Juan Ignacio Novak
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El cineasta basó su último trabajo, el documental “Esto no es un golpe”, en el alzamiento militar que lideró Aldo Rico en 1987, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. “Me parecía que ahí había una gran historia para contar que no había sido relatada por el cine”, contó.
Juan Ignacio Novak
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Durante la Semana Santa de 1987, el país estuvo en vilo: un alzamiento militar encabezado por Aldo Rico puso en jaque al gobierno de Raúl Alfonsín y derivó en una fuerte movilización popular en defensa la democracia. Tras varias horas de incertidumbre, la situación se resolvió en una reunión entre el entonces presidente y los sublevados. A partir de ese encuentro, el cineasta y crítico Sergio Wolf construyó el documental “Esto no es un golpe”, que se propone echar luz sobre aquellos acontecimientos a partir del relato directo de los protagonistas y del retorno a los lugares donde se desarrollaron. Wolf estuvo en Santa Fe para presentar el film en el marco de la 5ta. Semana del Cine Argentino, organizada por Cine Club Santa Fe, y accedió a dialogar con El Litoral. Señaló que no se propuso exponer un punto de vista político, sino contar la historia a través de los personajes. “La película se pregunta sobre lo que pasó esos días, pero no concluye. Traté que el espectador me acompañe en la experiencia. No guiarlo para que piense lo mismo que yo, sino para que pueda sacar sus propias conclusiones”.
—¿Qué te motivó a rodar un documental sobre ese hecho histórico en particular?
—Me parecía que ahí había una gran historia para contar que no había sido relatada con detalle por el cine. En mi caso, siempre arranco con preguntas más que con certezas. No hago películas para confirmar lo que pienso sobre el episodio. La pregunta es una especie de guía con la que comienza un proyecto. En este caso, tiene que ver con la reunión final entre Raúl Alfonsín y Aldo Rico el domingo de Pascuas de 1987. Es una reunión de la cual no hay fotos. Alfonsín la cuenta escuetamente en su libro “Memoria política” y en entrevistas posteriores. Rico ha contado su versión. Pero siempre quedó una duda, me parece, respecto a lo que pasó allí y los efectos que tuvo sobre el segundo discurso de Alfonsín, cuando volvió de Campo de Mayo. Ahí, para mí, empezaba la película. De hecho, el proyecto inicial se llamaba “La conversación”.
—¿Lo que intentaste fue reconstruir lo que pasó en esa reunión a partir de los relatos de diferentes personajes?
—La película es una reconstrucción de los cuatro días con material previo para poder entenderlos, porque hay una cuestión técnica compleja que tiene que ver con el motivo del alzamiento carapintada de 1987, a partir de la lluvia de citaciones judiciales a suboficiales y oficiales intermedios. Para poder entender eso había que ir para atrás, ver el contexto y después seguir hacia adelante del episodio. Pero básicamente la película está concentrada en esos cuatro días, contada como una especie de thriller político y con decisiones fundamentales que la organizan. Por un lado, que los personajes que aparecen solamente son aquellos que estuvieron en lugares de decisión en esos cuatro días. No es un documental expositivo de historiadores y periodistas que cuentan y analizan, sino gente que cuenta una experiencia emocional y política. Son los que estuvieron cerca de Alfonsín o de Rico en la arena caliente de esos cuatro días. Y por otro lado, los lugares donde ocurrieron las cosas.
—Ese retorno, muchos años después, a los lugares de los hechos, ¿cómo fue?
—Era muy importante estar ahí y que la película mostrara esos lugares como están ahora. Por el tipo de montaje, todo el tiempo estamos viajando hacia el ’87 pero en tiempo presente. Los personajes están como ahora y también los lugares, pero los relatos que aparecen en la película evocan ese momento. Con el detalle, el agregado, que durante esos cuatro días la televisión los mostró desde el otro lado, desde el lado de la sociedad civil, del pueblo movilizado. Pero nunca entró en Campo de Mayo. La televisión contaba el lado de los que defendíamos la democracia, por decirlo de alguna manera. La película cruza esa frontera y muestra los escenarios del drama. Como director, siento que es muy importante para el espectador entender y ver esos lugares que nunca se vieron, donde sucedieron las cosas. Y finalmente el archivo, que tiene un rol muy importante y va construyendo los momentos públicos de esos días.
Ausencias
—¿Cómo incidió en el film el hecho de que algunos de los protagonistas, como el propio Alfonsín, hayan fallecido?
—La película está escrita y pensada con Alfonsín ya no vivo. Ya en el proyecto había intentado trabajar sobre cómo construir la figura de Alfonsín. Es una ausencia física, en el sentido de que no está Alfonsín frente a mi cámara, pero es un problema que la película asume, que tiene que ver con la construcción del personaje. ¿Qué Alfonsín construye la película? Es un gran debate. Para nosotros no era el Alfonsín que habla en los actos públicos. Tampoco nos interesaba saber si tomaba té con leche o café. Nos fijamos en una dimensión humana, íntima, que no fuera de la familia tampoco, para ver quién era ese personaje y lo que le pasaba en esa situación de extremo dramatismo.
—¿Y todo eso lo reconstruiste en función de los testimonios de los que estuvieron cerca de él durante esos días?
—Hay un Alfonsín político que construyen bastante algunos de los personajes. Hay una serie de textos que yo elijo para contar algunos momentos de la vida de Alfonsín. Y hay momentos de esos episodios que la película reconstruye con los personajes que están vivos. Es una dimensión íntima que no tiene que ver con detalles de trivia de su vida, ni donde vacacionaba y demás, que no es la familia, ni que comía, sino una dimensión humana y al mismo tiempo singular y personal de quién es el personaje. Hay archivos de él y textos que me gusta pensar que son poco conocidos en relación con su personalidad y con aquello que tenía que ver, o tenía alguna incidencia sobre el conflicto. Por ejemplo, aparece el Liceo Militar, donde Alfonsín fue compañero de Galtieri, Harguindeguy y Anaya, personajes nefastos de la dictadura. No es un elemento biográfico de Alfonsín, sino un elemento que la película piensa como una incidencia sobre lo que está contando.
—¿Y se llevó a cabo el mismo proceso respecto a Aldo Rico?
—Es diferente porque a Rico lo tengo. Está construido también a través de la voz de otros personajes, pero sobre todo porque está él, que además tiene una presencia muy fuerte.
Propios y extraños
—¿“Esto no es un golpe” está pensado para el público argentino o también para personas que no conocen los acontecimientos que se narran?
—Es una gran pregunta. Tratamos de hacer la mejor película que podíamos. Porque además, en el episodio, si uno lo piensa en un sentido concreto, finalmente no pasó nada. Si pasó, porque la decisión que tomó Alfonsín tuvo efectos fuertes y tuvieron que pasar muchos años para que se vuelvan a reabrir los juicios, durante el gobierno de Kirchner. Pero el gobierno no cayó, el golpe no se produjo, no hubo muertos. Técnicamente no pasó nada. Entonces un extranjero puede decir ¿para qué me cuentan esto si finalmente no pasó nada? Pero al mismo tiempo uno se la pasa viendo películas extranjeras sobre, por ejemplo, el intento de asesinato de Nixon y tampoco sabe nada. Es que hay una cultura dominante y otra que está en una zona indeleble que lucha por visibilizarse. Los extranjeros que vieron la película en el Bafici y en festivales, entienden todo y les gusta. Pero probablemente no con la dimensión que tiene para nosotros, porque son hechos que dejaron una marca fortísima en el imaginario colectivo de los argentinos.
El cine nacional
Consultado sobre su visión del cine argentino actual, Wolf consideró que es un momento muy difícil tanto a nivel local como en el plano internacional. “La gestión del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales es muy problemática, allí convergen factores propios que tienen que ver con el modo en que se está manejando el cine, sobre todo en estos últimos años. Por otro lado, hay una cuestión con la cantidad de películas que se hacen y la dificultad de que esas películas se vean. Ése es un problema de nuestra cinematografía: no hay salas, las que están no quieren dar las películas nacionales y no alcanzan los espacios que establece el Incaa. Después hay problemas que tienen que ver con cine en general: cambió y está cambiando de un modo muy dramático el tipo de consumo del cine. La gente ve las películas en las plataformas y deja de ir al cine. Y hay películas que se resienten en la plataforma”, consideró.
Wolf manifestó además que “Argentina posee una gran cinematografía y no me refiero a volumen de producción sino a la cantidad de grandes directores que tiene. Ahí hay un problema, porque el país produce y renueva su plantel, sus nombres en el campo de la dirección y la técnica, de un modo extraordinario. No hay festivales en el mundo que no tenga películas argentinas. Entonces, no hay una correspondencia entre lo que se sucede y lo que Argentina podría ser en cuanto a sus directores”.
Libro
La experiencia del rodaje de “Esto no es un golpe”, tuvo correlato en un libro que se llama “La escena documental”, también escrito por Sergio Wolf, donde se narran detalles del proceso que derivó en la película. En el texto, que está diagramado como una especie de novela, se exponen también diversas problemáticas sobre el documental en general.