Carlos Mario Peisojovich (el Peiso)
Carlos Mario Peisojovich (el Peiso)
Soñé con mis setenta y pico, no con mis setenta y pico de años que llevo en las espaldas y con gastados zapatos de andariego de la vida, muchos de esos pasos fueron en soledad, entre el sol y la edad, pero con la inmensa dicha que del dicho al hecho he realizado los sueños que prometí soñarme. Los setenta y pico que irrumpieron en mi Peisadilla fueron los años de aquella no tan lejana década del setenta, de los que cada uno tiene una historia para contar y relatar. Mi vida profesional en los medios arrancó en los años sesenta, cuando los directivos y algunos compañeros de la Radio del Universidad vieron y oyeron que me animaba a animar sin animosidad, tuvieron dos reacciones típicas de nuestra polarizada sociedad, una de sacarme del medio, otra de ponerme en el medio de un programa propio, y así nació “Mundo joven”, mi primer programa radial que me tuvo como protagonista y con los aportes inconmensurables del “Pato” Royo que hablaba de la guinda pero que en esos tiempos era solamente rugby; Ramiro Puyol tenía la responsabilidad de hablar del pasado, de Santa Fe, nuestro país, olor a archivo del bueno; “Beto” Alonso nos traía pequeñas joyas estadounidenses de los grandes valores de ayer y de siempre del jazz, contrastando con la música tropical que me gustaba “pinchar”; Darío Daniel Fazio y Jorge Pretti eran mis “musos” de los decibeles, sin alas ni pieles etéreos, ellos controlaban el sonido e intentaban -sin éxito alguno- controlar al sonado, eran mis técnicos operadores. “Mundo joven” en su génesis fue pensado para un programa sabatino de una hora que se emitía a las dos de la tarde, en el verano se extendió “abierto por vacaciones” y comenzó a salir los domingos también con “tiempo de verano”, se volvió long play, o como decía yo, lungo duration. Fueron tres años donde no solamente estaban cambiando los medios de comunicación, aquí, a la velocidad de una siesta santafesina, pero en el mundo las cosas se transformaban con la rapidez del rock al palo; la música se transformaba y con ella la estética de sus músicos. La vanguardia del movimiento que visibilizaba a los jóvenes era la música de los Beatles, en el ‘67 llegaban a la Argentina los primeros acordes de guitarra, tubas y violines del “Sargento Pimienta”, sus trajes de satén, el collage de personajes ilustres unos, desconocidos para estas tierras otros, y el arte de su tapa y sus canciones fueron como una molotov que estalló en colores y visiones musicales como nunca antes se habían visto y oído. A mis veinticuatro años, sucumbí ante tanto querer y poder. El verano del amor me marcó a fuego y templó mi carrera. Los uruguayos Shakers estuvieron en el Patio de los Naranjos, tuve el honor de presentarlos y no tuve la mejor idea que anunciarlos y promocionarlos con el tema que era su hit: “vengan a la Uni y rrrrrrrrrrompan todo”... El naciente rock de Santa Fe tocaba en “vivo y directo” alrededor del piano de los estudios de LT 10, fue demasiado para la radio universitaria y su característico acartonamiento de la época... entonces vino el pase, gracias a la mano del “Sapo” Caputto, “vos tenés que estar en la Nueva Nueve”, y estuve.
“Peiso Show” y su hijo televisivo por Canal 13 “Hola Show” fueron los programas que forjaron mi identidad. En la Nueva Nueve “el Flaco” Daniel Doce y José Manuel Abarno me traían los últimos discos para difusión, mis pelos crecían, mis pantalones se hacían más anchos, mis camisas más coloridas y mi alma más libre. Arrancando los setenta, incursioné en la era de los Disc Jockey, presentaba conciertos de rock, hacía teatro, café concert, animaba las elecciones de mises en las fiestas populares de los pueblos y ciudades santafesinas, farándulas estudiantiles y corsos, alternando con los populares Cacho Galé y Pipi Rivero. Toda esta enrevesada Peisadilla que no es más que la típica maniobra disruptiva que es la esencia de los sueños y que me trae a la maltratada realidad. Sus hilos conductores, sin registro ni permisos de conducir, que se caracterizan por repetir el pasado y colarse sin permiso ni visas, vienen a mí. Vino a mí. Vino Patricia Bullrich. Vino “la Piba” como montonera. Vino “la Pato” como ministra de Trabajo en el gobierno de De la Rúa, y volando bajo, recortó 13 por ciento a los jubilados. Vino “la Bullrich” como ministra de Seguridad, personaje dis-tinto (Malbec), se diferencia de aquélla, la de los ideales izquierdosos de su pasado, para arremeter actualmente con una posición ultraderechista y brindarles plomo libre a quienes se quieran poner enfrente, del otro lado de la ley, o de la libertad de movilización.
A la voz de: ¡Alto!, no me detuve nunca... siempre fui petiso.
Pasadas las luces y las lágrimas macritineras del G20, hizo su aparición escénica la inefable Lilita, tirando bombas mediáticas, como de costumbre, y sin miedo a las balas amigas o enemigas.
Se vienen días complicados amigos/as, todo este barullo me hace acordar y rememorar a mis setenta y pico, donde la Argentina se dividía en dos. Bernardo Neustadt, en una charla privada en su piso, me dijo: “Rajá pibe”... Y rajé a España, con mis tres pibes y su mamá, porque había recibido un panfleto que decía sin eufemismos que conocían a qué escuela iban mis hijos. Pelo largo, apellido de raíces judías, agenda comprometedora, y con el agregado de tener micrófono y pantalla, era un mix demasiado para la época.
Este extenso paseo onírico llega hoy al final, mañana, en otro Paseo (el de la Castellana), se juega la otra final, que al final no va a cambiar nada, porque seguirán estando los Messi y los Ronaldo, los bosteros y los gallinas, los merengues y los culés, los unos y los otros, las Lilita y las Pato.
Los españoles serán premiados con la gran final de fútbol sudamericana.
Acá no nos dieron pelota.