Enrique Cruz (h)
La organización de la Copa Argentina debió decidir que el clásico rosarino se juegue en Rosario. Que contraten un “buffet” de escribanos, sorteen la cancha, la dividan por la mitad con buenos pulmones y listo. Terminó en un absurdo, inaceptable y propio de una organización que no avanza. Traerlo a Santa Fe, era un problema. Pero jugarlo en Rosario, no. Y así debió ser.
Enrique Cruz (h)
Nos prometieron cambios que no se dieron. Nos dijeron que se venía un nuevo orden en el fútbol argentino y el desorden impera. No desaparecieron las chicanas, las mezquindades y las mentiras. Nos aseguran que se trabaja para el retorno de los visitantes y pasa esto que pasó con el clásico rosarino. Y la Copa Argentina manifiesta su impericia con un dislate inadmisible, como el de responsabilizar en forma directa al gobierno de Santa Fe por la decisión que se tomó, de llevar el partido a la cancha de Lanús y jugarlo a puertas cerradas.
El clásico de Rosario se debió jugar en Rosario. Ni en Santa Fe, ni en Córdoba ni en Buenos Aires. En Rosario. Y los dirigentes de Newell’s y Central debieron tener un gesto reivindicatorio ante todo el fútbol argentino, poniéndose de acuerdo en sortear el escenario. Si quieren, poniendo 20 escribanos, trayendo a la Corte de Justicia de la Haya o televisándolo en vivo para todo el planeta. Pero sortear la cancha, dividirla por la mitad, reducir la capacidad a 25 ó 30.000 espectadores con buenos pulmones y a jugar el partido. Sin especulaciones, sin chicanas, sin la mezquindad habitual en la clase dirigente de querer sacar ventajas, algo que, lamentable y desgraciadamente, le hizo muy mal al fútbol argentino. Por creernos vivos, astutos, “inteligentes”, rápidos, pusimos al fútbol de rodillas y condenamos a su espectáculo, el de la gente, el de las hinchadas, el del tan pretendido “folclore”, a un estado de absoluta indefensión.
Rápido de reacción, el gobierno de la provincia no sólo salió a desmentir las razones esgrimidas por la organización de la Copa Argentina, sino a sentar posición respecto de lo que es la imagen que trasciende del fútbol argentino. “No es éste el camino que queremos recorrer y no estamos dispuestos a tolerar bajo ningún concepto que se pretenda responsabilizar a este gobierno provincial por el lamentable presente que atraviesa el fútbol argentino, con partidos vedados a la presencia del público visitante, violencia estructural y riesgo permanente para los asistentes que sólo quieren disfrutar pacíficamente de uno de los deportes más apasionantes que existen”, se señaló en un comunicado crítico y rectificador de una mala información oficial.
El fútbol argentino sigue sin sacarse la careta. Se arma un torneo largo con el mal pretendido objetivo de “darle aire a los entrenadores” y en ocho fechas ya se fueron otros tantos técnicos, abonando la costumbre argentina de tolerar ciclos hasta la tercera o cuarta derrota consecutiva. Se demuestra incapacidad en aspectos, como éste del clásico rosarino, en el que debería primar la sensatez, la coherencia y el equilibrio. Técnicos que se quejan al límite de la histeria, jugadores que pregonan el fair play de la boca para afuera (o en todo caso, de la cancha para afuera) y Discépolo, vaya a saber desde qué estrella o lugar, observa azorado que aquello que escribió en 1934 tiene amplia vigencia: “... El que no llora no mama, el que no afana es un gil...”.
Se entienden las razones de seguridad para trasladar el clásico rosarino, con público, a otra ciudad. ¿Cómo hacerse cargo de un operativo con 156 kilómetros por custodiar, como sería en el caso de jugarse en Santa Fe?, ¿o más de 250 si es en Buenos Aires?. Se entiende no “condenar” a jugarlo con capacidad reducida (por ejemplo, 6.000 de cada lado), porque sería un despropósito para la gente y porque nada ni nadie asegura que no pase nada porque son menos. Se entiende evitar Santa Fe cuando, se sabe, tanto Central como Newell’s trajeron 10.000 personas (o más) a sus partidos de Copa Argentina en nuestra ciudad y hubo desmanes (autos rotos, vidrieras destrozadas, etcétera).
Por eso, al clásico de Rosario había que jugarlo en Rosario. Y la medida debió llegar desde la misma organización, sin vericuetos reglamentarios que, por otra parte, no existen, como el de la supuesta neutralidad que deben tener los partidos (Atlético Tucumán eliminó a San Martín, en su cancha, en la edición 2013 de la Copa, o sea que hay antecedentes).
Estamos lejos, muy lejos de muchas cosas. Ahora se discutirá otro tema sensible como el de permitir que los clubes se conviertan en sociedades anónimas, anunciándose con bombos y platillos el punto 6 en la venidera asamblea del 22 de noviembre en Afa. Mientras tanto, por cada pasito que se avanza, parece que viene un salto de retroceso. Todavía hay mucha mezquindad y pensamientos de “enanos mentales”, en un fútbol argentino que, con estas cosas, justifica esos fracasos deportivos a nivel selección que, después, se lo queremos enchufar a Messi. Da risa.