Ignacio Andrés Amarillo
Ignacio Andrés Amarillo
En el marco de la reestructuración del mundo audiovisual propiciado por la güera de estudios y plataformas, “Bird Box: a ciegas”, estreno de Netflix dirigido por la oscarizada Susanne Bier, tal vez haya recibido más promoción que la mayoría de las novedades “de sala” de este tiempo (con excepción de “Roma”, de Alfonso Cuarón, que tuvo estreno simultáneo en cines y streaming, y es la apuesta de la plataforma para competir en premios).
De la mano con producciones como “Aniquilación” de Alex Garland o “Mudo”, de Duncan Jones, la empresa madre del streaming le abre la puerta a géneros como el terror fantástico y la ciencia ficción, géneros que por ahí se extravían en las carteleras, salvo que se trate de tanques (y entonces arrancan argumentalmente para otros terrenos).
El fin de lo cotidiano
El relato se desarrolla en dos temporalidades. Arrancamos con Malorie, una adulta de edad indeterminada (Sandra Bullock tiene 54 años, pero nadie le daría más de 45) con dos niños pequeños. Deben subirse a una canoa y navegar un río para escapar de algo que todavía no conocemos; río abajo los espera un refugio. Lo que ya nos pone nerviosos de entrada es que deben salir de la casa y subirse a la embarcación con los ojos vendados, para lo que ya parecen tener cierta maestría.
Aquí un paréntesis: históricamente (y la Argentina no es precisamente la excepción) la visión tabicada siempre fue el origen del miedo, de estar cautivo de algo que uno no controla. Aquí, la falta autoimpuesta de visión parece ser un escudo protector de aquello que acecha a plena luz del día.
En el otro arco temporal, ubicado en el pasado (después sabremos cuánto tiempo antes, alguien se lo imaginará) vemos la historia de Malorie, una artista plástica ya madura y embarazada, en cierta crisis por tener que afrontar la maternidad a esta altura y con el condimento de que el que aportó la semillita parece haberse borrado. Su sostén es su hermana Jessica, criada junto a ella entre caballos y escopetas.
El Apocalipsis siempre empieza en otra parte, al menos en el cine. Reportes de suicidios en masa llegan de países distantes, hasta que finalmente la situación llega hasta nuestros personajes y ahí la discusión sobre maternidad deseada y problemas afectivos pasa a un segundo plano.
Terror diurno
A partir de ahí la historia avanzará paralelamente en las dos temporalidades: por un lado contándonos la aventura en el río, donde se agudizará la tensión con “eso” que merodea. Por el otro, seguiremos los pasos de Malorie y otros personajes en la supervivencia inicial. La elección de Bier para dirigir el guión de Eric Heisserer (sobre novela de Josh Malerman) parece acertada: sabe manejar los pulsos de la acción directa pero también las tensiones del encierro entre desconocidos, en momentos que se mueven entre “El Eternauta” y “El método Grönholm”.
Por otro lado, se apoya en la fotografía de Salvatore Totino para hacer una película especialmente diurna y luminosa, aunque sin perder una sombra de intranquilidad (algunos recuerdan “La aldea” de M. Night Shyamalan, pero en forma de espejo). Justamente, cuanto más luminoso sea el día afuera de las vendas oculares, cuanto más sólidos los rayos que atraviesan los orificios en ventanas tapadas, más espesor cobra la presencia de lo otro (los efectos especiales son los mínimos para sugerir aquello que no vemos): el terror y la fascinación están en los ojos de los que ven, como suele ser siempre en el fondo.
Como complemento, la música de Trent Reznor y Atticus Ross aporta una tensión fría, industrial, en los momentos adecuados. El diseño de producción de Jan Roelfs se mueve entre paisajes salvajes y escenarios domésticos, ambos extremos descarnados.
Convivencias
Gran “remadora” (acá tiene que remar literalmente, en canoa) Bullock se convierte en motor de la película. Dueña de una presencia cinematográfica intensa (que le ha permitido tripular comedias románticas y thrillers), acá sostiene con minimalismo su personaje: una mujer compleja que no llora ni grita, y que se sobrepone a sus circunstancias mejor de lo que ella misma pensaría.
Trevante Rhodes (quien encarnó al protagonista de “Moonlight” en el tercer tramo de aquella oscarizada historia) hace lo propio como Tom, la contraparte amigable de Malorie durante buena parte del relato y parte del inusual grupo de sobrevivientes iniciales. Entre ellos se destacan John Malkovich como Douglas, el antisocial de la barra; Danielle Macdonald como la aniñada Olympia, también embarazada; BD Wong como Greg el dueño de casa, en conflicto con Douglas; Lil Rel Howery como Charlie, el que sospecha de qué se trata; y Tom Hollander como Gary, el nuevo que vio demasiado.
El resto de la casa (ríanse de “Gran Hermano”) lo completan Jacki Weaver como Cheryl, una mujer mayor pero intensa, Colson Baker (el rapero Machine Gun Kelly) como el algo lumpen Felix, que tensiona (en varios sentidos con la estudiante de policía Lucy, encarnada por Rosa Salazar (la elegida para la versión con actores de “Battle Angel Alita”). Completan el ensamble la siempre eficiente Sarah Paulson (Jessica), Parminder Nagra (Dr. Lapham) y los niños Vivien Lyra Blair y Julian Edwards).
Con estos elementos, la mirada de Bier, encarnada en la presencia de Bullock, redondea un relato de terror fantástico y psicológico, con sorpresas y la certeza de que ya nada será lo mismo.
“Bird Box: a ciegas”
“Bird Box” (Estados Unidos, 2018). Dirección: Susanne Bier. Guión: Eric Heisserer, sobre novela de Josh Malerman. Fotografía: Salvatore Totino. Música: Trent Reznor y Atticus Ross. Edición: Ben Lester. Diseño de producción: Jan Roelfs. Elenco: Sandra Bullock, Trevante Rhodes, John Malkovich, Sarah Paulson, Jacki Weaver, Rosa Salazar, Danielle Macdonald, Lil Rel Howery, Tom Hollander, Colson Baker, BD Wong, Pruitt Taylor Vince, Vivien Lyra Blair, Julian Edwards, Parminder Nagra. Duración: 124 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se lanzó directamente para streaming en Netflix.
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BUENA