Roberto Schneider
Roberto Schneider
Ana y Ana son dos mujeres de avanzada edad que viven en un geriátrico municipal. Están desoladas, toman muchas pastillas y tienen su punto de encuentro en un patio chiquito en el que la mugre sobresale. Al llegar a determinada edad, la mujer debe enfrentar algunas duras realidades. La que más preocupa es el envejecimiento, lo que representa un deterioro en su condición física y por sobre todo la suma de experiencias y de vivencias que le permiten sospechar que el futuro ya no guarda muchas sorpresas.
Las dos protagonistas de “Arritmia”, del dramaturgo rosarino Leonel Giacometto presentada en la Sala Marechal del Teatro Municipal, se sienten ignoradas, casi como si fueran dos seres invisibles fáciles de desplazar de los afectos y de la atención que se merecen. De algún modo y por distintas circunstancias, allí fueron depositadas. Las situaciones que plantea el autor van desnudando no sólo las historias individuales sino la lucha que establecen, incluso de manera inconsciente, para seguir navegando con cierta vitalidad por las aguas más serenas del tramo final de la existencia. En esa pelea por mantenerse en pie acaso se encuentre el miedo a sentirse inútil.
El compromiso del autor con la mal llamada tercera edad es reflexivo: desplazar a los ancianos es, para ellos, el principio del fin. Con diálogos cotidianos, directos, sin efectos lacrimógenos, con humor y con sensibilidad por el tema abordado, describe la personalidad de sus criaturas a través de una óptica realista y dura, que abunda en detalles certeros.
La dirección de Marisa Oroño tiene muy presente la importancia del ritmo. Concibe una puesta en escena ágil y precisa, que logra sostener el ritmo de comedia. Los aspectos técnicos son cuidados: hay buena selección de música, adecuado vestuario y una eficaz puesta de luces. Con inteligencia entiende que lo mejor es el trabajo de su elenco. Sobre la labor actoral de Graciela Martínez es poco lo que se puede añadir. En su composición, brillante en el despliegue de recursos y en el aprovechamiento de pequeños detalles, exprime ese costado vulnerable de su criatura, para promover la ternura y la compasión. La actriz ofrece a los espectadores una aplastante lección de vida, que se agradece. Está bien acompañada por Leontina Junges, que muestra una fuerte presencia escénica y apoya con fuerza la labor de Martínez.
La totalidad apunta a mostrar con claridad un juego de realidades y mentiras, donde aquellas son pequeñas alteraciones cuando la vida es demasiado dolorosa para aceptarla y cuando el fantasma de la soledad se impone desde afuera.