Emerio Agretti
Plebiscito para la reforma constitucional y unidad de candidato para la gobernación, sin internas. Con la mirada en el camino recorrido durante tres años, Miguel Lifschitz apunta los ojos al futuro inmediato.
Emerio Agretti
El balance del gobernador Miguel Lifschitz de los tres años que lleva de gestión excedió largamente la mirada retrospectiva, y produjo dos definiciones que apuntan al futuro inminente, a la vez que se asientan en el fin de ciclo. Y es que, aunque en lo formal ostenten condición diferente, parten de dar por clausurada una iniciativa política que signó fuertemente este año, y habilitar a la vez, por la vía más plausible, una continuación.
Lifschitz quiso una reforma constitucional que incluyese la reelección, con la lícita expectativa de renovar su mandato. Lo hizo con fuerte y sostenida vocación, y movilizando a tal efecto todos los recursos a su disposición. No lo consiguió. Pero el esfuerzo dejó como fruto un sólido trabajo de consultas, debates, elaboración y recepción de propuestas, gestación de consensos. Un producto que no merece ser desestimando por efecto de los vaivenes políticos, y cuyo impulso intentará ser revalidado con el concurso de una consulta popular en las elecciones generales del año que viene, precisamente cuando se escoja al sucesor de Lifschitz.
La noticia fue bien recibida por algunos dirigentes de la oposición, que vieron en ella ni más ni menos que lo que ellos mismos habían pedido o propuesto: sostener la impronta reformista, pero despojarla de cualquier interés nominado. Y, a la vez, habilitar el testeo del parecer de la ciudadanía. La misma iniciativa, no obstante, fue cuestionada por exceso o por defecto: hay quienes dicen que la consulta debería ser vinculante, y otros que la denuestan con el consabido argumento de la oportunidad. Que, como todo el mundo sabe en política, nunca es buena. Y que en este caso lo pareció menos aún, bajo el impacto real y simbólico de los balazos en dependencias judiciales de Rosario; y a la vez como corolario de un largo y cuestionado período de espera para establecer el cronograma eleccionario.
La otra definición tiene que ver, precisamente, con la continuidad del proyecto político del Frente Progresista en Santa Fe. Con el saludo final de su discurso, el mandatario oficializó la postura anticipada horas antes y puso fin a meses de especulaciones y presuntos amagues: el candidato será Antonio Bonfatti, y el actual gobernador no impulsará a otro postulante para enfrentarlo en las internas. Tampoco lo haría el radicalismo, después de varios períodos de intentarlo en vano, y ahora sometido a la partición entre frentistas e integrantes de la coalición Cambiemos.
Más allá de las estrategias y nombres que pongan en juego cada uno de los otros partidos -sí habrá internas en Cambiemos y en el Partido Justicialista-, también se habilitaron elucubraciones “interactivas”. ¿Hay chances de que algún sector del peronismo se asocie con los socialistas? ¿Qué resultado le conviene al gobierno nacional a los efectos del escenario previo a las presidenciales de octubre y de qué manera está dispuesto a jugar con miras a eso?.
Como siempre, la determinación temprana, tardía o puntual de candidaturas, y también de reformas institucionales de fondo, desata un reguero de cuestionamientos basados en el presunto desatino de esos planteos, contrapuestos al carácter acuciante de los problemas que inveteradamente aquejan a la sociedad. Una falacia, o un llamado de atención sobre una incompatibilidad que no debería ser tal.