Domingo Sahda
Domingo Sahda
La Humanidad toda, desde la Prehistoria ha interpretado que la Imagen, sea esta plana o de bulto, descriptiva o abstracta, sintetiza de manera esencial los aconteceres, los conflictos, las certezas de la humanidad toda. Desde los muros en las Grutas de Altamira (España), las Pirámides en Egipto, y tantos otros espacios Prehistóricos se nos informa que la especie “humana” se asumía como entidad integrada por seres sociales, con posibilidades de transmitir mediante signos e imágenes sus inquietudes, afectos y apetencias religiosas, constituyéndose éstos en los primeros atisbos de la comunicación interpersonal mediante grafías, trasladando a ellas esperanzas, temores y expectativas diversas. Así, la imagen pintada, dibujada, tallada o esculpida devino en señal de esencias y pertenencias, reclamando para ellas un espacio visual que permitiera un contacto coherente y claro en sus alcances. Las imágenes y su poder convocante devinieron íconos sociales en tanto la presencia visual de las mismas fuera clara, sin obstrucciones de ninguna índole. Su potencia movilizadora fue combatida y prohibida en algunas culturas tanto en su realización como en su exhibición. La imagen pues, no es inocente, y va cargada de sentido en tanto se la pueda apreciar como entidad en un contexto determinado. Revela el caudal de voluntad, intención y exaltación de la aventura humana en el Orbe.
Cuando la Revolución Francesa abrió, por la fuerza, las puertas de las salas reales y permitió que el pueblo llano descubriera la magnificencia de la creación artística, se crearon los Museos (Templos de las Musas) para gratificar y educar al pueblo. Los “Templos de las Musas” devinieron en ámbitos de conocimiento, reflexión, admiración, cuestionamientos. La obras se podían apreciar como únicas referencias conectadas con el espacio para ser percibidas por el ojo y de ahí recalar en la conciencia, demandando respuestas conceptuales, enriqueciendo el saber popular. Claro que todo ello alejado de cualquier desatinado atiborramiento espacial inmediato, precisamente ese impuesto a la comunidad como auténtico agravio al arte visual y a sus artistas creadores tal cual sucede en los espacios del Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez” sito en la capital provincial.
Para ver, apreciar, calificar cada propuesta propia del Arte Visual se demanda, y así lo exige el sentido común, la coherencia y calidad de cada propuesta, un espacio neutro en torno de cada obra en cuestión que permita la real valoración de cada obra en particular. El sinsentido, el agravio a la obra y memoria de muchos creadores, se patentiza en la incoherencia, mejor dicho, en la ignorancia, ante la especificidad de aquello que se exhibe en tanto obra de arte. Y que ello suceda en un organismo público sostenido económicamente por la comunidad a través de los impuestos, revela el manifiesto desprecio por el Arte Visual atesorado por décadas en el Museo. Flaco favor al arte visual contemporáneo acumulado al estilo “Basural”.
La ignorancia y el desparpajo impuesto sin el menor argumento de validación significativa pone en claro el eterno conflicto provinciano entre “el norte “ y “el sur”. No será hora de dividir la Provincia a fin de construir un espacio superador más allá de esta mezquindad que oscila entre la ineptitud y la petulancia. Digo, es un decir. Propongo pues una discusión pública.
Los “Templos de las Musas” devinieron en ámbitos de conocimiento, reflexión, admiración, cuestionamientos. La obras se podían apreciar como únicas referencias conectadas con el espacio para ser percibidas por el ojo y de ahí recalar en la conciencia.