Néstor Fenoglio
Por estos días, se libra una batalla en nuestra provincia por los excedentes hídricos, las obras hechas y las que hay que hacer y todo ello apurado por las urgencias de un Estado -en todas sus jurisdicciones- culposo o semiausente que sale a emparchar. Y condimentado todo con las elecciones que ya se vienen.
Néstor Fenoglio
Por estos días, con el noroeste de la provincia (que así suena como una lejana abstracción: viven santafesinos allí, pocos, pero viven) mejorando su situación de emergencia gracias al sol, con un fenómeno de El Niño descerrajando aquí y allá esas lluvias tremendas de 200 milímetros en pocas horas, con los ligeritos de siempre que ven la situación como una oportunidad para meter bocadillo -ellos creen beneficioso para su imagen- criticar lo que no se hizo, y, en fin, con toda esa agua derivando hacia donde deriva siempre -nuestra región, en el valle del Paraná-, es hora de mirar un poco más tranquilos lo que ha sucedido.
Lo primero que hay que aclarar es que cada equis cantidad de años -siete, ocho, nueve, diez- viene un ciclo húmedo, de grandes lluvias para estos sitios donde llueve poco. Y así el régimen anual normal, se duplica y se concentra. Los Bajos Submeridionales -otra abstracción, aunque son casi el tercio del territorio total de la provincia- se llenan de agua y hay conflictos, porque Santiago del Estero o Chaco “mandan” para acá el agua, “se sacan” el agua de encima. Baste recordar la “guerra del agua”, hace ya más de dos décadas, donde los productores se enfrentaban incluso a tiros para detener o sacar el agua, según los casos.
Y que esas lluvias que pueden preocupar coyunturalmente a productores y localidades como pasó este año, no necesariamente son mala noticia para una zona -el noroeste- en general seca. Es más: que los bajos y las lagunas se llenen es muy buena noticia luego.
En segundo lugar, como lo demuestra el mapa que días atrás publicó el Instituto Nacional del Agua (INA), esas aguas, más allá de que vienen de otras jurisdicciones (cosa que al agua le importa bien poco: viene de donde viene e irá nomás adonde debe ir...) escurren sí o sí hacia nuestra provincia, con una dirección general que es la misma del Salado: desde el noroeste hacia el sudeste, con una leve, a veces imperceptible pendiente que hace que el escurrimiento se demore o que haya grandes extensiones de terreno donde los excedentes hídricos se estancan sin encontrar la vía de escurrimiento natural...
Hacer o no hacer
Después están las obras que hacemos o no los humanos. El Centro Regional Litoral del INA también advierte que hay que tener cuidado en cómo se interviene y qué cosas se hacen en la zona de los Bajos. Ese mismo criterio es utilizado habitualmente, desde siempre, por los gobiernos para evitar invertir millones donde hay pocos votos. Quiero explicar esta cuestión: Vera y 9 de Julio son los dos departamentos más grandes de la provincia (totalizan 38.000 kilómetros cuadrados; la provincia tiene 133.000) y los dos menos poblados: Vera tiene poco más de 50.000 habitantes y 9 de Julio, unos 30.000. En votos, hay que ver las últimas elecciones de 2015: Vera tiene poco más de 40.000 electores y 9 de Julio, unos 23.000. Juntos, hablamos de 80.000 personas y poco más de 60.000 electores, aunque los votos efectivos fueron aún menos.
Hay que hacer foco también en los pueblos del departamento 9 de Julio que están al norte de Tostado, la capital departamental, y que en esta oportunidad han tenido agua en los cascos mismos. Son pueblos sufridos, en general más acostumbrados a las sequías que a tener que contener el agua. El norte, para visualizarlo groseramente, es como un plato, ni siquiera hondo, con “alturas” en el domo occidental y el oriental, que es donde están las poblaciones (en el medio, los Bajos).
Todo el tiempo, además de las rutas -pocas, recostadas en el noroeste y noreste, que es donde están las poblaciones, salvo ese puñado de santafesinos heroicos que viven al norte de Vera, sobre Ruta Provincial 3, asfaltada sólo por la mitad-, la dinámica de la región radica en cómo conseguir agua y cómo sacársela de encima en los períodos en que hay excedentes.
En ambos casos, las respuestas estatales -provinciales o nacionales- son deficientes: no llega todavía una sola gota de agua del Paraná a ningún sitio del oeste de nuestra provincia (más allá de que se anuncie que llegará incluso a Córdoba) y las obras para desagotar no responden a ningún master plan: cada productor o distrito trata de sacarse el agua de encima sin regulación ni criterio.
En la desesperación por sacar el agua, se planteó hacer un canal para derivar los excesos hacia el sur, hacia el Salado. Ya hay un canal que intenta mal llevar agua desde el Salado y que sube paralelo a la Ruta Nacional 95, hasta Villa Minetti. O sea que en un puñado de kilómetros, no más de 50, del domo occidental, tenemos tres terraplenes de rutas -la interprovincial, la 61 S que une los pueblos de norte a sur y la Ruta Nacional 95-, más el del tren y un canal que sube contrapendiente. ¡Y ahora queremos hacer otro que baje! Parece esas calles de ciudad, angostas, a las que luego le quieren agregar carril exclusivo para colectivos, ciclovías, estacionamiento: no entra todo. Y, desde luego, no es la lógica que debe regir las obras en una región donde los fondos públicos aterrizan poco.
La cuestión de fondo
Finalmente, quiero advertir también lo que ya deberíamos saber: toda esa agua a las vueltas -una parte generosa es retenida por los Bajos- viene para acá. Los excedentes hídricos de regiones vastísimas vienen -como el Salado- desde el noroeste profundo y terminan en la rejilla de Santa Fe: un puñado de kilómetros al norte y sur de la capital. Tenemos 700 kilómetros de costa en el Paraná, pero la zona crítica es desde Reconquista hasta Villa Constitución. Allí desembocan el Rey, el Malabrigo, el Salado, el Colastiné, el Monje, el Carcarañá, el Ludueña, el Saladillo, el Pavón, entre otros.
Esto sucedió siempre. Lo nuevo es la velocidad y el caudal con que viene esa agua. Porque todos esos territorios aguas arriba aprendieron -canalizando, en general también sin responder a un plan hídrico general- a sacarse el exceso. Y nosotros, en la costa este de la provincia, todavía tenemos esos puentecitos de morondanga de hace cincuenta o cien años, cuando era otra la dinámica hídrica de toda la región.
¿Cómo puede ser que siempre haya problemas con el arroyo El Rey? ¿Cómo puede ser que la misma alcantarillita mínima de la Ruta 1 que se rompió en 2016, se rompa ahora otra vez abriendo una brecha de cuarenta metros? ¿Que el Cululú corte siempre la Ruta 62 entre María Luisa y Providencia? ¿Cómo puede ser que la autopista -la ruta más importante de la provincia- se inunde con cada lluvia mediana a la altura del Colastiné? ¿Cómo puede ser que el Salado corte siempre la Ruta 6 entre Esperanza y la Ruta 4? ¿Cuánto más va a aguantar el peligroso puente sobre el Leyes?
Y estos sitios, que remiten a rutas provinciales, y que hablan de una carencia estructural notable, es más grave aún a nivel nacional (porque cuenta con presupuesto y porque muchos de estos problemas son interjurisdiccionales): ¿cómo puede ser que cualquier lluvia corte la Ruta Nacional 11 -lo hace en Nelson, y lo hace entre Videla y Emilia- que une tres capitales de provincia -Santa Fe, Corrientes y Formosa- y la capital de Paraguay? ¿Cómo puede ser que se inunde la Ruta Nacional 34, que es la que trae la producción del norte a los puertos rosarinos? ¿Cómo puede ser que se inunde la ruta y la autopista 9 que une las tres principales ciudades del país: Buenos Aires, Rosario y Córdoba?
Los que piensan en el costo de modificar y adecuar esas viejas rutas (que actúan como terraplenes o diques, en muchos casos) y específicamente esos puentes, deberían cuantificar también cuánto cuestan una y otra vez esos cortes, esas asistencias coyunturales, esas defensas de apuro ¡con bolsas!
En algún momento, aunque se demore la concreción de las obras de fondo, hay que preverlas, hay que planificarlas, y entonces cuando se vuelquen fondos, responderán a un plan. Como sucede con los acueductos: demorarán años, pero están previstos.
Entonces, en esta etapa preelectoral, en vez de las chicanas oportunistas (algunos de sus autores no pasaron en su vida más allá de San Justo), sería bueno escuchar, claramente, planes, programas, proyectos para, por lo menos: cómo llevar agua de calidad al oeste; cómo y por dónde sacar los excesos; y adecuar nuestras viejas y peligrosas rutas a la nueva realidad. Lo demás, es abonar al facilista Programa Parma (parche y/o maquillaje), que no soluciona las cosas y es mucho más costoso.