Cuando el próximo 28 de abril concurra a las urnas, el elector santafesino tendrá muchos casilleros por llenar y no demasiadas opciones, ya que casi todos los partidos con mayores posibilidades electorales optaron por unir fuerzas y encolumnarse detrás de listas únicas; por lo menos para las fórmulas gubernamentales.
Poniéndole nombres propios a esta afirmación: los candidatos a gobernador y vice del Frente Progresista Cívico y Social serán Antonio Bonfatti y Victoria Tejeda; y los de Cambiemos, José Corral y Anita Martínez. El Partido Justicialista, en esta ocasión identificado como Juntos -una alianza electoral en la que confluyen el kirchnerismo y diversos partidos menores, incluyendo a la izquierda y a la Democracia Cristiana- redujo sustancialmente su oferta, pero no tanto como para evitar la interna: en este caso sí, el ciudadano tendrá la posibilidad de contribuir para que quienes compitan por la gobernación en las generales del 16 de junio sean Omar Perotti y Alejandra Rodenas, o que tal responsabilidad recaiga en María Eugenia Bielsa y Danilo Capitani.
En este punto, no puede menos que resultar llamativo el concienzudo esfuerzo de las principales fuerzas políticas para circunscribir su oferta electoral al mínimo común denominador, y que el grueso de sus dirigentes opten -por las buenas o las no tan buenas- por declinar sus aspiraciones personales, y alinearse con quienes, en cada caso, aparezcan como los mejor posicionados.
Internas, lema y primarias
Las Paso -primarias abiertas, simultáneas y obligatorias- nacieron como alternativa política, institucional y democrática a los daños colaterales de las internas partidarias, y el despropósito de la ley de Lemas. En el tradicional sistema de internas cerradas, los candidatos de cada partido eran votados exclusivamente por sus afiliados, lo que solía conllevar el triunfo del “aparato”, escándalos por padrones “inflados” y votantes “truchos”, y los inevitables heridos por el fuego amigo, que rara vez estaban dispuestos a asumir caballerosamente su derrota y hacer campaña por sus rivales internos.
Con la ley de Lemas -acordada en su momento en la provincia entre Víctor Reviglio y Horacio Usandizaga-, los partidos zafaban del desgaste de la confrontación interna, a costa de la ciudadanía en general, con el sencillo expediente de tirar sobre la mesa de votación la boleta de tantos postulantes de cada partido como quisieran presentarse (y reunieran la cantidad de avales suficientes), para que sea el votante quien escoja, directamente en las elecciones generales. El total de votos recogidos por cada lema definía qué fuerza había ganado la elección. Y, dentro de ella, el candidato más votado se quedaba con el cargo. Este mecanismo permitía que opositores internos acérrimos, e incluso con propuestas diametralmente opuestas, cobijados bajo un amplio paraguas común, pudieran sumar en lugar de dividir.
Como todavía no había boleta única, el resultado era un pandemónium de papeletas que conseguían marear por completo al votante. Pero además, como luego el más votado de cada partido recolectaba las voluntades recogidas por los demás integrantes del lema, el votante se encontraba con que muchas veces su sufragio terminaba engrosando los guarismos de un candidato al que a lo mejor hubiese preferido retaceárselo. Y también, que la sumatoria entre votos de distintos sublemas -a veces contenedores de propuestas contradictorias e incluso diametralmente opuestas- erigiese como triunfador a un candidato que podía no ser el individualmente más votado.
Este es el esquema que se vino a superar con las Paso (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias), que el gobernador Jorge Obeid impulsó en la provincia siendo consecuente con un compromiso electoral -y en beneficio de los ciudadanos y de la democracia en general, todo hay que decirlo-, pero que a la postre perjudicó a su partido, hasta entonces el más hábil a la hora de capitalizar los defectos del sistema.
Con el nuevo procedimiento, las candidaturas se dirimen por internas; sólo que abiertas a toda la ciudadanía, no circunscriptas a los afilliados. Esto permite ampliar la oferta de cada fuerza, y a los candidatos zafar del corsé impuesto por el “aparato”. Y sigue siendo una buena manera de los distintos sectores de cada partido zanjen disidencias o aspiraciones incompatibles.
Algo así sucede en este caso con la fórmula de gobernador del peronismo, llega a su paroxismo con las listas de diputados de ese mismo partido, y se replica en menor medida en instancias legislativas de otras fuerzas. A la vez, está presente en algunas de las disputas por las intendencias o nóminas de concejales.
Pero es también, con las excepciones apuntadas, el procedimiento que han buscado preferentemente eludir todos los partidos. Con el argumento de evitar el desgaste de las internas, de concentrar esfuerzos en la elaboración de propuestas y soluciones a los acuciantes problemas de la población, y de ganar mayor impulso para la campaña, sectores y dirigentes que -por definición- estarían llamados a confrontar miradas diferentes, se avienen a refugiarse bajo un mismo paraguas en las proclamadas listas “de unidad”.
Las razones por las que tamaño esfuerzo institucional queda ahora soslayado o cuanto menos retaceado desafían al sentido común, y a las razones que impulsaron todo ese histórico proceso. Para el caso, se invocan también motivaciones de índole económico por partida doble: el costo que supone una campaña interna, y las dificultades para llevarla adelante en un contexto complejo para la sociedad.
Así las cosas, las Paso en Santa Fe servirán al sector político para terminar de conformar algunas de las listas, y, fundamentalmente, como gran y definitiva encuesta previa a las elecciones generales, incluso orientadora del rumbo del tramo de la campaña que se abre a partir de entonces. Para los ciudadanos, la utilidad concreta y práctica de las Paso -aquéllo para lo que fueron concebidas-, no va a estar tan clara.