Gabriel Rossini
La cercana coyuntura electoral pone a la dirigencia política argentina ante el desafío de considerar los procesos que se están registrando en otras latitudes.
Gabriel Rossini
A un año de las elecciones presidenciales en la Argentina, la clase dirigente en general y la política en particular deberían empezar a mirar con atención los resultados en los países donde están produciéndose recambios electorales, que muestran el crecimiento de alianzas políticas que se construyen alrededor de temas coyunturales e inmediatos.
Más allá de las particularidades de cada proceso político y social, la contundente victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, un país asolado por la inseguridad, la recesión y la corrupción; el avance de la derecha reaccionaria en Suecia e Italia, el crecimiento de VOX en España, el aumento de la violencia racista en Alemania, entre otros, son procesos en marcha que convendría no pasar por alto aunque parezca que suceden lejos de casa.
La obvia conclusión es que la gente común, la de a pie, está profundamente disgustada con quienes gobiernan porque sienten que están peor que antes. Agobiados por situaciones que enfrentan en la vida cotidiana, busca a quienes le ofrecen terminar con sus problemas, aunque ello ponga en peligro el sistema democrático.
Los ciudadanos sienten que sus gobernantes han hecho muy poco o nada para mejorarles la vida y ven cómo cada día tienen menos posibilidades de progresar, contra lo que sucedía en la sociedad que se organizó después de la Segunda Guerra Mundial, donde los hijos y nietos tenían las condiciones para vivir mejor que ellos.
Circunscribir este disgusto a pobres, marginales, desesperanzados y faltos de educación sería un error. La mitad de los estadounidenses de clase media, que ganan 100.000 dólares o más al año, votaron por Donald Trump. También un 43% de votantes con títulos universitarios. La mayoría de los jovenes universitarios de Brasil votaron por Bolsonaro, pese a que Haddad y el PT hicieron mucho más que ningún otro gobierno por los que quisieran estudiar.
En la Argentina, la crisis de representación se acentúa cada día que pasa, en el contexto de una grave situación económica, sin final a la vista, alimentada por un debate congelado en 2015, donde se producen análisis y se proyectan escenarios a partir de supuestos que tres años después de aquellas elecciones ya no existen. El desempleo no era una preocupación entonces, mientras que hoy es uno de los más importantes junto con la inflación.
En política, dicen los politólogos, a diferencia de otras actividades, la demanda genera la oferta. ¿Cuál es la de los 16 mil trabajadores afectados por los procedimientos preventivos de crisis de los que informó la Unión Industrial de Santa Fe? ¿Saber si Macri va a buscar la reelección en 2019 o Cristina se va a presentar? ¿Los dueños de las 241 empresas que cerraron desde julio de 2015 y los 5.207 trabajadores industriales también seguirán pensando lo mismo que hace tres años? ¿No estaremos asistiendo sólo a una discusión amplificada de un minoría sobrepolitizada sin ningún interes en la gente, que no participa por hartazgo?
Da la impresión de que buena parte de la clase política argentina está todo el día hablándose a sí misma, retroalimentándose con encuestas que muestran porcentajes de adhesión sorprendentes, si tenemos en cuenta que Bolsonaro recién superó los 30 puntos de intención de votos una semana antes de los comicios (y las encuestas erraron el resultado por un 50 por ciento).
En el extraordinario documental sobre la Guerra de Vietnam hecho por Ken Burns y Lynn Novick, un militar cuenta que un viernes de 1967 pusieron dentro de la computadora del Pentágono toda la información que se podía contar: helicópteros, soldados, armas, material de artillería, tanques, etc. para que evaluándolos les diga si iban ganar la guerra. La computadora trabajó todo el fin de semana y el lunes el resultado fue que EEUU ya había ganado la guerra en 1965. El tema era que el enemigo había conseguido los votos de la gente. Y eso no estaba en las tarjetas que contenían la información.
En política, dicen los politólogos, a diferencia de otras actividades, la demanda genera la oferta.