Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Soñé con mi mesa sabatina y matutina, ya lejos las saturnales, con mis amigos de la vida, de toda la vida, un ritual hebdomadario de raíces profundas que crecieron y se robustecieron a través del paso de los años, suelo decir a modo de chanza que muchos de esos personajes que cada sábado a la mañana nos reencontramos, nos conocemos desde el vientre materno, es como si fuera una amistad intrauterina. Con el paso de esos años, muchas manías, mañas y ñañas se manifestaron en contra de nuestra voluntad, afirmando con creces que, si bien seguimos siendo los mismos de antes, el tiempo nos modificó, nos cinceló de adentro hacia afuera.
La mesa del café ha sido parte crucial de los argentinos, grandes cultivadores de amistades, que ha sido eternizada en tangos y poesías, en poesías hechas tangos, y en tangos hechos poemas, en letras de rock nacional, en libros y en ensayos, pero aquí, en mi sueño fantástico de cada sábado, no está en mí la intención de hacer historia con respecto a por qué está tan arraigada en nuestras costumbres, porque si de costumbre hablamos, ese acto repetitivo, esa acción habitual que se adquiere por el uso, podríamos enumerar el lisito de los viernes en el bar, los mates en la costanera los domingos, el asado de los jueves de la peña de los vagos, el noticiero de las 12, El Litoral en las tardecitas, el eterno acto de encender el espiral en las soporíferas tardes/noches santafesinas. Mis amigos, quienes soportan con alegría no fingida mis salidas y despaches, que me oyen y asienten cada vez que cuento las mismas historias, una y otra vez, que se ríen a carcajadas de los mismos chistes que vengo haciendo desde que me ubiqué al otro lado del público -siempre necesité un público-, no una claque, sino esa energía natural y positiva que se da cuando las almas se unen en un mismo lugar, la conjunción, la empatía, el espíritu aunado, armonizado y donde prevalece el cariño en común, más allá de las experiencias que nos fueron trenzando a lo largo de la vida... el hacerme a la idea de que ellos siempre van a estar ahí, o sea acá.
Nuestra mesa de café es una mesa abierta para todo público, la mesa no se reserva el derecho de admisión, y cada uno tiene su butaca; los lugares son inamovibles. El menú se respeta a rajatabla, café o cortado, medialunas dulces para unos, saladas para otros, siempre calentitas, y dependiendo del grado etílico consumido en vísperas, uno que otro puede llegar a deleitarse con un jugo o simple y sencilla agua mineral. Cuando la ocasión lo requiere, sea por fecha patria o cumpleaños o porque hay ganas de brindar, alguien se paga un champán, para alegría de todos. La lista de temas que se despliega en la mesa es variopinta, no es una matiné, porque si bien es para todo público muchas de las opiniones vertidas a boca de jarro, o café en jarrita, para seguir en tónica, a paso de toro, no son para niños.
El protocolo es muy sencillo, nos encontramos todos los sábados en el mismo lugar y a la misma hora, cada quien tiene su silla, y si bien siempre somos los mismos, cada semana pueden agregarse unos o pegar el faltazo alguno de los habitués. La charla como dije antes es bien variada, últimamente son nuestros nietos quienes ocupan el primer lugar, babosos y orgullosos de las historias de nuestros párvulos; son fantásticas y evidentemente cada uno es el mejor en su tipo, seguramente hace mejor tal o cual gracia, y singularmente no es parecido a ninguno de los demás, y todos sabemos que es así.
Santa Fe no sería lo mismo sin esas bellezas que caminan grácilmente por la senda de nuestra amada peatonal, ellas nos enamoran a cada paso, con sutil cortesía y simulada mirada nos deleitamos viéndolas pasar, no como viejos verdes, sino como inmaduros incorregibles, somos la cuarta edad ecológica...
Hoy les brindo mi sincero homenaje a esa mesa de amigos que solamente tiene una regla que jamás se rompe, discusión y divergencia, nunca violencia. En nuestra mesa se discute, nunca se pelea, es nuestro pequeño mundo compartido sin partido dos horas a la semana. Es nuestra “mesaterapia” semanal.
Mi Peisadilla es como la programación televisiva de verano, light, suave, descomprimida... ya aprieta el sol de enero en Santa Fe, aprieta el bolsillo, la inflación, la realidad, lo que se viene y lo que pasó. Mi Peisadilla hoy tiene los pies en una cama paraguaya, hace la plancha en una piscina, se refresca en bolas (espero que no desbolada) bajo un ventilador de techo que procesa más ruido que viento, y más energía que ayer...
Mozo/a... ¡un cortado por favor!