gran coherencia intelectual, incluso al reconocer sus errores y no seguir neciamente un recorrido político y económico cuando lo analizó equivocado. La ética de sus pensamientos fue, en definitiva, lo que me impulsó a evocarlo.
George era contrario a las ideas de Marx y llegó a profetizar que si éstas se llevaban a la práctica podrían terminar en dictadura y no falló...
He aquí algo interesante e irónico: Henry George desconfiaba del poder concentrado en manos del Estado, pero también lo hacía del que estuviese sólo en manos privadas...